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Sevilla acoge el estreno mundial de ‘Pozoamargo’, un tratado audiovisual sobre la culpa

"Pozoamargo"

Amalia Bulnes

La rígida educación judeocristiana del cineasta hispano-mexicano Enrique Rivero le ha hecho conocer la culpa en cada una de sus formas. Ese magma polimorfo, monstruo de mil cabezas que muta y puede habitar en cada rincón del pensamiento, ha perseguido a este joven creador desde hace ya mucho. 'Pozoamargo', su primera película como guionista y director, es una venganza final contra ese sentimiento inoculado “por esta educación exagerada”, reconoce Rivero.

Afincado en Sevilla y cercano a los lenguajes del cine continental, amigo de los silencios, las historias cercanas, los paisajes familiares y la introspección, Enrique Rivero ha filmado en 'Pozoamargo' un relato en el que la omnipresencia de su personaje principal se disputa protagonismo -y a veces se confunde- con la todopoderosa imagen de la geografía rural, agreste y por momentos hostil del pueblo que da nombre a la cinta y en la que, no sólo ha sido rodada la película, sino que ha sido encontrado su protagonista.

Jesús Gallego, madrileño de nacimiento pero vecino del municipio manchego desde hace casi veinte años, es pintor de murales -“aunque también pinto casas... Hay que hacer de todo en un pueblo de 120 habitantes”- y amigo ocasional de Enrique Rivero desde que se conocieron, azarosamente, hace casi una década. Fue justo ahí cuando el cineasta supo que debía ser el protagonista de esta historia. “Tardé entre seis y ocho años en proponerle el proyecto”, reconoce Rivero, para quien 'Pozoamargo' tiene el valor sentimental de ser el resultado del primer guión que escribió, cuando todavía no había estudiado nada de cine, según ha confesado. “Lo escribí sin saber nada; es el primer guión que escribí en mi vida, antes de estudiar cine... Fue como poner por escrito una paranoia personal”.

En concreto, la película cuenta la huida a un pueblo de un hombre tras contagiar a su mujer embarazada una enfermedad inconcreta, y allí, tratando de integrarse como un campesino más -jornalero en la vendimia-, conocerá a una joven explosiva -Natalia de Molina- con la que entablará una candente relación.

En esta huida hacia adelante, Rivero centra todo el peso dramático en el personaje de Jesús Gallego, extremo incluso en su contención. Hombre abandonado a su suerte, al que le pesa más estar vivo que una muerte que ansía, Gallego da vida a un ser humano que hace sufrir al espectador desde experiencias muy primarias. Con apenas diálogos, la mirada prendida en la cámara, un sexo descarnado y el dolor en cada gesto, 'Pozoamargo' ha sido una primera experiencia “en sincronía con el equipo y con el paisaje, dura, pero de la que no tengo recuerdos difíciles”, relató ayer su protagonista.

“Preferí asirme a una economía del lenguaje”, reconoce Rivero, “poner la cámara y esperar a ver qué me daba, acentuando las sensaciones”. Este carácter intuitivo se extiende hacia uno de los momentos claves del filme, cuando el personaje alcanza el clímax de dolor y la película inicia, inesperadamente, una segunda parte filmada por completo en blanco y negro. “Puede parecer una decisión mucho más intelectual de lo que de verdad fue... Realmente, ocurrió de manera intuitiva. Cambié la cámara y me di cuenta de que tenía que seguir filmando así”, reconoce Rivero que, sorpresivamente, se encuentra actualmente en fase de preparación de una comedia “delirante” junto con el realizador Jesús Ruiz Caldera (Tres bodas de más).

'My friend Victoria'

Producción hispano-mexicana, 'Pozoamargo' concursa en la sección Las Nuevas Olas del SEFF, al igual que la francesa 'My friend Victoria', de Jean Paul Civeyrac, quien ha llevado al cine un relato de la Premio Nobel de Literatura Doris Lessing sobre las insalvables diferencias sociales y de raza en la Francia actual.

Esas circunstancias, según ha asegurado el director francés, siguen provocando compartimentos estancos en la sociedad francesa porque “en la mentalidad de los franceses los auténticos franceses son los blancos que han crecido en la tradición cristiana; entonces los negros no son franceses, ni los magrebíes”.

En Francia, se ha lamentado Civeyrac, “se ha liberado la palabra racista, que antes era impronunciable y estaba oculta en el espacio público, y que ahora se expresa todos los días sin que plantee problemas a nadie; hay un racismo que viene desde arriba, y que por lo tanto es una invitación para que la población se exprese del mismo modo”, ha señalado al aludir a varios Gobiernos franceses.

Como su película, según ha explicado, “habla de los franceses de origen extranjero”, ha pretendido que su protagonista, además de ser una chica negra, también resultase como “un extranjero de sí mismo”, como si se tratara “de algo metafísico, más allá de los problemas políticos” y que ayudara a reflexionar sobre “quiénes somos y qué vida vivimos” por el hecho causal de nacer en un país u otro.

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