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Editorial invitado: 'La hormiga alemana y la cigarra española: una historia europea'

Antonio Estella

Todo el mundo conoce la fábula de la cigarra y la hormiga. O mejor, todo el mundo conoce la versión más popular de esta fábula de Esopo. En ella, la hormiga es la buena de la película porque es trabajadora y cumplidora, y se prepara con ahínco para el invierno, para los malos tiempos. La cigarra, sin embargo, es juguetona y dispendiosa. Mientras que la hormiga trabaja, ella se lo pasa bien. Luego llega el invierno y se encuentra sin nada en la nevera, y tiene que llamar a la hormiga para que le de cobijo y alimento. En algunas versiones de la versión más popular, la hormiga le da cobijo y alimento. En otras, no lo hace. Pero en ambas se proyecta la misma moraleja a favor del trabajo duro, la seriedad y el rigor como mejor forma de afrontar los malos momentos.

Hay sin embargo otra versión de esta maravillosa fábula, versión que es, sin embargo, mucho menos conocida. En esta versión lo que tenemos es un granjero que solamente se mueve por su interés en acumular riqueza. Tal es su codicia que, no contento con el resultado de lo que producen sus, por otro lado, abundantes tierras, se apropia de parte de lo que producen los demás granjeros cuyos campos colindan con el suyo. Todo aquello de lo que se apropia no lo gasta ni lo comparte, sino que lo acumula en el granero. Así que los dioses se enfadan con el granjero, y para que cambie, le castigan convirtiéndole en hormiga. Al principio, parece que la cosa da resultado. Pero con el paso de los días, la hormiga empieza a hacer lo mismo que hacía en su forma de granjero: empieza a acumular y a apropiarse de todo lo que encuentra en su camino, incluso aunque no sea propiedad suya, ante el estupor de la cigarra, que le recuerda por qué los dioses le han convertido en hormiga. En esta segunda versión, en la que la hormiga no sale tan bien parada, la fabula intenta apuntalar una moraleja diferente: aunque cambie el aspecto exterior, es muy difícil que cambie la verdadera naturaleza de cada cual.

Mi argumento es obvio: la narrativa que la mayor parte de la gente ha asimilado, tanto dentro, como sobre todo fuera de España, en relación con la situación económica que vive nuestro país, es la primera. Sin embargo, lo que ha ocurrido en realidad entre Alemania y España en el marco de la Unión Europea, se parece mucho más a la segunda versión de la fabula de Esopo que a la primera (sin por ello dejar de reconocer errores domésticos, cosa en la que no insistiré porque ya ha sido objeto de otros de mis posts en este diario).

Lo primero que hay que volver a recordar, en este sentido, es todo lo que Alemania se ha beneficiado y se está beneficiando (incluso en medio de la crisis) de la integración económica europea y, concretamente, de la moneda única. Doy algunos datos, aunque hay muchos más en este documento del Peterson Institute for International Economics. Por ejemplo, Alemania exporta un 40% de todas sus exportaciones a la zona euro, en una buena medida, gracias a la moneda única. Además, el tipo de cambio que se paga por la moneda única es muy conveniente para Alemania, en un doble sentido. Por un lado, para importar piezas y componentes, fundamentalmente de las fábricas que están situadas en el centro y este de Europa (esta ha sido la “deslocalización” alemana), para lo que necesita una moneda relativamente fuerte; pero por otro, para exportar, para lo que necesita una moneda relativamente algo menos fuerte que la que tenía con el Marco. En otras palabras, el euro se mueve en torno a un tipo de cambio que supone un equilibrio, sobre todo, para Alemania. Por eso en las actuales circunstancias, la moneda única no se devalúa competitivamente, lo que le vendría muy bien a España.

A todo ello le tenemos que sumar las excelentes condiciones a las que se financia este país en los mercados internacionales. Mientras que países como el nuestro sufren, y casi tienen cerrados los mercados internacionales, Alemania se financia a tipos, en algunas ocasiones, negativos. Piensen también, como último ejemplo en este sentido, en la importante y crucial reunificación alemana. La hipótesis es que probablemente el coste de la reunificación (algo más de dos billones de euros) no solamente lo pagaron los alemanes del oeste; además, la reunificación ha sido un elemento central para hacer de Alemania la potencia política y económica que es hoy en día no solamente fuera de Europa sino también dentro de ella.

Por su parte, España se ha beneficiado de la integración europea (sobre todo a través de la expansión del mercado interior y del impacto positivo que en nuestra economía han tenido los fondos de cohesión y estructurales), pero en mucha menor medida de lo que podríamos pensar a primera vista. En cualquier caso, cuando se decidió ir adelante con la moneda única, muchos expertos, inspirados por la idea de las “uniones monetarias óptimas”, señalaron que, para que ésta funcionara realmente, tenía que haber previamente un grado de convergencia económica real mucho mayor del que existía en Europa en ese momento. Sin embargo, se impuso la postura contraria, aquella que defendía que, aunque no hubiera convergencia real previa, la moneda única sería un elemento que generaría tal convergencia a posteriori. No obstante, como sabemos hoy en día, fue la primera tendencia la que tuvo en su momento las mejores intuiciones: como señalan en este excelente trabajo Bornhorst Mody y Ohnesorge (2012:20), no solo el euro no produjo más convergencia real, sino que más bien trabajó en la dirección contraria, en la de la divergencia real.

Por tanto, si tenemos en cuenta todo lo que Alemania se ha beneficiado en este proceso y, por otro lado, que otros países, como el nuestro, se han beneficiado pero en mucha menor medida (cuando no se han visto en parte al menos perjudicados por él), lo lógico y natural sería esperar que el primero apoyara decididamente al segundo (o a los segundos) para salir de la crisis, al menos en el corto plazo.

Sin embargo, de cara al largo plazo, los problemas que tiene la Unión son mucho más profundos. Habitualmente se dice que ellos tienen que ver, sobre todo, con el déficit democrático de la UE. No estoy muy seguro de la bondad de este punto de vista, sin embargo. La Unión es democrática, mucho más democrática si cabe que muchos de sus miembros (basta con compararla con países como Hungría o Rumanía). El problema es, más bien, de tipo político, y es que en realidad la Unión tiene un grave problema de poder. Y ese problema fundamental se puede expresar de la siguiente manera: la Unión no sabe cómo hacer para establecer la desconexión entre quien paga y quien decide. Y hasta que no desconectemos esos dos aspectos, la Unión no funcionará, y España, o países como España, nunca podrán verse tan beneficiados como otros por el proceso de integración europea.

Mi propuesta es por tanto simple: Alemania, y los países en general del norte de Europa, tienen que ayudar a los países periféricos a salir de la crisis, con todo lo que sea necesario para ello. Pero en el largo plazo, para que la Unión sea un proyecto viable, tiene que producirse un profundo re-equilibrio de poder. Y al mismo tiempo que hace esto, la Unión tiene que buscar vías para que los que ahora pagan más, son contribuyentes netos, lo sigan haciendo pero en menor medida. Lo primero se consigue empoderando políticamente en mayor grado a los perdedores del proceso de integración europea: en el Parlamento europeo, en la Comisión, pero sobre todo en el Consejo (tanto en el de ministros como en el Consejo Europeo). Lo segundo se consigue aumentando los recursos propios de la Unión (a través de impuestos propios y no asociados a la nacionalidad de cada Estado, como impuestos medioambientales o impuestos sobre las transacciones financieras) de tal manera que los que son ahora claros contribuyentes netos pasen a serlo en menor medida. Este segundo punto también pasa por modificar radicalmente la composición actual del presupuesto comunitario, y por hacer de este presupuesto un verdadero motor para la creación de oportunidades en Europa.

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Entrevista a Ángel Pascual-Ramsay en Agenda Pública: “Sí, el euro se puede romper si no actuamos para evitarlo.”

Documento publicado por la Fundación Ideas: Avances del gobierno económico en la Unión Europea; Antonio Estella, Claudia Martínez, Rafael Fernández.

What kind of Europe?, Hans Kundnani en Project Syndicate.

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