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Estructura social y voto (II)

Joan-Josep Vallbé

And therefore I have sailed the seas and come

To the holy city of Byzantium. - W.B. Yeats

Es fácil escuchar a un ministro de Economía o un presidente del Gobierno decir que, a pesar de la situación económica, las pensiones van a subir o que no van a bajar, pero resulta impensable que, en la misma situación, vayan a decir que las dotaciones para becas de investigación están garantizadas. ¿Por qué?

Partamos de un esquema muy simple del funcionamiento del sistema político. En democracia, el objetivo de los partidos políticos es conseguir el número máximo de votos para poder gobernar. Para conseguirlo, los partidos compiten entre sí en las elecciones. Para poder competir, presentan programas (o mensajes) políticos con el objetivo de que éstos sean atractivos para los votantes. Para que sean atractivos para los votantes, los programas (o mensajes) deben ser lo suficientemente distintos entre sí. Estas diferencias se muestran especialmente en (1) el peso relativo que cada partido da en su programa a cada área de política pública (fiscalidad, defensa, cultura, sanidad, etc.) y en (2) la dirección que cada partido propone dar a cada una de sus propuestas de política pública, es decir, a quién benefician y perjudican las propuestas. En las elecciones, los votantes eligen al partido que, primero, se preocupe de los problemas que el votante valora y, segundo, que proponga soluciones que el votante perciba como beneficiosas (o no perjudiciales).

La primera entrada la dedicamos a ver qué partidos prefieren los votantes (agrupados en sectores sociales). En esta segunda giramos la pregunta: ¿a qué sectores sociales buscan (es decir, para quién gobernarían) los partidos con opciones de gobernar en España? La respuesta general a esta pregunta resulta obvia: a los sectores que les votan. ¿Cómo saber qué sectores de votantes son más buscados por los partidos?

Para mostrar la importancia relativa de cada sector social para los dos principales partidos necesitamos saber básicamente dos cosas. La primera, quién vota. La segunda, en qué medida los que votan lo hacen por los partidos con opciones de gobernar. Para ello utilizamos el gráfico siguiente, que se basa en los mismos datos referenciados en la primera entrada (pero sólo para la serie 1996-2011). En él mostramos, en negro, la suma del porcentaje de votos que PP y PSOE consiguen en cada sector social, y en gris el porcentaje de abstención dentro de cada sector social.

El gráfico muestra una coincidencia interesante: el grado de participación de los sectores sociales en España coincide con la distribución del apoyo que entre estos sectores sociales se da a los dos principales partidos. Es decir, aquellos sectores que más participan son los que más votan por los dos principales partidos políticos.

Por un lado, como recordaba recientemente Lluís Orriols, uno de los problemas principales de la abstención en la mayoría de las democracias es que ésta no se distribuye de forma igual entre los distintos sectores sociales. En esto, España no es una excepción. Los sectores que más participan en las elecciones son las clases medias, los jubilados y las personas que realizan trabajo doméstico no remunerado. En estos sectores la abstención rara vez supera el 20%. Por el contrario, los sectores que menos participan son los trabajadores menos cualificados, los parados y los jóvenes, entre los que la abstención casi nunca es inferior al 20% y tiene picos superiores al 30%. Los trabajadores cualificados (manuales o no) han presentado siempre tasas de abstención también superiores al 20%, pero en 2008 y 2011 el porcentaje se ha acercado al de las clases medias.

Por otro lado, la línea contínua negra del gráfico muestra la suma del porcentaje de voto que, en cada sector social, obtienen PP y PSOE. La línea horizontal discontínua marca el límite del 50% del voto. Así, aunque las diferencias no son tan evidentes como en el caso de la abstención, vemos que entre 1996 y 2008, el porcentaje de apoyo a PP y PSOE entre las clases medias, jubilados y amas de casa ronda el 60% (a veces lo supera), mientras que para los sectores menos favorecidos el nivel de apoyo a los dos grande partidos es más cercano al 50%, siendo a menudo inferior a este porcentaje. Entre los grupos de trabajadores es interesante observar que, así como todos ellos presentaban tasas de abstención similares, en los apoyos electorales los trabajadores no manuales (mayoritariamente administrativos y de servicios) tienden a comportarse como las clases medias y los jubilados, mientras que los trabajadores manuales y los no cualificados tienen tasas de apoyo a PP y PSOE más similares a las de los parados (véase la fila central del gráfico).

Esto no es extraño: los dos principales partidos reciben sus votos de los grupos más numerosos; de no ser así no ganarían elecciones. En términos demográficos, según datos del INE, la distribución de población en cada uno de los sectores sociales es desigual. Así, los sectores más participativos (clases medias y jubilados) constituyen una bolsa de unos 17 millones de votantes potenciales, mientras que el grupo de trabajadores manuales y no cualificados, los parados y los estudiantes constituyen unos 13,5 millones de ciudadanos. Los trabajadores no manuales, que tienden cada vez más a comportarse como las clases medias, son unos 4 millones.

Lo que resulta relevante es que existe una doble línea de separación entre los sectores sociales mejor y peor situados económicamente. Así, los sectores en peor situación socioeconómica o mayor inestabilidad tienden a votar menos y, cuando lo hacen, tienden más a votar por partidos con pocas opciones de tener mayorías parlamentarias. Por el contrario, los que más votan son los mejor situados social y económicamente, pero además cuando votan lo hacen por los partidos que gobiernan.

Pero, ¿qué peso real tienen estos sectores para los principales partidos? ¿Qué tipo de votantes los partidos no pueden arriesgarse a perder? ¿Son distintos estos grupos para PP y PSOE? En el siguiente panel de gráficos se compara, en la fila superior, el peso relativo de cada sector social entre los votantes de PP y PSOE, y en la inferior entre IU y PSOE, para las elecciones de 2000 y 2011.

Si observamos la fila de arriba, las diferencias entre las bases socioeconómicas de Partido Popular y Partido Socialista en las elecciones de 2000 y 2011 son mínimas. Ambas elecciones las gana el PP, pero el mismo patrón se reproduce para las elecciones de 2008, que gana el PSOE. La fotografía es simplificadora y aquí cabría hilar más fino para observar hasta qué punto existen patrones distintos de comportamiento dentro de cada grupo social (diferencias intergeneracionales coincidentes con la distinción entre insiders y outsiders, como en este trabajo de González).

A grandes rasgos, en las elecciones de 2000 los jubilados representaron una cuarta parte de los votantes de cada partido, mientras que las amas de casa representaron un 20% de su electorado. En España hay 9 millones de jubilados y constituyen el sector social más numeroso.

En los demás grupos, las diferencias son pequeñas. Entre los votantes del PSOE tienen algo más de peso los trabajadores manuales y los parados, mientras que entre los votantes del PP abundan más las clases medias y los trabajadores no manuales. Véase cómo, para las elecciones de 2000, existen más diferencias entre el peso de cada sector social entre los votantes de IU y PSOE que entre PP y PSOE. En particular, aunque los jubilados también son el grupo mayoritario entre el electorado de IU en 2000, su peso está más equilibrado respecto a otros grupos como las nuevas clases medias y los jóvenes. Para las elecciones de 2011, el patrón de similitud entre PP y PSOE es aún más claro, mientras que en IU se produce un cambio importante: el sector de parados constituye el grupo más numeroso entre sus votantes (una cuarta parte), mientras que el peso de los jubilados se asemeja más al que tienen los trabajadores manuales cualificados, los no manuales o los jóvenes (en torno al 10%).

Si W. B. Yeats hubiese vivido en la España actual, no habría soñado con zarpar hacia Bizancio, pues éste sí parece ser país para viejos.

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