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Banderita tú eres roja

Pérez Tapias critica que Pedro Sánchez use la bandera y Elorza señala la falta del puño en alto

Agustín Martínez Morales

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No es la primera vez que el PSOE reivindica la enseña nacional, pero sí que un candidato socialista a la presidencia del Gobierno se envuelve en la bandera en un acto orgánico de la importancia de su proclamación, como candidato a la presidencia del Gobierno. Pedro Sánchez lo hizo el domingo, con una pirueta digna de la mejor Pinito del Oro, en el circo Price de Madrid. Rojigualda, traje oscuro, corbata roja, monitores “made in USA” y, cómo no, primera dama, ataviada de rojo integral, para despedir el acto entre besos y achuchones a su cónyuge y a la concurrencia.

Llama la atención que 48 horas después estemos discutiendo más por la forma que por el fondo. Mala cosa para Pedro Sánchez, que en un acto de la relevancia de su primer mensaje público, como candidato a la presidencia deel Gobierno, se le esté dando mayor importancia al cómo y no al qué.

Y es que la bandera, uno de los símbolos más reconocibles del país, ha sido motivo de confrontación durante el último siglo. La rojigualda, a pesar de ser la enseña constitucional, ha provocado el recelo de la izquierda, que añoraba la tricolor republicana y rechazaba los colores que usó el franquismo. El resultado ha sido el de una izquierda española sin más insignias que portar que las siglas de su partido. Mientras a los nacionalistas no les ha faltado ocasión de sacar a la calle sus banderas autonómicas y la derecha, sin competencia alguna, ha usado casi en exclusiva la bandera española en mítines y manifestaciones contra las políticas del Gobierno.

Pero de un tiempo a esta parte sus connotaciones políticas han quedado diluidas en la marea de jóvenes que, nacidos en democracia, se han echado a la calle blandiendo la enseña como lo harían con la de su equipo de fútbol. Así lo explicaba el ex ministro de Justicia y eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar: “Pertenezco a una generación que no lo tuvo fácil para asistir a una manifestación, en la que hubiese una gran profusión de banderas españolas sin inquietud. Me encanta ahora poder ver millares de banderas nacionales ondear en las calles de Madrid sin sentirme inquieto, ni mucho menos amenazado”.

Imitar el marketing político norteamericano no es necesariamente negativo, de hecho, lo llevamos copiando desde la instauración de la Democracia. Pero además de las formas, no estaría de más que nuestros líderes políticos imitaran también en fondo y se esmeraran un poco más; en que los mensajes con los que nos obsequian, también tuvieran el fondo y la solidez de los de esos políticos que como Obama, Martín Luther King, Kennedy, Churchill, o Che Guevara, han marcado la memoria de generaciones.

Además de la escenografía, sólo los muy fieles podrían citar en nuestros políticos alguna de esas frases que quedan para la historia. Desde el más reciente “Yes we can” del actual presidente estadounidense, hasta aquel irrepetible “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta qué puedes hacer tú por tu país”, de JFK, su inolvidabe “Ich bin ein Berliner ” (Soy un berlinés), en pleno bloqueo soviético de la capital alemana y en virtud del cual el discurso pasó a la historia, o el “Tengo un sueño” de M.L. King, que supuso un antes y un después en la lucha por los derechos civiles en la historia norteamericana.

Porque por mucho que los busquen, no abundan los grandes discursos entre nuestros políticos. Lo más que recordamos de nuestros líderes son frases, más propias el olvido que para esculpirlas en el frontispicio de la oratoria política. Desde el “Puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez, al “OTAN, de entrada no”, de Felipe González, pasando por el “Váyase señor González” de José María Aznar, o esa niña con la que soñaba Rajoy en la campaña de 2008 y que hoy sería de Podemos.

Volviendo al acto del domingo, los analistas no acaban de ponerse de acuerdo sobre la escenografía rojigualda. Para unos con la macrobandera de fondo, Pedro Sánchez pretendía sacudirse las acusaciones de radicalismo, con las que el PP le está fustigando desde el cierre de los pactos postelectorales; para otros, la utilización de la enseña pretendía ser un guiño hacia los posibles votantes de centro izquierda, y para muchos, la sobreactuación rojigualda, habría chirriado considerablemente en muchos sectores del socialismo que siguen sin renunciar a su corazoncito republicano.

Y a todo esto, seguimos hablando y escribiendo sobre al atrezzo. Sólo una recomendación: no carguemos las tintas, o la próxima vez nos encontraremos con cualquiera de nuestros líderes entonando a todo pulmón a ritmo de pasodoble, “El día que yo me muera, si estoy lejos de mi Patria sólo quiero que me cubran con la bandera de España”

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