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La videomaquia nos hará (más) libres

Jordi Costa

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En una de mis escenas favoritas de Vivir en Sevilla (1978) de Gonzalo García Pelayo, el heterogéneo grupo protagonista se acercaba a las inmediaciones del Palmar de Troya en un gesto de saludable insolencia. Los personajes de Vivir en Sevilla veían en ese reducto alucinado un espacio de posible complicidad con su propio extrañamiento (contracultural) del rostro visible (oficial) de la ciudad. En otro momento de la película, los personajes recorrían las calles sevillanas, rememorando el lugar donde un joven de su círculo murió abatido por la policía. Con su libre mezcla de documental, film-ensayo, comedia sentimental, deriva psico-geográfica, costumbrismo ácrata y hedonista y muchas cosas más, Vivir en Sevilla fue una película tan adelantada a su tiempo que, inevitablemente, estaba condenada a encontrar a sus interlocutores ideales mucho más tarde: en concreto, en aquellos espectadores que la han descubierto en el marco de las reiteradas reivindicaciones del cine de los hermanos García Pelayo que se han convocado esta temporada. Un instante de Vivir en Sevilla emerge en el cóctel de imágenes que maneja una de las películas más interesantes que este articulista ha podido ver esta semana. La película se titula Sé villana. La Sevilla del Diablo y es obra de María Cañas, una creadora audiovisual que merece dejar de ser uno de los secretos mejor guardados del cine invisible autóctono.

De hecho, usted, lector, lo tiene más fácil que nunca para conocer de primera mano la obra ya respetable y cada vez más feroz de esta sevillana que dice practicar la videomaquia (o cinefagia militante): la alquimia de imágenes ajenas para desarticular tópicos, lugares comunes e inercias de representación, el arte de la coctelería activista con metraje encontrado para elaborar piezas de explosivo, primer impacto y retrogusto de irreprochable pureza punk. La página web Márgenes.org, consagrada a la difusión online del cine español de esquiva taxonomía en términos de mercado, ha dedicado un pequeño ciclo a la artista bajo el elocuente título de El ojete poético (Una aproximación a la videomaquia lunática de María Cañas (2005-2012), compuesto por doce piezas. En el último número de la revista Caimán. Cuadernos de Cine, Alicia Albadalejo proponía, en una selección de los mejores cortos de 2012, uno de los anteriores trabajos de la artista: Fuera de serie, pieza realizada para la exposición Ficciones en serie del festival SOS 4.8, donde la sevillana reciclaba el imaginario televisivo como zona de guerra entre lenguajes del poder y pequeñas resistencias.

En su web, Márgenes.org se autodefine como “un espacio que ofrece al gran público la posibilidad de acceder a películas españolas de calidad surgidas en la periferia de la industria cinematográfica convencional o de marcado carácter autoral. Una pantalla online dedicada a difundir la parte más inquieta, atractiva y desconocida de la creación audiovisual española actual. Una herramienta de exhibición, observación, y promoción especializada en cine español independiente y de calidad”. Dentro de unos días, en el marco del festival Punto de Vista, tendrá su puesta de largo PLAT, otra plataforma online dispuesta a dar visibilidad a las propuestas más experimentales de la creación audiovisual española de última hora. Márgenes y PLAT son dos gratos síntomas de un mismo cambio: hay vida más allá de Lo imposible y Tengo ganas de ti, éxitos de taquilla incontestables del reciente cine español, y, también, hay mucho cine español (o muchas mutaciones posibles a partir de su cuerpo central) que atender más allá de los radares académicos del Goya.

Sé villana. La Sevilla del Diablo, trabajo que realizó María Cañas en el laboratorio Sobre Leviatán (detener el tren de la historia), enmarcado en las Jornadas sobre Capital y Territorio III (de la naturaleza de la economía política... y de los comunes) del programa Arte y Pensamiento de la Universidad Internacional de Andalucía, no es exactamente vídeo-arte, ni un film-ensayo, pero su condición de descendiente apocalíptica del Vivir en Sevilla de Gonzalo García Pelayo parece evidente. Sé villana es un trabajo de 40 minutos en el que María Cañas combina imágenes y voces para reivindicar una Sevilla que no es la que sacó pecho en la Expo’92, ni la que conforma ese rostro visible de la Semana Santa y la Feria de Abril que ha pasado sin tensiones del blanco y negro del No-Do a los colores tóxicos de las pantallas planas en alta definición. En su repertorio de imágenes, Cañas también reivindica las zonas de marginalidad como un territorio de cuestionamiento de los discursos oficiales. “Sé villana (La Sevilla del Diablo) es un homenaje a la humanidad más aperreá. Es un muestrario sobre la industria de los fanatismos y un homenaje a la fuerza de los débiles, perros verdes, poetas, exiliados, locos, prostitutas… A la sabiduría y creación popular. Al pueblo no sólo como cantera de materiales folclóricos, sino como auténtico protagonista de la historia y que tiene el poder de detener el tren de la historia”, afirma la artista. En sus imágenes confluyen niños disfrazados de paso de Semana Santa, chabolismos pertinaces, infantes carpetovetónicos haciendo cucamonas sacrosantas ante la mirada de Juan y Medio, Mel Brooks, Dom DeLuise y Marty Feldman encarnando a unos flamencos de pega en La última locura (1976), émulos de Michael Jackson transformados en declinaciones inesperadas de Camarón de la Isla, una escultura de la Duquesa de Alba con antifaz rojo de villana de folletín, prostitutas conscientes de que su energía puede transformarse y desplazarse pero nunca destruirse, Farruquito y marchas de procesión con arrogante espíritu AOR… María Cañas no propone un viaje por el lado salvaje de Sevilla, sino algo muy parecido a lo que hacían los personajes de García Pelayo: una deriva cargada de intención, que desvela la ciudad invisible bajo la visible y reivindica el tejido urbano como un milhojas de discursos impuestos en cuya base palpita esa vida terrible e indomable que, siempre, acabará abriéndose paso.

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