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Carmen Rengel, corresponsal en Jerusalén: “Cuando cae la noche en Gaza, sabes que eres carne de cañón”

Carmen Rengel

Alejandro Ávila

“Estampas de dignidad, fortaleza y solidaridad”. Así describe la periodista Carmen Rengel su experiencia durante la ofensiva israelí sobre Gaza. La colaboradora de la Ser, El País y M´Sur (medio asociado a Eldiario Andalucía) asegura que ha vivido la operación militar “como una pesadilla por el ritmo brutal de trabajo y por las noticias tan terribles que llegaban desde Gaza. Todavía me pregunto cómo pude aguantar dos meses trabajando a piñón durante 12 o 14 horas al día. Te aguantan las noticias y el ánimo de la gente que te quiere”.

Durante los 50 días que duró la operación Margen Protector, murieron 67 israelíes (casi todos, militares) y 2100 palestinos (civiles, la mayoría de ellos). Rengel considera que “con la ofensiva de Gaza se ha arrollado a una población civil. Israel tiene tecnología para distinguir entre un objetivo civil y uno militar. Creo que la pulcritud que le pedía Naciones Unidas a la hora de seleccionar objetivos se podría afinar mucho más”. La periodista recuerda que “es cierto que los cohetes de las milicias [de Hamás] están teniendo amedrentados a cinco millones de israelíes, pero también lo es que Israel cuenta con un sistema de protección que no existe en Gaza. Si vas a aquella tierra, forzosamente tienes que contar que hay una parte que sufre más que otra y que hay un statu quo que beneficia a Israel”.

En este sentido, Rengel subraya que “en Israel hay una palabra que se repite constantemente: ‘bitajon’. Significa seguridad. Cualquier cosa que se haga por una cuestión de seguridad está justificada para el gobierno y para su población, que, en un 90%, ha avalado la ofensiva contra Gaza de este verano”. Eso sí, recuerda que “allí no hay buenos ni malos, hay gente que sufra más y gente que sufre menos”. Carmen subraya además que, a pesar de las simpatías que despierta la causa palestina en nuestro país, “en España hay bastante desconocimiento del conflicto. Los medios deberíamos recordar sus claves más a menudo”.

La dos caras de la guerra

A nivel personal, y tras cuatro años informando sobre el conflicto, ha llegado a la conclusión de que el tópico es cierto: la guerra saca a flote lo peor y lo mejor del ser humano. Ha visto a once niños muertos tras un bombardeo israelí, pero también ha sido testigo de acciones heroicas cotidianas como “salir en coche a las mil de la noche para ayudar a un hijo, un primo o un vecino, sabiendo que a esas horas Israel bombardea de manera indiscriminada”.

Como periodista, asegura que “no pasas tanto miedo, porque las rutinas del trabajo te sirven como escudo. Te aferras a ellas y eso te ciega. En Gaza sí se pasa miedo cuando hay bombardeos. Cuando cae el sol y estás en la calle apurando una historia, sabes que eres carne de cañón. La boca se te vuelve pastosa, las piernas flojean y piensas ”vámonos, vámonos, vámonos...“”. Hasta que no ha pisado el campo de batalla, no ha podido averiguar si, como dicen los más veteranos, la guerra es adictiva. “La guerra atrae por la adrenalina, te sale por la punta del pelo: tu vida vale lo mismo que la de la persona que tienes al lado y tienes la certeza de que se puede acabar muy pronto. Te demuestra que en un segundo puedes perderlo todo por un motivo que ni siquiera entiendes”, revela.

Convivir con la muerte

Convivir con tanta muerte resulta “complicado, pero lo terminas relativizando. Te aferras a tu rutina y te obligas a tener un trato exquisito con las familias que han tenido una pérdida. Si dejas que todas, todas las historias te calen, te paralizas. El vaso se llena muy pronto y no puedes seguir allí”. Confiesa que “hay muchos momentos en los que sientes impotencia. Tratas de describir una situación sangrante y la comunidad internacional no hace nada. También me siento muy impotente cuando mi propia gente hace afirmaciones muy fáciles sobre el conflicto. En esos momentos me pregunto qué estamos haciendo mal los periodistas”.

Eso, cuenta, se ve compensado por la gratitud que recibe de las personas que viven en zonas de conflicto. “La gente te agradece que vayas hasta allí a contarlo. Eso es impagable”. Asegura además que “ser mujer me ha dado más alegrías que tristezas. Te ven más como un profesional que como un sexo determinado. Es verdad que te puedes encontrar con un señor ultraortodoxo que no te quiere ni rozar o con un señor super radical que te obliga a cubrirte la cabeza. También es verdad que ha habido miradas de repudio, pero lo bueno es que se te abre la otra mitad de la población”. Por ejemplo, durante el entierro de los once niños que murieron bajo bombardeo israelí, “las mujeres me dieron unos testimonios que los hombres no me iban a ofrecer nunca”.

Carmen, que soñaba de niña con vivir aventuras en países lejanos, ha aprendido que la felicidad también puede ser disfrutar de cuatro páginas de un libro, mientras te tomas un café y un rayito de sol entra por la ventana. En una estación de servicio de Israel, tras una dura jornada en Gaza y a tan solo un kilómetro de la frontera. “Incluso estos ratos están contaminados. A veces lo disfrutas con mala conciencia y te flagelas, pero entonces te dices que tú también necesitas oxígeno… porque éste, en el fondo, no es tu conflicto”, concluye.

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