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Sumisión o victoria

El rector de la Universidad de Sevilla, Miguel Ángel Castro

María Iglesias / María Iglesias

La gente no sale en masa a la calle a reclamar sus derechos. Ni a oponerse a que los pisoteen. No se revuelve contra el timo de que suban la luz en plena ola de frío. Menos clama contra la ignominia de dejar morir, en el mar o en campamentos nevados, a los refugiados que no refugiamos. Con gran esfuerzo de los convocantes se logran protestas contra los recortes en sanidad y educación. Pero sin la concurrencia que merecería el empeoramiento en la atención sanitaria y la enseñanza. ¿Qué nos pasa?

El caso del exdecano de la Facultad de Educación de Sevilla, Santiago Romero, condenado a seis años y nueve meses de cárcel e indemnización de 110.000 euros, por acoso sexual a dos profesoras y una becaria de investigación entre 2006 y 2010, puede arrojar luz. Porque siendo ignominioso en sí es, además, indicador de un grave problema sistémico en España: hay una asignatura trasversal que se nos imparte desde niños y que ha sobrevivido a los cambios de planes y currículos. Es la sumisión.

Como expone en sus memorias, Casa del olivo, el pionero de la psiquiatría en nuestro país que fue Carlos Castilla del Pino, arrastramos del franquismo el legado de no señalarnos. La dictadura primaba, muy por encima del conocimiento en cualquier disciplina, la adhesión al régimen y penalizaba, no sólo la disidencia, sino la mínima independencia.

En el tránsito a la democracia -con conquistas que yo, contra cierta moda, me niego a minimizar-, se mantuvieron buen número de cuadros en todos los ámbitos (incluida la primera línea política, con hasta un ministro franquista, Suárez, como líder del gobierno, y otro, Fraga, de la oposición) y el poder del dinero (banqueros, grandes empresarios). Pero también se perpetuó el know how, o “cómo hacer las cosas”.

“El que se mueve, no sale en la foto” sintetizó el todopoderoso Alfonso Guerra del que dijo Pilar Miró: “Corleone alza la ceja y sus chicos disparan”.

40 años de dictadura +

40 años de esta democracia

= 80 años de polvos que dan espesos lodos.

El sistema educativo es, pese a las proclamas de “atención a la diversidad”, un rodillo de uniformizar. Que potencia, además, productividad y competitividad, arrasando la creatividad. Se ve de forma llamativa en Plástica. Desde Infantil. Si toca homenajear a Luis Gordillo, se habla a niños de 3, 4 y 5 años de su valor transgresor, pero en la práctica, que no hagan un árbol cómo quieran, sino a colorear una fotocopia idéntica.

Han hecho falta seis años, una condena del Juzgado Penal 2 de Sevilla para apartar al catedrático Santiago Romero de la docencia, pese a que los servicios jurídicos universitarios alertaron y el entonces rector, Joaquín Luque, reconoció potestad para haber tomado “medidas cautelares” el 10 de marzo de 2011.

El decano de Ciencias de la Educación, Juan de Pablos, ha dimitido. Pero el actual rector, Miguel Ángel Castro, no ha asumido responsabilidad por lo que, en su rueda de prensa, llamó “trato simétrico a denunciado y denunciantes”. Consistente en dejar al primero en su plaza y dar “licencia de estudios, sacar del puesto o el departamento” a las docentes, como ellas han explicado. De los 42 miembros del departamento, en el juicio, sólo dos las apoyaron. Entre quienes testificaron a favor del catedrático -como Mery Israel Saro y Carmen Campos-, Gloria González llegó a justificarle diciendo que en “Andalucía somos muy propensos a esto”.

¿Qué va a hacer la Universidad contra el imperio de la sumisión y omertá? ¿Alguna medida contra la violencia machista que declara sufrir o conocer el 62% de alumnos? ¿Algo para que un rector no plagie impune como el de la Universidad Rey Juan Carlos? ¿Dejará la Universidad de Sevilla de ser la única en la que el rector no se elige por sufragio universal?

Porque, en la Academia, hay magníficos docentes, investigadores, referentes intelectuales. Individuales. Pero el sistema es una maquinaria de sumisión medieval y patriarcal que funciona a partir de la explotación de quien llega como savia nueva, hasta que medra y vuelve a explotar a los aprendices y así gira la rueda de la institución que debería nutrirnos de reflexión libre y transformadora. Ya basta de cinismo: universidad española y pensamiento crítico es un oxímoron.

Y en la medida en que el templo del conocimiento tiene a sus sacerdotes ocupados en sumar puntos para la ANECA y servir a los superiores para heredar, no transforma la sociedad en que sus alumnos, que pagan tasas crecientes, excluyentes, van a la emigración y el paro. Y de ahí a la frustración. Engrosando el semillero de votos que, en EEUU, ha cosechado Trump. Y aquí ya se verá si nos limitamos a lamentarnos.

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