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Democracia es participación, no solo votar cada cuatro años

Líneas Rojas

En un momento como el actual, tras varios años de crisis económico-financiera, que se ha traducido en recortes sociales hace una década inimaginables, se impone llevar a cabo una reflexión global, de clara inspiración socialdemócrata, que defienda el poder de la política y la democracia para transformar el mundo, así como un modelo social más justo y equitativo y un desarrollo económico más eficiente y sostenible.

A través de 12 mensajes que expresan valores esenciales de convivencia y progreso, ideas básicas, todas ellas, hoy cuestionadas por la derecha ideológica, pretendemos recuperar o poner al día un pensamiento socialdemócrata que o bien anda despistado o bien ha perdido el lugar central que un día ostentó.

Aunque estas 12 líneas rojas no pretenden agotar el campo del pensamiento y la acción que deberían orientar a la socialdemocracia del siglo XXI, sí ejemplifican los retos y propósitos básicos que deberían conformar su estrategia de futuro, aportando nuevas soluciones ante los desafíos económicos y sociales, y a la vez recuperando su esencia inequívocamente progresista.

Líneas Rojas

El comienzo de la organización de los movimientos obreros en el siglo XIX, para dar réplica a las condiciones inhumanas y de explotación que provocaban los planteamientos capitalistas, provocó un mayor desarrollo del socialismo para la defensa de las condiciones de trabajo, y una fuerte búsqueda de nuevos sistemas de gobierno, en los que el ciudadano tomase parte activa en la toma de decisiones. Es, pues, este uno de los momentos en que el socialismo se convierte en motor fundamental para el desarrollo democrático de la sociedad, para así poder alcanzar cotas de regulación, redistribución e intervención nunca antes conseguidas.

En el escenario actual estamos viviendo el proceso contrario, ya que la crisis económica nos está dejando ver no ya solo una simple crisis de los sistemas democráticos, sino que la misma nos sirve para entender que los planteamientos capitalistas han ido vaciando de competencias y poder real a las democracias, dejando así en evidencia a los partidos socialistas actuales, incapaces de dar respuesta a esta situación.

Con la aprobación de la Constitución Española de 1978 (CE) nuestra democracia optó por un sistema de partidos, considerando a estos los principales instrumentos para canalizar las inquietudes de la sociedad.

En los años posteriores, los dirigentes de los partidos optaron por crear modelos partidistas con estructuras muy férreas; es lo que algunos terminaron por denominar “Estado de Partidos”. Se ha escrito mucho sobre las diferentes razones que se dieron para que se produjese este peculiar sistema tan opaco, desde la incertidumbre política que se vivía en ese momento, hasta el miedo a organizaciones que fuesen imposibles de controlar, y, por ende, sociedades ingobernables.

Desde ese momento se empiezan a desarrollar actuaciones doctrinales en los partidos, que traen consigo tanto el descrédito de los procesos de elección, como el de los órganos de control interno, de modo que los partidos van quedando en manos de sus cúpulas sin el mas mínimo control por parte de las bases, lo que paulatinamente les desacredita ante un pueblo que ha visto como su soberanía ha ido perdiendo peso frente a los poderes financieros.

Es conditio sine qua non que los partidos, sindicatos y demás organizaciones que quieran participar en la vida pública modifiquen su organización y funcionamiento internos para recuperar la credibilidad a la hora de hablar de transparencia o participación.

Deben entrar a valorar de una manera real diferentes aspectos. Véanse, en primer lugar, los procesos de elección de candidato y de líder interno del partido. Son procesos distintos; en el primer caso debe de llamarse a participar a militantes y electores; en el segundo, únicamente a los militantes. Habría que desterrar definitivamente la idea de que las primarias únicamente se utilizan para la “resolución de conflictos”, al convertirlas en la única vía estatutaria y legal de alcanzar el poder.

En segundo lugar, deberían introducir sistemas de elección de listas con un sentido más abierto, a fin de evitar tanta desafección política hacia los representantes, al tiempo que obligar a estos a rendir cuentas ante aquellos que les eligieron.

En tercer lugar, habría que eliminar la posibilidad de que la misma persona fuera presidente del gobierno y líder del partido simultáneamente, para intentar que el partido siga siendo partido y no se convierta en gobierno (una persona, un cargo). Este tercer punto sería fundamental para que cada organismo profundice en su independencia frente al resto. En esencia, que haya una mayor separación entre gobierno, partido y grupo parlamentario.

Para la correcta adecuación de las organizaciones políticas a la actual situación de crisis obviamente son necesarias muchas más medidas, pero con la aplicación de estas tres, mucho de lo escrito sobre transparencia en los partidos podría tener, al menos, mayor credibilidad y sentido.

Estas modificaciones no deben esperar mucho ya que la actual crisis económica, guiada por los mercados, está metiendo a los sistemas democráticos en el cuadro de los gastos, y eso está produciendo grandes recortes democráticos.

Es por todo esto que entendemos que la línea de actuación llevada a cabo por los partidos políticos en estos últimos años les ha conducido a una espiral de regresión democrática, que se ha materializado en maquinarias obsoletas y desacreditadas frente a la sociedad.

Solo provocando la vuelta al debate ideológico y abandonando el pragmatismo de lo supuestamente responsable los partidos socialdemócratas podrán volver a tener una participación protagónica en la sociedad del siglo XXI.

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