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Visibilizar la regla

Jordi Costa

UNO

Supongo que no dice nada en favor de mi educación sexual el hecho de que mi primer contacto con la menstruación fuera la primera escena de Carrie (1976), de Brian De Palma, adaptación de la novela homónima de Stephen King. Supongo que tampoco dice nada en favor de mi (supuesta) madurez el hecho de que, cada vez que me cruzo con un grafiti con el eslogan “Visibilizar la Regla” —bastante abundantes en mi barrio, por cierto—, no pueda evitar preguntarme si acaso es necesario visibilizarlo todo. Vaya este mea culpa por delante: quizá soy, pues, el resultado andante de milenios de cultura patriarcal. No sentirse especialmente orgulloso de ello no parece ser un atenuante en una semana en que los ánimos están especialmente caldeados y las sensibilidades de género se revelan a flor de piel. Hagamos un repaso: esta es la semana, por ejemplo, en la que aún resuenan en mi cabeza las argumentaciones de una gran amiga, absolutamente convencida de que Diamond Flash, de Carlos Vermut, es una película misógina; la semana en que todavía me duelen los tuits de una incisiva y brillante escritora, bloguera y periodista consagrados a poner bajo el foco de la sospecha (de la insensibilidad patriarcal) algo tan querido para mí como la serie de dibujos animados Hora de aventuras. La semana, en definitiva, en que he contemplado, desde la barrera, el rifirrafe dialéctico alrededor del presunto machismo de la escena musical indie en nuestro país. No tengo autoridad en la materia para asomar el hocico en ese debate, pero, ya puestos a quedar como un patán, voy a preguntarme en público algo que me inquieta: si en la escena indie el peso del patriarcado es de tan alto tonelaje… ¿por qué los efectivos femeninos del indie local no han sido capaces de generar arquetipos con el poder de abolir lo que llamaría el Paradigma Amèlie? Por si hacía falta aclararlo: Amèlie Poulain me parece un modelo de mujer mucho más odioso y reprobable que el que proponía la Sección Femenina. De hecho, Amèlie es la sucesión evolutiva de la Sección Femenina para la era del cupcake y la tienda malasañera de ropa vintage, aunque es posible que me equivoque. Es sólo una opinión. La opinión de alguien que declinaría por igual las invitaciones a una degustación de criadillas o a una Fiesta de la Placenta.

DOS

El pasado 19 de enero de 2013 a la adolescente Giovanna Plowman le dio por visibilizar la regla de un modo (creo) inédito y propio de los tiempos: colgando un vídeo en su página de Facebook. El vídeo duró poco en la puritana Casa Zuckerberg, pero el efecto viral ya era imparable: se subieron a YouTube dos copias que también fueron eliminadas y, finalmente, el micro-discurso audiovisual recaló en la página de LiveLeak. Si alguien siente una curiosidad irrefrenable, quizá el enlace siga operativo aquí:

En el vídeo, la Plowman, en un lujoso cuarto de baño con muebles de madera y tonos cálidos, se extrae, en fuera de campo, su propio tampón usado y, tras anticipar verbalmente su proeza y presentarnos la bebida que le servirá para ir aliviando la experiencia, empieza a chuparlo a los sones del tema 212 de Azealia Banks. No es un vídeo especialmente sórdido: ni la iluminación, ni la sonrisa con hoyuelos de la protagonista nos están llevando a ninguna catacumba de la transgresión. Tampoco nos están elevando, dicho sea de paso. Las arcadas que no puede reprimir Giovanna Plowman cada vez que paladea la infusión parecen delatar que no estamos ante un manifiesto feminista. La Plowman parece, de hecho, lo que poco después de haber alcanzado la fama a velocidad supersónica —bajo el mote de Tampon Girl— dijo ser —una chica que había hecho una apuesta— y lo que, tras desmentir rumores sobre su posible suicidio a causa del hostigamiento internáutico, demuestra y celebra ser a través de su cuenta de Twitter (@ItsGiovannaP), que cuenta, mientras escribo esto, con 21.797 seguidores (esto no es nada: la página de Facebook donde empezó todo tiene ya 185.930 suscriptores): uno de los muchos monstruos engendrados por la contemporánea cultura de la fama. Lo interesante de todo el asunto es que el caso de Giovanna Plowman ha disparado la notoriedad de alguien a quien nunca habíamos tenido el gusto de conocer y ha generado debate sobre la autenticidad de la grabación, pero no parece haber alentado, que yo sepa, ninguna discusión de peso sobre la casual sinergia entre un discurso activista —visibilizar la regla— y un exhibicionismo narcisista propio del concursante medio de Gandía Shore o sus variantes. El vídeo de la Plowman ha inspirado una serie de respuestas que se enmarcan dentro del subgénero engendrado por otra grabación extrema, conocida bajo el nombre de “2 Girls 1 Cup”, que era un fragmento de una película porno brasileña de especialidad coprófaga. La respuesta a “2 Girls 1 Cup” cristalizó en una serie de vídeos en los que se documentaban las reacciones —principalmente eméticas— de espectadores enfrentados a la grabación, que se mantenía en el off del encuadre. La degustación menstrual de Giovanna Plowman ha inspirado una oleada de respuestas cortadas por el mismo patrón: una cuantiosa cantidad de vídeos que registran a diversos espectadores sobreactuando su disgusto frente al numerito de la adolescente. La página web Know Your Meme recoge, no obstante, una variante de interés: una entrega de DailyGrace, video-blog de la actriz de comedia Grace Helbig, donde la protagonista imita las reacciones estomagantes de los vídeos de respuesta a Giovanna Plowman. Una ventanita insertada en la grabación revela, no obstante, que lo que está viendo Grace Helbig no es el famoso vídeo del tampón chupado… sino un viejo —es decir, tradicional, emblemático, perpetuador de arquetipos— anuncio publicitario de tampones.

TRES

La cartelera cinematográfica acoge esta semana el estreno de una película colectiva —muy recomendable si quieren pasar una buena tarde: ¡háganme caso!— que responde al título de Movie 43. Detrás del proyecto está uno de los hermanos Farrelly. Movie 43 utiliza como marco narrativo la búsqueda, por parte de unos adolescentes, de una legendaria (o falsa) película perdida en internet que pasa por ser el objeto audiovisual más transgresor y desagradable jamás visto. Por el camino se van encontrando con otras grabaciones ofensivas, que cobran la forma de los sucesivos sketches que jalonan el metraje. Uno de ellos aborda, precisamente, la cuestión de visibilizar la regla: el personaje interpretado por la joven actriz Chloë Grace Moretz tiene su primera regla en su primera cita, en casa de un compañero de clase —criado por un padre machista y cenutrio—, que no está preparado para afrontar el asunto. La escena es una pequeña filigrana cómica alrededor del terror masculino a la sangre menstrual. El punto y final lo pone un falso anuncio de tampones que proporciona un espectacular gag. El sketch de la primera regla de Chloë Grace Moretz no deja de poner el dedo en la llaga, pero Movie 43 no parece, a primera vista, el sitio más indicado para encontrar un discurso feminista. Tampoco una película de Brian De Palma tiene naturaleza de Centro de Formación para las Irreprochables Sensibilidades de Género y, sin embargo, ahí es donde vi mi primera regla. Una primera regla entre vapores, en el centro de una coreografía de carne adolescente capturada al ralentí. De Palma es uno de mis cineastas favoritos, pero no es un feminista. La verdad es que tampoco necesito que lo sea. Y, sin embargo, Carrie hablaba de lo mismo que la escena de Movie 43: del miedo masculino a la sangre menstrual, entendida como poder diabólico (la telequinesis, según King, podría ser la regla por otros medios) y como infección. Una tradición, en suma, que recorre el imaginario de lo fantástico desde La brujería a través de los tiempos (1922), de Benjamin Christensen, hasta el Anticristo (2009), de Lars Von Trier, o Jennifer’s Body (2009), de Karyn Kusama, las dos películas recientes que han afrontado —y cuestionado— más directamente toda esa herencia cultural. También lo ha hecho El alucinante mundo de Norman (2012), de Chris Butler y Sam Fell, una película para niños que dibuja la arquetípica comunidad americana como el asentamiento erigido sobre el sacrificio de una niña rara (es decir, una bruja para el pelotón de linchamiento que es, de hecho, esa misma comunidad). Ante los insistentes grafitis que proponen “Visibilizar la Regla” siempre he pensado que el asunto era un caballo de batalla del feminismo, una cuestión de género. En el cine está siendo, al parecer, una cuestión de géneros (cinematográficos)… aparentemente inapropiados para tomar cartas en el asunto.

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