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Ortega y Gasset, sin crucifijo

Andrés Ortega

En este país, escribió José Ortega y Gasset, “es difícil hasta morirse”. Pero incluso después de muerto, algunos intentan clavar más clavos, o espinas, en el ataúd. Es lo que le pasó al filósofo tras su muerte cuando la prensa nacional-católica intentó diseminar el bulo de que había fallecido reconciliándose con la Iglesia (católica claro, pues no parecía existir otra).

Pero resulta sorprendente que más de 60 años después de su muerte, El País, un periódico que otorga unos premios de periodismo que llevan su nombre, titulara (26.11.2016) una supuesta noticia así, afirmativamente y en destacada contraportada (para los que aún leen en papel): Ortega y Gasset murió besando un crucifijo.

El autor del reportaje, Juan Jesús Aznarez, es un buen periodista, pero en esto ha fallado. Si hubiera preguntado o leído lo que, por ejemplo, José Ortega Spottorno (mi padre) escribió en Los Ortega, ahora reeditado por Taurus, u otros estudios bien documentados, quizás hubiera evitado estos y otros errores.

Ortega y Gasset, además, perteneció a la llamada Generación del 14, no del 98 ni del 27, como parece señalar el artículo.

La noticia de El País, que en 2008 ya había vuelto sobre el tema pero desmintiéndolo, se basa en una carta de Carmen Castro al colegio Lecároz, y subraya en el sumario que el pensador “falleció reconciliado con la Iglesia”.

De vuelta a 1955. Carmen Castro era hija de Américo Castro y acabó casándose con Xavier Zubiri, sacerdote que, aparentemente, colgó los hábitos para desposarse. Aznarez lo describe como “discípulo favorito del filósofo”, lo que no es verdad.

Ortega siempre trató de mantener una distancia con la Iglesia católica. En 1910 se casó con Rosa Spottorno por la Iglesia, pero como no católico, algo que por entonces no se llevaba –ahora es mucho más común–, pero él había estudiado esa posibilidad, razón por la cual la ceremonia no se celebró en una iglesia sino en casa de los Spottorno en la plaza de Colón.

Su hijo José lo explicó bien: Ortega y Gasset fue “acatólico, mas no anticlerical” y siempre quiso mantener una distancia entre su vida profesional y la Iglesia. Aunque de acuerdo con el contrato matrimonial y las creencias de su mujer, bautizó a sus hijos e hicieron la primera comunión, los educó en el laico y liberal Instituto Escuela. Abandonaron sin trauma alguno este marco religioso, como bien recuerda Javier Zamora en su introducción al libro colectivo, con ocasión del centenario de su nacimiento, José Ortega Spottorno. Un editor puente entre generaciones, editado por la historiadora Mercedes Cabrera.

Ni Carmen Castro ni Zubiri estaban en la habitación donde, tras una grave operación por el cáncer, yacía el moribundo Ortega y Gasset, con su conciencia muy debilitada. Por allí llegó el padre agustino Félix García, amigo de la familia y muy dado a ir a las casas donde estaban muriendo intelectuales rebeldes con la Iglesia católica.

La esposa de Ortega, Rosa Spottorno, apoyada por mi madre, Simone Klein, ambas creyentes, autorizó al sacerdote a dar la extremaunción a un enfermo que había perdido prácticamente la conciencia y la voluntad. Ninguno de los presentes habló posteriormente de confesión alguna ni de crucifijos. Mas de ahí salió el bulo. Ortega Spottorno cuenta que su padre, “ya poco consciente” a quien debió ver entrar en la habitación fue al amigo Felix García, no al sacerdote.

Después de la muerte, la prensa nacional-católica, especialmente el YA, intentó aprovechar la situación para difundir la idea de la vuelta al redil en los últimos trances del filósofo. Sus tres hijos, Miguel, Soledad y José, escribieron al entonces ministro de Educación, Joaquín Ruiz Jiménez, una carta muy pulcra –eran esos tiempos– para dar su versión de los hechos.

En ella señalaban que “atendimos al deseo ferviente de nuestra madre de que lo visitase el padre Félix García, por cuya persona y por cuya Orden había tenido nuestro padre siempre clara simpatía, y el padre Félix, según nos dijo, le administró la absolución ”sub conditione“ con la aquiescencia de nuestro padre. Si esto lo hizo con la cabeza clara –que hasta ese mismo momento y en la medida que los ojos humanos de los médicos y de la familia, estaba impresionantemente perdida –o si lo hizo con la conciencia disminuida, es punto que como ha dicho el padre Félix en su artículo del ABC –en el que demuestra tener gran corazón e inteligencia– pertenece al misterio de Dios”.

La carta no se publicó. Los hijos no acudieron a la misa que organizó el ministro con esa ocasión.

La carta señalaba el hecho de que “nuestro padre puso durante toda su vida –y a la vez que Dios estuvo presente en su obra– el más pulcro cuidado, dentro del máximo respeto, de que todos sus actos –aun de los que pudieran parecer más nimios-, mostrasen su voluntad de vivir acatólicamente, es cosa de la que no cabe a nadie la menor duda. Y de que, aun horas antes de la operación seguía en el mismo sentimiento y en semejante actitud no nos cabe duda tampoco a nosotros, por cosas que nos dijo en esos momentos. Después de la operación, sólo Dios lo sabe”.

El tono de la carta responde a la época. No se podía decir entonces en qué Dios se pensaba, pero el de Ortega era más bien el de Spinoza o el de Einstein. Resulta insólito que 61 años después, se intente resucitar aquella versión manipulada por los sectores ultracatólicos, una parte de los cuales intentaría tras su muerte incluir las obras de Ortega y Gasset en el Índice de Libros Prohibidos del Vaticano, con lo que tampoco se hubiera podido difundir en aquella España.

Sabiendo lo que es este país y recordando lo que ocurrió con su padre, el nuestro, cuando ya estaba próximo a fallecer en 2002, nos pidió a mi hermano José, médico, y a mí, que entonces estábamos a solas con él en su habitación: “No dejéis que vuestra madre me traiga un cura”. Cosas todas muy personales. Pero que nos han de hacer rememorar lo que ha sido, y al parecer aún es en parte, este país. Aunque resulte cansino tener que repetir las cosas de tiempo en tiempo. Las noticias falsas, como ésta que aún resurge de vez en cuando, no son únicamente propias de la era de las redes sociales.

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