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Francisco Cid, premio a la Excelencia e Innovación Educativa: “Lo fundamental es que el niño sea feliz”

Francisco Cid, en su aula de Infantil del Colegio Quintanilla.

Francisco J. Jiménez

Los pasillos de las clases de Infantil del colegio Quintanilla de San Fernando están llenos de imaginación. Un dinosaurio ejerce de guardia pretoriana en la puerta de una de las clases, pero los alumnos saben que todo tiene un sentido. La metodología del profesor Francisco Cid ha trascendido y saben que si el aula está ambientada en el universo de Disney hoy, tiene un porqué.

El docente ha recibido el Premio a la Excelencia e Innovación Educativa que concede la Asociación Mundial de Educadores Infantiles (AMEI-WAECE), perteneciente a la Unesco y colaboradora de Unicef. Su sistema ha sido premiado por integrar en él a las familias, a los que el profesor les traslada las inquietudes del alumnado de Infantil para posteriormente establecer unos encuentros en los que se buscan respuestas y soluciones a las preguntas que surgen en el día a día de la enseñanza. Su esperanza es que este reconocimiento sea un espaldarazo para la educación pública.

¿Qué supone este premio a nivel personal y colectivo?

A nivel personal es un culmen, un momento después de siete años de mucho trabajo en el que se me reconoce. Hago lo mismo de siempre, pero ha caído la breva del premio y esto ha sido una locura. A nivel del centro es una maravilla porque fomentamos la enseñanza pública, que recibe muchos palos la pobre. Le da un prestigio al centro. Estamos en un sitio escondido y de clase media y es un orgullo que se nos reconozca.

¿Cómo fue la idea de comparecer en este premio?

Nos pasaron la notificación de que la Asociación Mundial de Educadores Infantiles lanzaba un concurso internacional en la que la mejor propuesta educativa era galardonada. Lo mandé y no esperaba ganar en ningún caso, pero cuajó y estoy muy contento porque tiene mucho prestigio.

¿Acabará esto con los prejuicios que tienen algunos padres hacia la enseñanza pública?

Espero que esto ayude a acabar con los prejuicios porque hay mucha gente currando mucho. Siempre se dice que la enseñanza tiene que ser vocacional, que es un pozo, que el que no vale va para magisterio, que vienen por las vacaciones y para llevárselo calentito y no es así. Muchos nos llevamos los problemas a casa, curramos mucho y cuando se nos cae un niño nos preocupamos. Buscamos que esto cambie y la mejor manera es a través de la innovación y, sobre todo, abrir las puertas a la familia porque si queremos que sientan cómo vive un docente, el único medio es meterse dentro.

¿En qué consiste su metodología? ¿Qué la hace tan especial?

La metodología empieza a los tres años. A esa edad los niños son máquinas de hacer preguntas y las cuestiones no vienen en los libros de textos, donde sólo vienen unidades didácticas como “la calle” o “la primavera”. Son cosas que tienen que saber, pero no es su auténtica inquietud. Yo todo eso lo anotaba y, paralelamente, en ese curso de tres años hacía una actividad con las familias para perder el miedo al aula y ver el grado de implicación que iban teniendo por si tengo que apretar un poco más las tuercas. Una vez que terminan los tres años, ya tengo unas 100 cuestiones planteadas por los niños y ya los padres y yo nos hemos conocido. En el de cuatro años me reúno con ellos y les explico la metodología: los niños se han planteado una cuestión y ellos tienen que resolverla como parte activa del proceso educativo. Yo les oferto las 100 cuestiones y ellos por afinidad o gustos eligen la que quieran. Una vez que los 25 padres han elegido en esa reunión, les digo que tienen que resolverlas.

¿Y cómo lo hacen?

Yo veo mi programación para relacionar las cuestiones con las unidades didácticas que estén previstas. La idea es que haya una coordinación porque el libro de texto es bueno, hace que el niño preste atención y da de comer a muchas familias de editores de texto. No es plan de quitarlo, pero no podemos quedarnos sólo ahí porque si no nos engañamos. Si el grupo es bueno, se resuelve una cuestión por semana, aunque siempre se deja alguna semana libre por si surge algún imprevisto. Generalmente son cuatro cuestiones al mes. Una vez que saben la fecha de asignación, los padres tienen que ambientar el aula de un modo relacionado con la cuestión. Eso lo hace una comisión de padres, que buscan el material, que ayudan a buscar actividades si a los padres les cuesta.

¿Qué sistema se sigue para adecuarlo a niños tan pequeños?

Se resuelven en dos partes: la primera, a las 9.30, es la parte teórica y ahí pueden usar cualquier recurso audiovisual como el televisor, ordenador o canciones para explicar la cuestión. Se pueden usar diapositivas sencillas y muy básicas, con mucho colorido. Tiene que ser una explicación movida y fácil, con parones para poner música porque un niño de cuatro años no puede estar atento durante una hora y media porque se aburre. Cuando termina esa primera parte, se hace un descanso y después del recreo llega la parte práctica. Ahí se pone en práctica todo lo que se ha expuesto en la teórica. El día que hablamos de dónde viene la leche, los padres hicieron unas vacas de cartón gigantes con un sistema para sacar la leche, fue fantástico. Todas las actividades las piensan los padres y dos semanas antes de la exposición yo me reúno para ver si la actividad está en consonancia con el grado de capacitación de niños de infantil.

¿Es muy complicado conseguir la implicación de las familias?

Al principio sí costó que los padres se implicaran, pero ya saben a lo que vienen. El que echa la matrícula aquí y sabe que me toca, ya sabe a lo que viene (risas). En el centro había un poco de miedo de que hubiera esa vía libre para que entraran las familias un viernes por la mañana porque es un día de mucha actividad. Yo dejo que entre todo el mundo que quiera, pero cuando ves que todo se hace con un orden, que hay una temporización, las dudas se despejan.

¿Le costó mucho convencer al centro de que le autorizaran para llevar a la práctica ese sistema?

Al principio tuvimos un empujoncito del Centro del Profesorado de Cádiz. Me decían que dónde iba el loco éste. Les gustó la idea y montaron un curso con esta metodología y entonces se dio a conocer. Vinieron profesores de toda la provincia y ahora es más sencillo porque se lo expliqué a los compañeros y ahora hay dos o tres que lo están llevando a cabo también. Ya no soy el único loco.

En definitiva, ¿qué cree que se premia con esta distinción?

Es un mezcla de todo: trabajamos lo que le importa al niño y no lo que creemos los docentes o la administración. Y también implicar a la familia para que vea lo que vive un maestro.

Una mente inquieta como la suya seguro que ya está trabajando en otro sistema innovador...

De momento estoy disfrutando de esto, pero ya estoy pensando en otras ideas. La educación y la sanidad son los pilares de una sociedad mínimamente desarrollada y si podemos aportar algo, hay que intentarlo.

¿Las dudas de los niños de hoy son las mismas de los niños de su infancia?

Las dudas son las mismas. No creo que los niños sean tan distintos, sino la concepción de la familia. Mis padres me dejaban jugar hasta las ocho en la plazoleta cuando tenía siete u ocho años y ahora eso es impensable. Tenemos un afán de sobreproteccionismo que no es bueno. Somos los padres los que estamos cambiando.

¿Qué opina del sistema educativo español? ¿Se puede llegar a algo positivo con tanto cambio?

Algo no va bien cuando se cambia tanto una ley de primer orden, que hace falta consenso tanto para aprobarla como para derogarla. No se puede cambiar tanto porque no me sé todavía la anterior cuando ya me ponen otra. El político, que no ha pisado un aula en su vida, es el que me está cambiando la ley. Aunque tenga muchos asesores, eso no cambia nada porque hay que vivir la realidad para cambiar una ley. Hay que hacer un consejo de sabios con las necesidades que tenemos, aprobar una ley con una duración mínima de 5 ó 10 años y sólo si no funciona, cambiar.

¿Tienen libertad los colegios para trabajar la enseñanza por encima de los sistemas?

Vamos a intentar que el niño adquiera los conocimientos, pero estamos muy politizados. Todos somos números y hay que intentar ser mejor que el otro porque el otro tiene menos suspensos. No hay que basar la excelencia educativa en los números. En el tema de repetir curso, por ejemplo, hay miedo. Cuando vemos que un niño lo necesita, se explica que es una oportunidad para que mejore y no un castigo.

¿Cuál sería para usted el objetivo a cumplir con los niños de Infantil? ¿Que acaben aprendiendo a leer, a sumar y restar...?

Lo fundamental es que el niño sea feliz y que viva experiencias. Hay un machaque horrososo con que el niño acabe los cinco años sin aprender a leer y en Infantil no es obligatorio. En países que están más preparados que nosotros no se empieza la lectura hasta los seis años o siete. Ahora vamos muy acelerados con lo de saber sumar y leer, pero lo primero es que sea feliz. El desarrollo cognitivo de cada niño es distinto. Todo es una cadena porque así empiezan las frustraciones, no querer ir al colegio y los problemas. Cada cosa, a su tiempo. Un profesor sabe cuándo un niño es feliz, se nota mucho, y yo trato que su etapa infantil sea inolvidable.

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