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“Dejo la política” en vez de “me han despedido”

Los seguidores de Aznar lo tienen difícil para repetir en las listas que prepara Rajoy.

Ana R. Cañil

Si las puñaladas políticas se materializaran físicamente en la vida real, el afilador que aún recorre algunas calles de Madrid con su bicicleta y su flauta de Pan, haría su agosto este otoño alrededor de Génova y Ferraz, las sedes centrales del PP y el PSOE. Sus principales clientes serían las decenas de diputados de ambos partidos que estos días matan por entrar en la listas a las elecciones generales del 20 de diciembre.

Ese 20D, según los datos que manejan las empresas demoscópicas, los de Rajoy obtendrían entre 130-140 diputados. Ahora se sientan en 187 escaños. El PSOE puede oscilar entre los 110 y 120 escaños, ahora 109. Obtendría una representación similar a la actual, pero con menos votos. Los dos partidos emergentes, que iban a romper el bipartidismo, Ciudadanos y Podemos, se repartirán alrededor de siete millones de votos. Son datos anteriores a las elecciones catalanas del pasado domingo 27, donde C's fue el ganador y Podemos defraudó.

La cuestión es que los populares pueden perder más de cuarenta escaños. Traducido al román paladino, cuarenta señorías –por lo menos- se quedan sin trabajo. Sin un buen trabajo, porque no hay sitio en los primeros puestos de las listas electorales. Muchos de ellos se van después de décadas en el Congreso de los Diputados.

Las primeras víctimas serán los de la etiqueta de aznaristas. Se habla hasta de las cabezas mejor amuebladas, quienes lo fueron casi todo para Aznar en La Moncloa. Es el caso de Carlos Aragonés –en su momento, el fontanero de oro de Aznar- o Gabriel Elorriaga, otra pieza clave en aquellos tiempos. ¿Su pecado? Los sorayos –el equipo que rodea a Sáenz de Santamaría- y otros personajes más chuscos, nunca les van a perdonar las miradas intelectuales por encima del hombro y cuestionan su lealtad. En el caso de Elorriaga, sus buenas relaciones con Israel y su trabajo como ponente en la ley que otorga la ciudadanía española a los judíos de origen sefardí, pueden resultar clave para mantenerle.

A los dos citados por relevantes se unen un tropel de personajes vinculados a FAES –el think tank de Aznar, que no del PP de Rajoy- como el mismo Jaime García-Legaz, secretario de Estado de Comercio, desaparecido en combate tras su relación con el Pequeño Nicolás o el ínclito Miguel Ángel Cortés. También se barajan posibles nombres que han ayudado a Aznar a pergeñar el comunicado contra Rajoy tras las catalanas, siempre alrededor de FAES.

Otros casos aparte son el modelo Vicente Martínez Pujalte, que como el exministro socialista Jesus Caldera y tantos otros, utilizan el eufemismo tan socorrido en estos casos de “dejo la política”, en vez de la pura realidad de “no voy en las listas, estoy despedido”.

En el PSOE la batalla de estos días por ver quién es más miserable a la hora de apuñalar por un puesto en la lista correspondiente, no es diferente. Como ejemplo, ahí está lo que cuesta cerrar la de Madrid, donde no hacen sino producirse sorpresas e indicios de lo que pasa en otros sitios del país. El nombramiento de la catalana Meritxell Batet como número dos por la capital tiene que ver con su ascenso en la cúpula que rodea a Pedro Sánchez, pero también con la relación y el poder de maniobra de Carme Chacón en Cataluña, donde la exministra de Defensa no para de trabajar para elaborar una lista a su medida. El olor a poder que regresa a las filas socialistas, ante la posibilidad de un Gobierno de Pedro Sánchez con apoyo de uno de los partidos emergentes –Ciudadanos o Podemos–, lleva a pensar en estrategias de todo tipo. Por ejemplo, en un eventual Gobierno de Sánchez ¿cuántos ministros catalanes puede haber? ¿Y mujeres ministras que encima sean catalanas?

Los que se van a quedar en la calle, sin escaño después de lustros o décadas en el Parlamento, tienen las preocupaciones cotidianas de millones de españoles. Ya no hay tantas puertas giratorias –salvo que se confirme el fichaje de Trinidad Jiménez por Alierta en Telefónica- o las hay menos y el reciclaje para volver a ser profesor, abogado o sociólogo es duro después de los 45 o 50. Y hay que seguir pagando las universidades, la primera –y segunda vivienda–, los coches, la vida de clase media acomodada –o muy alta en el caso de muchos de ellos– y el cielo cae sobre sus cabezas, como ha caído sobre la de millones de españoles desde el año 2008 que estalló la crisis. Sobre miserias, ya se sabe, es más fácil subir rápido, escalar, que aprender a bajar con dignidad.

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