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“Quien tiene que estar políticamente comprometido es el autor, no su obra”

José Manuel Caballero Bonald se reunió con críticos y lectores en la Feria del Libro de Sevilla

Ana Carretero

José Manuel Caballero Bonald ha participado estos días en la Feria del Libro de Sevilla que esta edición le homenajea con diversas mesas redondas y un encuentro con sus lectores. A sus 86 años no para quieto, y enlaza charlas y coloquios, con ruedas de prensa y viajes. Al comienzo de la entrevista, repite varias veces que está cansado y, sin embargo, desprende una vitalidad arrolladora y nunca pierde la oportunidad de bromear.

En la audiencia del Premio Cervantes, el rey le dijo al escritor “está usted mejor que yo”, a lo que el escritor y poeta respondió “pues yo estoy así, así”. El jerezano sonríe al recordar la anécdota y añade: “Lo de los reyes ha sido un episodio que tuve que aceptar. No fue cómodo para mí. Me considero anarquista y libertario, aunque tenga gustos burgueses”.

Es de trato directo y sincero, “desde que me dieron el Cervantes siempre me preguntan lo mismo”, comenta, e inmediatamente desea saber cuáles son los títulos de su extensa obra que ha leído la redactora de este diario, a lo que añade: “Yo soy escritor porque leí libros” e incluso recomienda la lectura de Intemperie, primera novela de Jesús Carrasco del que afirma “es la prosa que narra la tierra. Es el mejor Delibes”.

Su último libro de poesía, Entreguerras, es un compendio biográfico de más de 3000 versos: “Expresé de manera torrencial, tumultuosa, caudalosa lo que quería decir”. Sus respuestas son un torrente de palabras cuidadosamente elegidas que fluyen sin cesar. Piensa cada adjetivo como si fuera el último, encadenándolo con sinónimos y enumeraciones constantes, “la palabra en poesía debe significar más de lo que pone en los diccionarios. Siempre hay que buscar el adjetivo redondo, la aproximación a la perfección, a lo imposible”, comenta en tono aleccionador pero con una cordialidad más propia del profesor de Literatura que antaño fue, y no como el escritor que ha conseguido todos los premios que ambicionan los grandes de la literatura española e iberoamericana.

Quizás por su afán por que las palabras trasciendan el mero significado de la academia, tituló su discurso “Los desahucios de la razón”, utilizando ese sustantivo que día sí día también forma parte de los titulares de los periódicos y la cruda realidad que viven miles de familias españolas.

Usted ha afirmado que en España no se diferencia entre ser adversario y enemigo, ¿cree que es ese el principal problema de la política estos días?

Los políticos cuando hablan entre si, sobre todo en el Parlamento, se insultan. No están razonando o llevando una diatriba, un diálogo civilizado. Están insultándose y eso me exaspera. Me parece que es un camino equivocado para llegar a conclusiones válidas. Hay que dialogar con quien sea, pero hay que sentarse y hablar de todo por muy contrapuestas que sean las ideas.

En su discurso del premio Cervantes, aludía a la libertad y la cultura como principal defensa de la democracia, ¿cree que la cultura puede generar los estímulos para un cambio social como el que demandan muchos ciudadanos?

Yo lo creo firmemente. La cultura nos hace ser lo que somos. Enriquece la sensibilidad del hombre y lo hace más pleno. La plenitud humana se consigue cuando el hombre es culto. Y la cultura no en un sentido muy literal, sino en su sentido más amplio. La cultura que nos hace ser civilizados. Poder elegir entre varias propuestas, la más apropiada para el bien común, esa es la verdadera cultura.

Los escritores de su generación, la del 50, crearon a partir de su confrontación al régimen franquista, ¿debe ser hoy más que nunca la poesía un arma de reflexión política?

Quien tiene que estar políticamente comprometido es el autor, no su obra. Hay muchas clases de poesía. Siempre digo que me alineo en torno a la poesía más reflexiva y ésta no tiene por qué eliminar los temas políticos y sociales, si esos temas están tratados con una calidad estilística y literaria válida, pues sirven. Lo que no admito es que el tema de tratar un tema político o social empobrezca la poesía bajo la excusa de que sea comprendida por todo el mundo. Eso no me parece el camino recomendable. La poesía es la poesía. La que yo defiendo es meditabunda, reflexiva, que se preocupa de la palabra como forma de explicar el mundo. La poesía es arte y el arte también es surrealismo y escapismo.

En su primera novela, Dos días de septiembre, usted esgrime una dura crítica a las clases sociales más altas del Jerez de la Frontera de aquellos años, ¿se ha librado Andalucía de esos complejos de clase?

El Jerez de hoy ha cambiado mucho. Afortunadamente. Creo que todo eso desapareció. La dinámica de la historia lo ha borrado y los señoritos se han visto obligados a trabajar. Sin embargo, los lastres de esas clases perduran sobre todo en sitios como Sevilla o Jerez. Son sociedades maniatadas por convenciones sociales detestables. Yo tengo una especial predilección por Cádiz que siempre es tan libre.

Sí, pero muchos autores ya hablan de neofeudalismo…

En la sociedad andaluza y en el país en general estamos en una situación de amoralidad absoluta. El delito ajeno se perdona y se comprende, se estimula de alguna forma. A través de la adulación. Hay gente que ha cometido delitos ya comprobados, no presuntos. Para qué vamos a citar ejemplos.

¿Por qué decidió titular su discurso así? ¿Qué quería decir realmente?

Sacar a una persona de su casa y dejarla en la calle me parece de una crueldad inadmisible. El símbolo, la máxima temperatura que se puede alcanzar de la vileza, aparte de ir en contra de los derechos humanos, sacarla de su casa…Incluso he visto ancianos desesperados y comprendo perfectamente que una persona decida suicidarse antes de quedarse en la calle, desamparada. Es terrible. Por eso usé en el discurso la palabra desahucio, para que se conectara de alguna forma con esa ignominia del desahucio por razones económicas.

Ha manifestado en varias ocasiones que Ágata ojo de gato es la novela de la que se siente más orgulloso, y que comenzó a escribirla en un momento en el que muchos peligros amenazaban Doñana, ¿está al corriente de las nuevas amenazas del espacio natural?

Doñana es un sitio muy sensible a las amenazas externas. Las ha tenido a lo largo de toda su historia y la última esto del gas, de la explotación del gas que puede ser nefasto. La más grave ha sido y es Matalascañas. Ahí está y en verano agota los acuíferos de Doñana. Mi novela nació en defensa de esos peligros, pero no es sólo eso. También es un poco la búsqueda de un mito, una leyenda que simbolizara cierta formación de una burguesía andaluza. El enriquecimiento fraudulento de esos supuestos conquistadores.

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