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La Constitución de Europa

Dídac Gutiérrez

The Crisis of the European Union: A Response, Jürgen HabermasJürgen Habermas

“Los estados-nación deben verse progresivamente como miembros de la comunidad internacional. Ese es el desafío de las próximas dos décadas” (p.112).

El autor

Jürgen Habermas es uno de los filósofos alemanes más influyentes. En el campo de la política europea sus reflexiones sobre la necesidad de una ‘esfera pública’ continental cobraron un renovado interés en 2005, coincidiendo con los referéndums fallidos sobre la Constitución europea y la posterior ola de reflexiones académicas sobre el ‘déficit democrático’ y la crisis de legitimidad de la UE. Muchas de esas hipótesis son, a la luz de como se está gestionando la crisis en Europa, doblemente imprescindibles.

A lo largo de 40 años Habermas ha indagado en los conceptos de ‘cosmopolitismo’ y de ‘modernidad’, defendiendo en sus trabajos una visión kantiana de las relaciones internacionales, tal y como se percibe también en este último libro. Una buena manera de contextualizar al autor es mediante la lectura de los dos otros sociólogos de la ‘modernidad’: Zygmunt Bauman y su modernidad líquida, y Anthony Giddens y su postmodernidad. Todos ellos son referentes del rico debate académico que existe sobre la integración europea.

Nota lingüística

Con los libros originalmente en alemán siempre es complicado mantener la textualidad. Un ejemplo es la diferencia entre el título para la versión inglesa y la castellana. En castellano se publica como ‘La Constitución de Europa’, aunque el libro no hace referencia a la idea de Carta Magna, sino al proceso de ‘constituir’ un sistema político europeo que responda a las expectativas del autor. La misma idea que transmite el título escogido para el inglés, ‘The Crisis of the European Union, A Response’.

El ensayo

El punto de partida del libro es directo: la resolución de la crisis y el proceso de profundización de la Unión Económica y Monetaria requiere una dosis mayor de legitimidad. El autor también es diáfano respecto a la posible solución al problema: la comunidad internacional de estados debe transformarse en una comunidad cosmopolita de estados y ciudadanos del mundo (p.xi, prólogo). Habermas adapta dicho argumento al caso de la Unión Europea. Es decir, la comunidad europea de estados debe transformarse en una comunidad cosmopolita no sólo de estados sino también de ciudadanos europeos.

1) Por qué Europa es hoy en día, más que nunca, un proceso constituyente

Para el autor el proceso de integración europeo no sólo es relevante por las implicaciones internas, sino también porque representa un paso más hacia la construcción política de una sociedad global. Sin embargo dicha integración está hoy en día en peligro por dos razones: un cortoplacismo ciego que sólo focaliza en la resolución financiera, bancaria y monetaria de la crisis de la deuda –dejando de lado la profundización política-; y segundo la incapacidad de la política de reconocer la fuerza civilizadora detrás de lo que Habermas llama ‘la domesticación legal de la democracia’ en Europa (p.3).

Para el autor la estrategia cortoplacista para gestionar la crisis es doblemente incomprensible, teniendo en cuenta que existe un consenso amplio entre los expertos sobre las fallas fundacionales de la Unión Monetaria. El diagnóstico es inapelable: la Unión Europea no dispone de las competencias suficientes para regular aquellos sectores que están recrudeciendo la crisis. El verdadero desafío político en ese sentido no es otro que el de paliar el desequilibrio que existe entre las exigencias del mercado y el poder regulatorio de la política.

Vista la gravedad, se interroga el autor, lo lógico sería esperar que la clase política pusiera sus cartas sobre la mesa y tomara la iniciativa para explicar a la ciudadanía la diferencia entre los costos a corto plazo y los beneficios a largo plazo, en particular los beneficios del proyecto europeo (p.6). Pero para librar dicha batalla narrativa la clase política debería ser lo suficientemente valiente para dejar a un lado las encuestas de popularidad y confiar en el poder persuasivo de los buenos argumentos. Un camino tortuoso que ningún político continental parece estar dispuesto a cruzar.

Habermas señala que para muchos críticos de la integración europea la idea de una unión política queda invalidada por la ausencia de un ‘demos europeo’. Sin embargo, al final de la primera sección del libro, el autor argumenta que es precisamente la fragmentación de la política europea la que no nos permite ver que actualmente ya existe un proceso sistémico de integración de una sociedad cada vez más multicultural. El peligro no es la falta de ‘demos’, el peligro es que la política formal se convierta en el obstáculo para reconocer, proteger y consolidar los puentes que ya existen entre los ciudadanos europeos.

En un contexto así, nos dice Habermas, no hay que infravalorar la naturaleza del proyecto europeo como fuerza civilizadora. El objetivo no es otro que el de consolidar un proceso de transnacionalización de la soberanía popular a través de una alianza de estados democráticos. La UE ha conseguido lo que parecía utópico, por un lado que los estados miembro se subordinen a una legislación supranacional, y por el otro que ‘ciudadanos europeos’ –no sólo los estados- sean reconocidos como sujetos constituyentes de la comunidad política supranacional.

2) Europa debe decidir entre una democracia transnacional, o un federalismo ejecutivo post-democrático

En la segunda sección del libro Habermas desarrolla toda una argumentación para justificar que, a diferencia de la visión euro-escéptica, la transnacionalización de la soberanía popular no implica una pérdida de poder para los ciudadanos, ni tampoco una depreciación de legitimidad democrática. El autor utiliza los siguientes cinco argumentos:

  1. El primer argumento es que la propia definición de democracia requiere que en el contexto actual de globalización los sistemas de decisión política se extiendan más allá de las fronteras nacionales. Para Habermas ‘democracia’ significa que los receptores de las leyes son los mismos que sus autores, y que por lo tanto la estructura política en la que están representados debe poder traducir las mayorías políticas en decisiones legislativas (p.14). Este elemento es fundamental ya que para Habermas es muy diferente un sistema intergubernamental (donde cada estado tiene libertad de decidir), por otro auténticamente soberano donde la voluntad del pueblo se traduce en mayorías y en leyes. La ‘libertad de decidir’ es radicalmente diferente de la ‘libertad de hacer la ley’. Es por este motivo que restringir la soberanía de un estado pero a cambio transferir derechos soberanos a una entidad supranacional no implica una privación de democracia para los ciudadanos. Al contrario. Esta transferencia, siempre y cuando respete el sistema de representatividad democrática, consigue precisamente que se constitucionalice la autoridad política de los ciudadanos.
  2. El hecho que en derecho comunitario la regla sea que la ley europea prime sobre la ley de los estados miembros demuestra que el proceso de integración europeo no es otra cosa que el intento de constitucionalizar un principio utópico, revolucionario: a pesar de que no dispone del monopolio de la violencia legítima la Unión Europea es respetada por los sujetos con dicho monopolio (los estados). El proceso de integración europeo demuestra que se puede disociar el poder de sancionar, del poder de la ley. Para Habermas, los ciudadanos tienen todo el interés en seguir avanzando en la integración europea porque les garantizaría no sólo la primacía de la ley, sino la posibilidad de utilizarla un día de forma proactiva, para cambiar la sociedad (p.29).
  3. El tercer punto consiste en argumentar que con la introducción de la ciudadanía europea, y el reconocimiento de la UE como personalidad jurídica autónoma, los Tratados han confirmado que existe una fuente de legitimidad que emana directamente de los ciudadanos. El Tratado de Lisboa reconoce que la soberanía es ‘compartida’, entre los ciudadanos y los estados. La conclusión de Habermas es que la profundización de la democracia a nivel europeo empodera a los ciudadanos, pues les hace sujetos constituyentes en su doble personalidad, como ciudadanos europeos, y como ciudadanos de sus estados. La Unión Europea debe ser el ágora donde los ciudadanos europeos puedan expresar sus deseos y preferencias sobre el ‘interés general’ europeo.
  4. En la línea de su último punto, Habermas argumenta que si se asume que todos los ciudadanos son a la vez ciudadanos europeos, y ciudadanos de un estado miembro, la estructura institucional actual de la UE tiene fallas notables. Las elecciones al Parlamento Europeo deberían ser auténticamente transnacionales, con listas europeas y una ley electoral unificada. Además, la Comisión debería ser responsable frente al Parlamento Europeo y al Consejo por igual. Pero la auténtica anomalía institucional según Habermas, es el llamado Consejo Europeo (organización que junta anualmente a los Jefes de Estado y de Gobierno, sin poderes legislativos, pero si con el poder de fijar el ‘rumbo’ general de la UE). Las decisiones del Consejo Europeo no tienen fuerza legal, y sin embargo son los auténticos dueños de la autoridad política, en particular desde 2008 y la consiguiente gestión de la crisis económica (p.44).
  5. Llegados a éste punto el autor lanza una advertencia final. Sin la consolidación de un sentimiento de solidaridad cívica común a nivel continental no sirve de nada empoderar a los ciudadanos en su condición de ‘ciudadanos europeos’. El Parlamento Europeo será la ‘voz de Europa’ sólo si los ciudadanos se forman sus opiniones políticas más allá de las fronteras nacionales. Al igual que las lealtades evolucionan, y las naciones se construyen y reconstruyen, Habermas considera que la existencia de un ‘pueblo europeo’ debe afianzarse. Los intercambios multiculturales ya están allí, en la práctica, ‘Europa’ ya existe. A medida que los ciudadanos se den cuenta de cuán importante es la política europea para sus vidas, más interés tendrán en utilizar sus derechos democráticos como ciudadanos de la UE. [¿yo añadiría la educación también en la lista de elementos prioritarios por ‘europeizar’?].

El ensayo acaba trazando un paralelismo atrevido entre la construcción europea y la creación de una sociedad cosmopolita a nivel mundial. Para el sociólogo las relaciones internacionales (y la ONU) deberían garantizar un espacio de representación de los ciudadanos (como miembros de sus respectivos estados y a la vez como ‘ciudadanos del mundo’). Una conclusión kantiana para un mundo demasiado imperfecto.

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