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“Gobernabilidad” neoliberal o Democracia

Javier Franzé

Lo que estaba en juego en el referéndum griego del pasado domingo era el lugar de la soberanía popular en las democracias europeas. El triunfo del No recoloca esa voluntad popular en el centro de la democracia. No solo por el rechazo de las políticas neoliberales de la Unión Europea, sino también y especialmente por la repolitización de la economía en particular, y de las decisiones políticas en general, que supuso.

En efecto, la diferencia central entre la posición del No y la del Sí no consistía en su evaluación de la propuesta neoliberal de la Unión Europea, sino en algo previo: en la comprensión de la economía como asunto político y no técnico. Todas las otras diferencias se derivan de esta: precisamente porque la economía es política, no es necesaria sino contingente y se puede decidir sobre ella.

La despolitización de la economía comienza por presentarla como un subsistema o ámbito de la sociedad, típicamente opuesto al Estado, regido por unas leyes propias acordes a la naturaleza humana egoísta. Dado que el ajuste como “solución” se adaptaría a esto, pues lo proponen expertos que conocen “la” economía, es neutral, racional, técnico y, por tanto, eficiente.

El gran éxito neoliberal ha sido cultural: despolitizar la vida pública y dirigir los deseos al mundo del consumo. Así, el ciudadano devino consumidor y la política asunto de élites “que saben de lo que hablan”.

Este triunfo cultural neoliberal —respuesta a la movilización de los sesenta y setenta— agostó la democracia. Porque si el colectivo que debe ejercer la decisión se representa el objeto de la misma como algo natural solo manejable por expertos, la democracia se retira de los asuntos clave de la vida colectiva.

Este relato neoliberal comenzó a edificarse en la década de 1970, cuando autores como Nozick, Buchanan o Friedman imputaban la crisis de las democracias a la “sobrecarga” de demandas al Estado. La sociedad, añiñada por un Estado benefactor que todo le concedía, violaba con sus infinitos deseos las leyes de la economía, obligando a un crecimiento desmedido del sector público. Comenzaba la rebelión neoconsevadora contra el Estado de Bienestar.

Desde los ‘90, un nuevo término vino a reactualizar y pofundizar el concepto: “gobernabilidad”, que en su uso más habitual refiere al no rebasamiento de las demandas ciudadanas de la capacidad de respuesta estatal, enfatizando la estabilidad, previsibilidad y “eficiencia” de los gobiernos. Su éxito en los medios, la clase política, las elites financieras, los organismos internacionales y la academia ha logrado naturalizarlo como objetivo autoevidente de toda democracia “de calidad”.

Jacques Rancière desveló el significado de esta mirada neoliberal: para ella, “lo que provoca la crisis del gobierno democrático no es otra cosa que la intensidad de la vida democrática” (El odio a la democracia, p. 18). En efecto, la perspectiva neoliberal que encierra esta “gobernabilidad” no significa sino una nueva versión del rechazo de las implicaciones más profundas de la democracia, la capacidad de decidir sobre los asuntos que hacen a la vida colectiva. “Gobernabilidad” —bajo este uso— es el nombre actual de la tradicional exigencia liberal-conservadora de orden, entendido como primacía de un saber experto en manos de unas élites, a fin de controlar los deseos infantiles de las masas.

Sólo a partir de allí se puede afirmar, como se ha escuchado en los medios españoles, que lamentablemente ahora Grecia se va a sentir con derecho a hablar sobre la deuda, o que la victoria del No produce un embrollo democrático enorme, el de encajar la voluntad de los griegos con la del resto de los socios europeos. Como si fuera más democrático que Grecia no tuviera —ni sintiera poseerlo— el derecho a hablar sobre su futuro, y que prevaleciera la voluntad de la troika sobre la del pueblo griego. En la misma línea, el líder de Ciudadanos llegó a afirmar en un tuit que “los extremos celebran el No griego al Euro, Syriza, Le Pen y Podemos. Necesitamos política de altura y sensata en la UE”, contraponiendo el 61% del pueblo griego a una presunta racionalidad política ausente.

La disputa por la reconstrucción de Grecia y de la Unión Europea enfrenta a aquellos que quieren gobernabilidad como subordinación de la soberanía popular al orden del capital y los que buscan la democracia como soberanía popular. Por eso lo de domingo pasado en Grecia ha sido un pequeño gran paso en favor del retorno de la política. Más concretamente, de la política democrática.

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