Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Conjuros y conjuraciones

Rafael Reig

Quien lee poesía no pocas veces se siente víctima de una conspiración: al parecer hay un sentido oculto, a menudo oculto adrede por el autor (la mente criminal), algo que se nos escapa; las palabras forman en cada verso una conspiración para derrocar al sentido. Un poema es una especie de conjuro, un orden de palabras que actúa como un sortilegio; pero también es una conjuración, y por eso quien lee estalla a menudo en una catilinaria: ¿hasta cuándo, poeta maldito, abusarás de mi paciencia?

Se sabe que los poetas son propensos a lo conspirativo. Según ellos, nada es lo que parece, todo encierra un significado escondido y son ellos, los poetas, quién si no, los que van a desenterrarlo para nosotros; sus palabras serán una revelación. O eso pretenden ellos, ya que en algunos casos no tiene más interés ni más dificultad que un sudoku. O es puro cotilleo.

Wystan Hugh Auden lo explicaba en un conocido poema:

At last the secret is out, as it always must come in the end, the delicious story is ripe to tell to the intimate friend; over the tea-cups and in the square the tongue has its desire; still waters run deep, my dear, there’s never smoke without fire.

Behind the corpse in the reservoir, behind the ghost on the links, behind the lady who dances and the man who madly drinks, under the look of fatigue, the attack of migraine and the sigh there is always another story, there is more than meets the eye.

For the clear voice suddenly singing, high up in the convent wall, the scent of the elder bushes, the sporting prints in the hall, the croquet matches in summer, the handshake, the cough, the kiss, there is always a wicked secret, a private reason for this.

Jaime Gil de Biedma probó la mano en un meritorio ejercicio de traducción en romance de este poema, al que tituló “Auden’s at last the secret is out”:

Como siempre ha de ocurrir ya está sabido el misterio y maduro, para dicho, el cuentecillo indiscreto: en los cafés de la plaza las lenguas lo están corriendo. —Que la cabra tira al monte y nunca hay humo sin fuego.

Tras el muerto en el estanque, tras el fantasma en el huerto, tras la señora que baila y el hombre que bebe obseso, tras la expresión de fatiga, la jaqueca y el lamento, existe siempre otra historia que no es jamás la que vemos.

Tras la clara voz que ocultan las tapias del monasterio, tras los carteles del cine, tras el olor de los setos, tras las partidas de naipe, la tos, las manos, el beso, hay siempre una clave privada, hay siempre un secreto perverso.

Mi amigo Jordi Doce también tradujo este poema en su blog, aunque creo recordar que no lo incluyó (con buen criterio) en su excelente selección de poemas y ensayos de Auden, Los señores del límite, a mi parecer la mejor puerta de entrada en español al poeta británico.

Así que, por una parte, los poetas nos descubren lo que late bajo la superficie; pero, por otra parte, se empecinan en ocultar a conciencia de qué están hablando en sus poemas. Luego, si les preguntan, a ellos que les registren: “Un poema no quiere decir: dice”, como respondía Octavio Paz. Y se quedan tan campantes.

Un buen ejemplo nos lo proporciona el propio Auden con su “The Secret Agent”, que bien podría titularse “The Secret Sonnet”.

Aquí está:

Control of the passes was, he saw, the key To this new district, but who would get it? He, the trained spy, had walked into the trap For a bogus guide, seduced by the old tricks.

At Greenhearth was a fine site for a dam And easy power, had they pushed the rail Some stations nearer. They ignored his wires: The bridges were unbuilt and trouble coming.

The street music seemed gracious now to one For weeks up in the desert. Woken by water Running away in the dark, he often had Reproached the night for a companion Dreamed of already. They would shoot, of course, Parting easily two that were never joined.

Que quiere decir más o menos:

Los salvoconductos, comprendió, eran la clave Para este nuevo distrito, pero ¿quién lo lograría? Él, espía entrenado, se había metido en la trampa, Por un guía falso, seducido por los viejos trucos.

Greenhearth era un buen sitio para un embalse Y una central eléctrica, si hubieran prolongado el ferrocarril Algunas estaciones más cerca. Ellos ignoraron sus telegramas: Los puentes estaban sin construir y los problemas a punto de llegar.

La música callejera ahora sonaba agradable para quien Llevaba semanas en desierto. Despertado por el agua Que escapaba en la oscuridad, a menudo había Reprochado a la noche un compañero Ya soñado. Ellos dispararían, por supuesto, Separando fácilmente a dos que nunca estuvieron unidos.

El poema es un soneto camuflado: son catorce versos, pero no tiene rima ni la distribución acentual característica, aunque sí conserva la medida de los versos. Además, en lugar de las estrofas habituales, dos cuartetos y dos tercetos, se ha caracterizado con aspecto de dos cuartetos y un sexteto, para evitar ser reconocido. Es decir, el poema es él mismo un agente secreto, que se dispone a cruzar las líneas enemigas, al otro lado del corazón del lector, para entregarle un mensaje secreto (y posiblemente cifrado, como es costumbre del espionaje).

Es uno de los poemas más tempranos de Auden, que lo escribió en enero de 1928, con 21 años, cuando todavía era estudiante en Oxford.

Lo que dice parece sencillo, una película de espías en blanco y negro.

En el primer cuarteto nos describe al agente que ha conseguido llegar al territorio enemigo, pero descubre que le han dejado solo, ¡maldición! A pesar de ser un espía bien entrenado, se ha fiado de un falso guía y se ha metido en la boca del lobo.

Tenía grandes planes, pero “ellos” ignoraron sus telegramas, no se molestaron en prolongar la vía férrea, no se pudo construir el embalse y ahora los problemas van a empezar de un momento a otro.

Nuestro agente aprovecha la pausa entre esta estrofa y la siguiente para escapar de aquella ratonera. No debió de ser fácil, sin salvoconducto, sin apoyo, en solitario: sobrevivió durante semanas solo en el desierto. Allí a menudo se despertaba de un sueño en el que una corriente de agua se alejaba de él en la oscuridad: pesadillas de amor. Y le reprochaba a la noche que le hiciera desear un compañero que desaparecía al despertarse como agua entre los dedos. Ahora ha llegado a la ciudad, donde la música es alegre, pero él sabe que “ellos” van a disparar, acabarán con él, su suerte está echada. Y así, al mismo tiempo, separarán a dos que nunca llegaron a encontrarse.

Parece sencillo, a pesar de un par de complicaciones. Por ejemplo, ¿quiénes son “ellos”? ¿Los que ignoraron sus telegramas son los mismos que disparan contra él? ¿O el primer ellos es su Gobierno y el segundo, el enemigo? Volveremos sobre este asunto más adelante, puesto que la pregunta esencial es: esto es una historia de espías de tebeo, pero, francamente, ¿era eso lo que le interesaba a Auden? ¿De verdad nos interesa a nosotros?

La última línea del poema es una cita bastante literal de un antiguo poema anglosajón, “Wulf y Eadwacer”: es fácil separar lo que nunca estuvo unido, nuestra historia juntos (así traduciría yo la traducción al inglés moderno). El poema se comprende como una historia de amor, protagonizada por el agente secreto y el compañero al que ya había soñado.

La historia de amor en el que uno de los amantes sólo existe “dreamed of already”, como sueño del otro, no es más que la historia de la relación de alguien con su propio deseo. Una extraña pareja. Una novela de amores contrariados y no correspondidos. En este caso un deseo que le atormenta: por eso le reprocha a la noche que se lo provoque.

Auden era homosexual y no se sentía (al menos sin duda en 1928) particularmente orgulloso de ello: al contrario, le producía un avergonzado y culpable sufrimiento (aunque no por ello menos placer, todo hay que decirlo).

Sin embargo, el poema no trata de Auden, por supuesto: trata de mí que lo estoy leyendo. Pues no otra cosa es la poesía sino la forma de expresión de la propia experiencia que la convierte en algo que experimenten los propios lectores por su cuenta: algo que hable de nosotros.

Fue John Fuller quien primero descifró con estas claves el poema, aunque a su vez lo cifró en el turbio código académico: “El amor se ve obligado a actuar como un agente secreto porque el individuo no reconoce conscientemente su deseo (el espía) y lo reprime. ‘Ellos’, que hacen caso omiso de sus telegramas y acaban por dispararle, representan la voluntad consciente, el Censor que reprime los deseos emocionales del individuo”.

Cuando nuestro deseo se adentra en territorio enemigo, se queda solo, como acostumbra a suceder en las películas de espías: nosotros, su Gobierno, negaremos conocerle en caso de que algo vaya mal. Si es necesario, dispararemos. Sin compasión.

Pero ¿acaso nuestro deseo deja alguna vez de cruzar las líneas enemigas? Yo diría que no: va donde él quiere, donde menos nos conviene a nosotros, tiene tozudas ideas propias para las que nos reclama esfuerzos disparatados (¡vías férreas! ¡centrales hidroeléctricas! No cabe duda de que se le ha soltado un tornillo), se deja engañar muy a menudo por casi cualquier viejo truco, guías falsos, promesas insensatas; no hay quien pueda mantenerlo a raya.

Edward Callan va un poco más lejos que Fuller y descodifica el mensaje que nos trae el poema en términos freudianos aún más turbios (el ego sería el agente secreto y el desenlace corre a cargo del deseo de muerte, Tánatos, que dispara contra el Eros). Hay que decir que este fárrago freudiano no parecerá tan traído por los pelos a quien lea el extenso poema de Auden en memoria de Freud (hay una traducción al español de Juan Gelman).

Volvamos ahora a la pregunta de antes: ¿Quiénes son “ellos”?

En otro poema un poco posterior, de los años treinta, creo que Auden lo aclara muy bien: ellos somos nosotros.

“We take that hill” the colonel cried. And so they did, though most of them died. And the enemy was on our side.

“Tomaremos esa colina” gritó el coronel. Y así lo hicieron, aunque la mayoría de ellos murieron. Y el enemigo estaba en nuestro lado.

Qué coincidencia: por los mismos años, durante la guerra de España, los rebeldes fascistas se acuartelaron en el cuartel de Simancas, en Gijón. Tenían apoyo artillero desde el mar, a cargo del buque Almirante Cervera (y el destructor Velasco), pero el ejército de la República les había sitiado. Tras lo que ellos llamaban “la gesta del Alcázar”, cualquier oficial golpista quería convertirse en el general Moscardó, y no iba a ser menos el coronel Antonio Pinilla, que hizo aguantar a sus tropas más de un mes de asedio. Cuando los dinamiteros republicanos ya entraban a tomar el cuartel, se recibió en el puente de mando del Almirante Cervera el siguiente mensaje: “El enemigo está dentro. Disparad contra nosotros”.

Cuentan que los buques ignoraron los telegramas: creían que era una estratagema de los republicanos.

De esto me parece que es de lo que trata el poema de Auden: el enemigo está dentro, disparad contra nosotros. La historia de amor imposible es la de cada uno y su deseo. Aunque, por otra parte, ¿cómo atacar al deseo sin disparar también sobre nosotros mismos?

Etiquetas
stats