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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

El futuro de los colectivos ciclistas es el futuro de nuestras ciudades

Así lucía La Térmica de Málaga, sede del Congreso (foto de Isabel Ramis, muevetenebicipormadrid.com).

Pedro Bravo

Como alguien me comentó el otro día en Málaga, no se trata de que haya más bicis, y mucho menos si es a costa de quitar peatones y usuarios del transporte público de las calles. Ese alguien, de cuyo nombre no hace falta que me acuerde, era uno de los casi 200 asistentes al XII Congreso Ibérico La bicicleta y la ciudad de la coordinadora ConBici y organizado por el colectivo malagueño Ruedas Redondas. Ese alguien no tiene nombre aquí porque, en realidad, retrataba el sentir de la mayoría de asistentes al evento.

En efecto, el objetivo no es que haya más bicis en cada ciudad, sino lograr mejores ciudades. Y eso, tras lo visto y oído en Málaga (donde estuve participando en una mesa sobre comunicación), parece que lo tienen claro los colectivos ciclistas ibéricos. Lo cuento porque tengo la sensación de que a veces se percibe el trabajo de éstos como una defensa de los derechos de unos —los de las bicis— frente a los de los demás. Lo cuento porque quizás esa sensación se tiene porque estos colectivos no terminan de saber contarse bien y por eso no se valora lo mucho y bueno que han hecho para que muchas ciudades de por aquí sean más habitables. Ni todo lo que pueden seguir haciendo.

Por ejemplo, habría que preguntarse qué sería del buen ejemplo de San Sebastián sin el trabajo de Kalapie. O si todo lo que luce ahora Sevilla luciría igual sin el conocimiento y las ganas de A Contramano. O si Valencia tiene el alto uso de la bici que tiene gracias a un Ayuntamiento que suele pasar a grande, pares y juego o, más bien, por las tareas de sensibilización que realiza Valencia en Bici.

De hecho, si no fuese por el empeño de ConBici, la coordinadora que aglutina a las principales asociaciones ciclistas de España, ahora mismo estaría escribiendo este texto con el casco obligatorio que la DGT quiso imponer a las personas que van en bici en ciudad. La pelea por algo tan esencial para no frenar el fomento del uso de la bicicleta en España —sin entrar en este jaleo otra vez, está bien demostrado que las leyes que imponen el casco en ciudad consiguen que baje el número de ciclistas y, por tanto, suban los problemas de tráfico, contaminación y accidentes graves— fue un momento importante para ConBici y los colectivos ciclistas. Un buena excusa para unirse y fortalecerse. Y para hacerse oír y que se viesen los resultados de su trabajo.

La bicicleta como síntoma de calidad de vida

Y los resultados son que cada vez hay más bicis circulando con normalidad en nuestras ciudades. Y eso, que haya más bicis, es uno de los síntomas para reconocer a las urbes a las que se suele calificar como mejores para vivir. Y, además, puede servir como brecha para introducir otras mejoras como movilidad sostenible en general, recuperación del espacio público para las personas, corrección de desigualdades, urbanismo social, presupuestos participativos, salud, medioambiente, zonas verdes… Ésta es la oportunidad: la bici está presente tanto en los medios como en el debate de lo público y a través de ella podemos lograr abrir otros melones que traten de cambiar las condiciones de vida en nuestras urbes.

Y aquí, creo yo, está también el reto de ConBici y de los colectivos ciclistas en general. Fomentar la bicicleta, sí, pero también trabajar por ciudades más amables en las que los peatones tengan su espacio. Fomentar la bicicleta, claro, pero de la mano de otras gentes que trabajan desde otros lados en el mismo sentido (empresarios de la cosa, artistas, talleres, grupos de BMX o piñón fijo, diseñadores…). Fomentar la bicicleta, por supuesto, pero hacerlo de forma inclusiva y coordinada con todos —urbanistas, arquitectos, colectivos sociales, vecinos— los que se lo curran para que la ciudad sea más humana.

Después de muchos años en los que los colectivos se han estado batiendo el cobre en solitario, hace tiempo que hay mucha gente haciendo cosas que suman. Además, hoy como nunca está en España revoloteando la pregunta de cómo queremos vivir y hay muchas personas proponiendo interesantes respuestas. Y sería justo y necesario que se mezclasen unos con otros y las preguntas y las respuestas se hiciesen y diesen en común. Por tanto, quizá sea esta comunión la evolución necesaria. De hecho, probablemente vaya a serlo de alguna manera, o eso es lo que percibí durante los días pasados en Málaga. Por eso fueron buenos días. Por eso, y por los espetos de sardinas.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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