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¿Cómo es posible recaudar tan poco con los tipos marginales más altos de Europa?

J. Ignacio Conde Ruiz

El hecho de que España sea el país de la OCDE donde más han caído los ingresos como porcentaje del PIB durante la crisis es una señal evidente de que el sistema impositivo no funciona: hemos pasado de recaudar un 41% a recaudar tan solo el 36%. Nuestra crisis fiscal es, por tanto, una crisis de ingresos.

Si analizamos la recaudación por tipo de impuesto, vemos cómo España recauda por debajo de la media en los dos más importantes. En el año 2011, España ingresó un 9,3% del PIB del impuesto sobre la renta, pero la media de la UE-27 es un 11,7% (Italia el 13,8%, UK el 13,2%, Alemania el 11,2% o Francia el 10,1%). Si analizamos el impuesto de sociedades, recaudamos el 1,9% del PIB, frente al 2,5% de la media de la UE-27 (Italia el 2,3%, UK el 3,1%, Alemania el 2,6% o Francia el 2,3%. Incluso Irlanda, casi un paraíso fiscal para las empresas, recauda más que España en el Impuesto de Sociedades: el 2,4% de su PIB.

Uno podría pensar que en España recaudamos menos porque tenemos los tipos impositivos más bajos que la media. No es el caso. En el IRPF, el tipo marginal más alto es el 52% (llegando al 56% en algunas CCAA con el tipo autonómico), mientras que la media de la OCDE esta en el 41,57%. Si miramos el Impuesto de Sociedades, el tipo es el 30%, mientras que la media de la OCDE es el 25,4%.

Entonces, ¿cómo es posible tener unos marginales tan elevados y una recaudación tan baja? La única posibilidad es que las bases impositivas, donde se aplican estos tipos tan elevados, escapen de la aplicación de dichos tipos. Hay tres explicaciones:

La economía sumergida. Ante unos tipos marginales tan elevados, es posible que algunas actividades quieran escapar de ellos pasándose a la economía sumergida. Aunque por definición es imposible medir con precisión el tamaño de la economía sumergida, lo cierto es que los distintos estudios reflejan que en España la economía sumergida es 5 puntos de PIB mayor que la de los países más avanzados en la lucha contra el fraude, como Suecia o Alemania. Es decir, si conseguimos ser Suecia (lo cual no será fácil, llevará unos cuantos años), en el mejor de los casos tendremos un PIB un 5% más grande que, traducido en recaudación, nos daría un 2% de PIB más en ingresos. Aunque no solucionaría completamente el problema del déficit, la lucha contra el fraude debe ser un objetivo de política económica de primer nivel: permitirá a las empresas más eficientes, y que no escapan del fisco, competir en igualdad de condiciones con aquellas que solo son competitivas por no pagar impuestos. Sin embargo, hay que ser conscientes de que, si se elimina el fraude, es muy probable que muchas empresas pequeñas e ineficientes desaparezcan de la economía.

Un país poco atractivo para el capital humano cualificado y el capital físico. El tener unos tipos más elevados que en otros países puede generar que los trabajadores más cualificados o la inversión más productiva decida moverse o instalarse en otro país más atractivo. Si así fuera, el problema sería de primer orden, pues al final solo saldremos de donde estamos si somos capaces de crecer, y la única vía para ello es poner a los más de 6 millones de desempleados a trabajar. Y solo trabajarán si se crean nuevas empresas que los contraten o si las empresas que tenemos se vuelven más eficientes o competitivas y crecen. Lo primero solo se consigue atrayendo inversión y lo segundo atrayendo al mejor capital humano o a los mejores directivos. Ambas cosas, solo se logran con una fiscalidad más atractiva que la media. Durante los próximos años, debido al fuerte endeudamiento publico y privado, solo seremos capaces de aumentar la producción para venderla fuera. Y si el mercado esta fuera, no hay ninguna razón para pensar que la inversión y los mejores directivos tengan un especial atractivo por situarse en España.

Las altas deducciones fiscales existentes. Lo absurdo del sistema impositivo en España es, que a pesar de tener unos tipos elevados, los tipos efectivos son muy bajos. Así en el IRPF el tipo efectivo medio es del 15,1% y el tipo efectivo en el impuesto de sociedades es del 17,7%. ¿Cómo es posible? La respuesta es sencilla: debido a la gran cantidad de deducciones que tenemos, al final lo que se paga es una cantidad muy inferior a la que determinan los tipos. En total, en el año 2011, las deducciones del IRPF ascendieron a más de 11.819 millones (el 17% de la recaudación del IRPF) y las del impuesto de sociedades hasta 2.514 millones (el 15% del total recaudado con el impuesto de sociedades).

En resumen: tenemos un sistema impositivo muy ineficiente con tipos marginales muy distorsionantes que apenas recaudan y con tipos efectivos muy bajos debido a la gran maraña de deducciones fiscales existentes. Es lo peor de ambos mundos: un sistema fiscal que, en apariencia, parece muy estricto (y no es nada atractivo para la inversión extranjera), pero que en la práctica recauda muy poco por la enorme cantidad de deducciones.

Si el Gobierno rebajase el máximo del IRPF para situarlo en la media de la OCDE (41,57%), dejaría de recaudar un máximo de 1.940 millones de euros, ¡seis veces menos de lo que el Estado deja de ingresar con las deducciones en dicho impuesto! Es decir: bajar el marginal al 41,57% y eliminar las deducciones podría suponer unos ingresos de cerca de 10.000 millones de euros (un 1% del PIB).

Hay que cambiar la filosofía. La redistribución no se hace con los ingresos, sino con los gastos. Es absurdo usar las deducciones como política de gasto, pues al final los que se benefician de ellas no son los más necesitados, sino los que generan renta suficiente para poder aplicárselas. Lo que en apariencia es una política redistributiva, acaba siendo justo al contrario, y son los contribuyentes con más ingresos quienes más se benefician del modelo fiscal. Es obvio el atractivo político que las deducciones tienen sobre nuestros dirigentes (tanto nacionales como regionales); las usan para satisfacer a sus lobbies y clientelas. Pero esta práctica ha generado unos impuestos que recaudan muy poco, elevan mucho los tipos marginales y dañan el crecimiento.

A este respecto, una reflexión: si lo que se pretende es aumentar los impuestos que pagan las familias más ricas ¿por qué no introducimos un nuevo impuesto a la riqueza? Tenemos el ejemplo de Francia, donde el impuesto de las grandes fortunas recauda el 0,23% del PIB. Es mucho más eficiente que una subida en el impuesto sobre la renta. La renta es un flujo que puede no producirse (si la imposición la hace poco rentable) o hacerse en otro país (si la imposición en otro país es más atractiva). La riqueza es un stock que, en muchos casos, es imposible de mover. La renta puede esconderse en un paraíso fiscal, pero es más complicado llevarse una mansión a Suiza.

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