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El mapa de la patria

Miguel Roig

                                                             «Es lamentable que para ser un patriota primero haya que convertir en enemigos al resto del mundo» Voltaire

               

El historiador británico Leslie Sthephen, padre de Virginia Woolf, es el que acuñó el término «madre patria» para crear un relato de sostenimiento del menguante colonialismo inglés en la segunda mitad del siglo XIX. Patria, a secas, es un socorrido término que aquí, en España, ha puesto en circulación Íñigo Errejón, tomado del kirchnerismo argentino —«La patria es el otro», fue una de las consignas centrales de Cristina Fernádez— y, como señala la politóloga Máriam Martínez-Bascuñan, «primavera patriótica» es la actualización que Mariane Le Pen le ha dado a un supuesto movimiento liberador que recorre Europa.

Los votantes de la tercera edad, los mismos que retiene el Partido Popular y que le permite conservar alrededor del  30% de los votos, demasiados sin duda –ya hay, en España, más decesos que nacimientos—, son los que le han dado el triunfo al Brexit en el Reino Unido y, por supuesto, una de las claves emocionales de la adhesión de ese segmento de la población fue la apelación a los ecos del Imperio y al sentimiento patriótico.

Tanto en la City londinense como en el continente el foco sigue centrado en las bolsas y en la volatilidad financiera. Lo volatilidad social, principal causa de la primavera que promulga Le Pen parece no tener cabida ni en los periódicos ni en la mayoría de los políticos. Ahora se hace hincapié en el error de David Cameron al convocar un referéndum que perdió para salvar su gobierno. Mal alumno. Tendría que haber atendido a una máxima de Margaret Thatcher quien sostenía que los referéndums son recursos de los dictadores y los demagogos, pensamiento del primer ministro laborista Clement Attlee, a quien Thatcher admiraba tanto como a Tony Blair —«mi mayor logro», llegó a decir. Por cierto, Blair ahora afirma que el Brexit es la prueba de que «una política insurgente puede tomar un país». Desde una posición menos mediática pero no por ello menos certera, Sol Sánchez, exvicepresidenta de ATTAC España y candidata a diputada por UP, se preguntaba porqué las autoridades europeas alentaron la salida de Grecia y ahora se inmolan ante el abandono del Reino Unido.

La comunidad de países europeos es, se sabe, una unión económica desligada de la comunión social y solidaria de naciones que se invoca de tanto en tanto en algún discurso oficial, en los que no se suele escuchar la palabra patria; en ese contexto se sustituye por otra abstracción o, à la mode, un significante flotante: crecimiento.

Borges escribió un cuento diminuto en el que habla del afán cartográfico de un imperio en el que los mapas de las provincias tenían el desmesurado tamaño de las ciudades y, no conformes, llegaron a construir uno de la dimensión misma del imperio. Las generaciones posteriores entendieron la inutilidad del emprendimiento y lo abandonaron a merced de las inclemencias del tiempo que lo fue destruyendo poco a poco. La construcción europea no parece ser otra cosa que ese mapa inútil configurado ahora por razones monetaristas antitéticas con el contrato social. La misma obsesión por hacer un mapa a la medida de un territorio es entender esa comunidad solo como fuente de beneficios inconmensurables cubriendo con ellos a una población que se ahoga ante el fin del trabajo, la extinción de los derechos básicos y negación de la solidaridad.

Bauman sostiene que el muro de Berlín ha sido sustituido por otro, invisible y móvil, que se sitúa entre la minoría incluida y la inmensa masa creciente de excluidos, el precariado. Esos son los que han abandonado de verdad a la comunidad europea, los mismos ciudadanos a los que ahora se les ofrece una patria. O tal vez se refieran la los restos despedazados de aquel mapa que, como cuenta Borges, acabaron habitados por mendigos y animales.

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