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Aeham Ahmad, el pianista bajo el terror de la guerra siria: “No soy ningún héroe”

Ahmad, durante la entrevista

Néstor Cenizo

Hace tres años, Aeham Ahmad (campo de refugiados de Yarmouk, 1988) se hizo famoso en Europa por varias imágenes chocantes. Entre ruinas y destrucción, al pie de edificios en los huesos, aparecía él con un piano rodante. Él y otros como él habían decidido sacar la música a la calle, a pesar de los bombardeos, primero, y del terror impuesto por el DAESH y sus seguidores, después.

Yarmouk, un campo de refugiados creado de la nada en 1957, era la capital de la diáspora palestina en Siria. Está en las afueras de Damasco, y decían que era un lugar vibrante, lleno de energía, siempre temporal a la espera del regreso a la tierra, Palestina. Hoy, de los 100.000 refugiados palestinos de Yarmouk quedan apenas 10.000, sometidos al control de grupos terroristas en un lugar sitiado desde hace años.

Ahmad es sólo uno de tantos que lograron huir de allí. El día que celebramos la entrevista, en Málaga, se ha reencontrado con un viejo amigo de Yarmouk a quien no veía desde 2015. Su amigo llegó hasta Málaga cruzando Argelia y Marruecos, hasta Melilla. El pianista hizo el viaje en una barcaza hasta llegar a Lesbos, vía Turquía, y desde allí consiguió llegar a Alemania. Ha venido a Málaga a celebrar un concierto solidario con la Asociación Al Quds. Hacemos la entrevista en la terraza de una bulliciosa y estrecha calle de Málaga, en árabe y con la ayuda de la traductora María Fernández Coll. Es vehemente y a veces se olvida de que hay que traducir, pero entre respuesta y respuesta Ahmad aprovecha para ponerse al día con Khaled. Es un gran día para los dos, viejos amigos de un campo de refugiados destruido.

¿Cómo y por qué decidió tocar el piano entre las ruinas Yarmouk?

Mi padre, Ahmed Ahmed, era músico y teníamos una tienda, así que toda la vida he estado rodeado de música. La tienda se llamaba “Los días de la música”, así que todo empezó mucho antes, no con el asedio. El asedio fue, evidentemente, muy duro, porque tuve que dejar la música y empezar a vender falafel. Yo me siento realizado con la música. Empecé a tocar con un grupo de gente y cantábamos todos juntos. Aunque la historia se conoció un año y medio después de que empezara y centrada en mí, todo lo empezó Mahmoud Tamim, que tuvo la idea. Nos llamábamos “El Grupo silencioso”. Tamim se ponía a hombros de la gente en las manifestaciones y cantaba. Estaba también Abou Brahim y su hijo. Yo al principio tocaba el órgano, pero necesitaba gasolina para la electricidad y decidimos sacar el piano a la calle. Claro, muchos nos dijeron que estábamos locos y que la música era pecado. Estuvimos ocho meses entre todos, hasta que empecé a hacerlo solo.

Usted era refugiado palestino en Siria. ¿Cómo llegó su familia a Yarmouk?

Mi familia salió de Palestina en 1948, durante la Nakba. Fueron al Golán, pasaron por Jordania y se asentaron en Deraa. Allí mi abuelo plantó ocho olivos y se dedicó a trabajarlos. Vivieron allí durante 10 años, pero la idea del pueblo palestino era reunirse en campamentos. Entonces se crearon los grandes campamentos de refugiados de Siria, un total de doce. Yarmouk es el más grande de ellos. Mi abuelo decidió irse a Yarmouk con sus doce hijos. Mi padre era el mayor. Yo nací en el campamento en 1988.

¿Dónde está su hogar? ¿Yarmouk o Palestina?

Yo nunca he estado en Palestina, y siento que Yarmouk es mi sitio, pero aunque no hayamos visto Palestina, siempre digo que soy palestino-sirio. Estamos en Yarmouk esperando para volver a Palestina. Seguimos siendo refugiados y diciéndonos palestinos. La idea de país sigue existiendo.

¿De qué habla en sus canciones?

Las letras no son mías, son de otros poetas. Yo sólo tocaba. La historia es que todo el mundo habla del piano, cuando la historia no es el piano sino ellos, que son poetas no reconocidos. Su situación les ha hecho ser poetas, aunque sean poetas sin nombre. Hablan del asedio, del hambre, de la muerte, del país y de que volveremos a Palestina. También de nuestro día a día durante el asedio.

Ha dicho alguna vez que el sitio de Yarmouk cambió su relación con la música. ¿En qué sentido?

Yo ahora toco con una orquesta, tocamos jazz y todo lo que había estudiado en la Universidad antes de 2010, pero no puedo olvidar Yarmouk. Canto por lo que ocurrió. Allí las notas no estaban afinadas y ahora todo es distinto. A pesar de eso, intento no alejarme de Yarmouk. En Alemania toco todos los días, y si toco Chopin la gente viene a verme a tocar Chopin. Hoy estoy aquí, mañana en Munich y al otro en Hamburgo, pero yo intento cantar para Yarmouk porque es mi seña de identidad. Cantar es expresar lo que tú eres y aún no he olvidado lo que viví durante la guerra porque eso no se olvida fácilmente. Mi hermano y muchos amigos están desaparecidos, y hay muchas posibilidades de que estén muertos. Todo esto no ha terminado y no puedo abandonarlo porque es mi seña de identidad.

Un refugiado sirio me contó una vez que tuvo que dejar Damasco en 2010 porque la policía le hostigaba y chantajeaba por estar vinculado a la escena de la música metal. Él decía que el Gobierno veía esa escena como el posible germen de un movimiento político. ¿El poder le tiene miedo a la música?

Creen que quienes se dedican al heavy metal son esclavos de Satanás. Tengo amigos que sufrieron torturas en 2008 y 2009 por el heavy metal. Incluso algunos que se dedicaban al rock, porque el militar al mando no tiene ni idea qué es el rock o el metal. Los gobiernos árabes venden una música muy pobre. Tengo 30 amigos buenísimos que se quedan en su casa y no tocan. Cuando te sales de lo que quieren no tocas.

Salió de Yarmouk en verano de 2015. ¿Cuándo decidió que debía venir a Europa?

Empecé a pensarlo cuando se endureció el asedio. Tuve que vender falafel y eso fue bastante triste. Además, ya no podía cantar para la gente porque no venían a escucharme. Podía hacer vídeos pero sentía que tenía que salir de allí. Todos nosotros [señala a su amigo, que también sufrió el asedio] tardamos muchos en salir del campamento. Hubo una niña, Zeinab, que cantaba conmigo a la que mataron en un bombardeo. A partir de eso, y de que DAESH me quemó el piano, guitarras y diferentes instrumentos que tenía, pensé en irme a Damasco. Fue entonces cuando apareció la historia en CNN y Times. Pero yo no soy ningún héroe. Viví aquello como lo vivieron muchas otras personas. Si Estados Unidos no puede con DAESH, ¿qué voy a hacer yo? La situación era tan complicada que me tenía que ir. ¿Quién soy yo? A mí me dan dos hostias y me tumban, no soy nadie.

¿Cómo realizó el viaje?

Salí como todo el mundo. Pagamos 3.000 euros, me subí a una lancha y me fui a Turquía. Es triste saber que hay gente que se dedica a hablar sobre los temas políticos viniendo de Yarmouk u otros lugares de Siria, y que no han hecho nada. Son refugiados políticos pero no hicieron nada durante la guerra. Yo me considero un refugiado humano. Así lo siento, y no creo que haya personas que se merezcan un visado y venir en avión desde Líbano, y otras no. A veces pensamos lo que han hecho los partidos opositores y lo que han conseguido: ahora está DAESH, Jabar Al Nusra y otros que vienen de ahí. Eso no es la oposición al Gobierno que comenzó esto.

¿Mantiene familia o amigos allí? ¿Qué le cuentan?

Mi padre sigue allí. Pasan cosas muy malas. Hace cinco días entraron cuatro emires de DAESH en el campamento. Yo sufrí un emir, y no quiero imaginar lo que puede ser que haya cuatro. Los de DAESH no son sirios, sino extranjeros, no sé si saudíes, tunecinos o libios.

Muchas de las fotos con las que se conoció esta historia las hacía su amigo Niraz Saied. ¿Sabe qué ha sido de él?Niraz Saied

Desapareció hace dos años y medio. No sabemos nada. Hay muchos así, de quienes no sabemos nada.

¿Cuál es su opinión de la política europea de refugiados?

Yo creo que Europa, en realidad, tampoco tiene demasiado que ver en el asunto sirio. De lo establecido por la Convención de Ginebra se está cumpliendo un 10%, pero el sentido de humanidad está ahí. A mí lo que me preocupa son los países colindantes: Jordania, Turquía, Líbano… Ellos sí son mi padre, mi madre, mi hermano… Europa no lo es. En Jordania están en el desierto, en Líbano les venden las tiendas a 100 dólares cada mes, y lo que ocurre en Turquía, con una de cal y otra de arena, es peor. Rusia ataca el sur, y lucha con Turquía en el norte. Eso no tiene lógica. Es un problema regional, que ha provocado las guerras y revoluciones recientes. Nuestro principal recurso es el gas, y están utilizando al pueblo. No se trata de la libertad del pueblo, sino del gas. Había gente buena en el ejército rebelde, pero huyeron o han desaparecido.  

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