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Beatriz Ranea: “Para los jóvenes que consumen prostitución es una manera de proclamar su masculinidad tradicional”

Beatriz Ranea

José A. Cano / José A. Cano

Granada —

“Se trata de tener relaciones sexuales en un plano de superioridad. El cuerpo de la mujer se convierte en objeto y se imponen los deseos del que paga”. Beatriz Ranea, investigadora de la Universidad Complutense, publica estos días su primer estudio exploratorio sobre consumidores de prostitución entre 18 y 35 años. Aunque distingue “entre quienes acuden solos o en grupo”, apunta al hecho de consumir prostitución como “una suerte de performance, de reafirmación de la masculinidad ante los demás”. Una manera de proclamarse como “un auténtico hombre”.

Ranea, politóloga y socióloga especializada en género, que ha publicado ya varios artículos sobre prostitución y Derechos Humanos y colaborado con ONGs, es una de las expertas que trata de poner el foco de la investigación sobre prostitución: “en los clientes. Las mujeres acaban doblemente señaladas porque parece que son las únicas protagonistas del fenómeno, pero sin los demandantes no habría negocio entorno al sexo”.

Especialmente llamativo le resultaba el caso de los clientes jóvenes, entre 18 y 35, hombre que, en principio, no deberían tener que recurrir a la prostitución para tener relaciones sexuales. Ranea admite que “son heterogéneos en su nivel de estudios o socioeconómico, y hay que distinguir entre los que se reconocen como consumidores habituales, que se identifican como tales, y los eventuales, que no asumen ese rol. Admiten que acuden alguna vez, pero lo ven como el final normal de una noche de fiesta con los amigos”.

En principio “no son jóvenes con problemas sociales ni ningún tópico que se asocie a los clientes. De hecho a algunos accedí porque eran amigos de amigos, y en la mayoría de los casos su entorno social desconoce que consumen”. En su autoimagen “piensan que para las mujeres son mejores clientes, por ser más jóvenes, que la idea que tienen ellos de los que deben ser los otros clientes habituales”.

Ranea piensa que “a un investigador varón le habría costado menos trabajo acceder a las entrevistas. En un caso, uno de los entrevistados era la primera vez que reconocía ante otra persona que consume regularmente prostitución. El resto admitieron que yo era la primera mujer a la que se lo contaban”.

Aunque esa resistencia no fue lo más difícil: Ranea llegó a recibir amenazas. “No quiero darle más importancia que la que tuvo”, comenta, riéndose incluso. “En una de los foros de consumidores de prostitución, tras pedir voluntarios en abierto, me rastrearon y empezaron a enviarme amenazas e insultos. No se prolongó mucho ni pasó a mayores, así que no denuncié”.

Sin los clientes no habría prostitución

“Cuando se debate sobre el tema se oculta al cliente, pero sin el cliente no hay prostitución. Incluso si se da una noticia sobre multas a clientes o colectivos de hombres que piden la regularización, como en Francia, siempre aparece la foto de una mujer. ¿Por qué no una foto de Strauss-Kahn, que fue uno de los firmantes de aquella petición?”, comenta.

“Está comprobado que según avanzamos hacia sociedades más igualitarias, la prostitución aumenta. Los pioneros de los estudios sexuales en EEUU en los años 50 del siglo pasado pensaban que la prostitución desaparecería por carecer de sentido, pero ha ocurrido lo contrario”, lamenta. “Esto es así porque preveían grandes avances en educación sexual, pero la que existe es, como mucho, reproductiva”.

Ranea se declara “abolicionista” de la prostitución, aunque cree que “las leyes punitivas no sirven para nada. La ley sueca, que prohíbe la prostitución y penaliza a los clientes, no tiene recursos para darles alternativas a las mujeres. La ley francesa es un fracaso cuando ves cuantos ciudadanos cruzan la frontera para ir a La Junquera, en Lleida, el prostíbulo más grande de Europa”.

“Es un problema de educación sexual y de machismo. Tambien lo es que sobreviva el tópico de la prostitución voluntaria. La prostitución de lujo es un 1 por ciento. Para el resto es voluntaria sólo en la medida en que es la forma que han encontrado para conseguir dinero para sobrevivir. Si tuviesen alternativas mejores, las cogerían”, concluye.

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