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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Que el miedo no nos impida ver el bosque: la ciudad es de todos y para todos

Esta imagen del antes y después de Ámsterdam demuestra que el cambio es posible si se superan las resistencias

Pedro Bravo

La resistencia al cambio es una de las características más fascinantes del ser humano. Es todo un espectáculo observar, observarnos, mantener una costumbre que nos hace mal y negarnos a cambiarla por un miedo a hacer otra cosa que escondemos con argumentos como “eso es una locura” cuando lo loco es justo quedarnos como estamos. Por supuesto, esto es aplicable ahora mismo a los inquietantes tejemanejes de Esperanza Aguirre y Xavier Trias para no perder el tacto del sillón de cuero.

Su estrategia de comunicación es evidente: jugar la bola del miedo. Del miedo al cambio, claro. Pasan a la opinión pública pelotas con el nombre de Venezuela, Bin Laden, Stalin y hasta de Hitler; se ponen el traje de la normalidad y la decencia; se apropian del significado de la palabra democracia y montan un espectáculo de política de la fea que salpica a un montón de gente que cree en las noticias industriales y en los hoax de las redes sociales como si fueran dogma de fe. Así, los hay que se muestran temerosos de cosas que no vienen en ningún programa (no, no está lo de convertir el Club de Campo en una granja ni lo del toque de queda nocturno para hombres), los que dicen que las intenciones de parar desahucios van a terminar con el mercado inmobiliario (ay, los Encinar), los que montan manifestaciones de confluencia contra la confluencia o los que predicen con alegría sincera un Tamayazo.

Siento tener que hablar de todo esto aquí, pero está en el aire que respira Madrid. Claro que también hay muchas ganas de que no siga todo igual. Y merece la pena por eso recordar un caso que me devuelve al tema: el de los holandeses y sus bicis.

Circula estos días por redes sociales una foto del antes y el después de una calle de Ámsterdam que demuestra que los holandeses no es que estén genéticamente preparados para ir en bici por ciudad, sino que se lo curraron para que así haya sido. Fue hace muchos años cuando empezó un proceso que sigue en marcha: el de devolver la ciudad a las personas. Fue en los 70, cuando las urbes holandesas, como todas, estaban atiborrándose de coches, siendo diseñadas para ellos. Fue porque la sociedad civil, la gente, que allí ya estaba bien movilizada y cohesionada, empezó a protestar por lo que eso estaba provocando: miles de muertes por accidente, problemas de salud, inseguridad, ruido, perdida de calidad de vida.

Los movimientos ciudadanos empujaron a los legisladores a tomar una decisión que fue potenciada por la crisis del petróleo. Y las ciudades empezaron a cambiar. Y siguen cambiando y por eso ahora lo que se hace allí es ejemplo para lo que se puede hacer en el resto del mundo. Pero, ojo, la posibilidad de cambio no es sólo cosa de europeos del norte, altos, rubios y presuntamente más civilizados que nosotros.

En Sevilla, hace diez años, pasó algo parecido. La voluntad de algunos ciudadanos impulsó una decisión política valiente que acabó transformando la capital andaluza, que pasó de un dato mínimo de usos diarios de la bicicleta al considerable porcentaje que luce hoy. Sevilla, por eso, también es modelo para muchas ciudades españolas y de todo el planeta.

¿Hubo resistencia al cambio? Claro. En Sevilla se armó un buen pitote para luchar contra esa transformación. Los medios atacaron, los articulistas bramaron, muchos ciudadanos se negaron. Hoy presumen, todos a una, de tranvía, de calles peatonales y de bicicletas. Hoy nadie se acuerda (mucho) del trauma que supuso el miedo al cambio.

Estamos en un momento importante en España y, sobre todo, en ciudades como Madrid y Barcelona. Un momento de cambio. Hay quienes se niegan a aceptarlo, bien porque eso les baja del sillón o bien porque se lo están contando de malas maneras. Es normal que haya resistencia pero no es bueno que haya miedo. La ciudad es un punto de encuentro, la ciudad es un espacio de todos y para todos. Lo compartimos a pesar de nuestras diferencias y los debemos disfrutar desde lo que nos une. Es bueno que cambiemos y que nos encontremos en ese cambio, que lo descubramos con algo normal y como una evolución de nosotros mismos. Y que trabajemos (todos) para que el cambio sea a mejor. De hecho, el cambio debería ser constante. De hecho, la capacidad para evolucionar es, ésta sí, el rasgo más determinante del ser humano. El más fascinante de todos.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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