Corazón frío, devolución caliente

La imagen roza lo insoportable. De este lado, en el campo de golf, una mujer de blanco inmaculado se dispone a ejecutar un elegante golpe. El verde billante del césped casi hiere la vista. Al fondo, encaramados a la valla como pájaros sin alas, un grupo de jóvenes subsaharianos se agarra con fuerza a la alambrada, preparados para resistir el negro swing de la porra del guardia civil que trepa velozmente a por ellos. Cuando caigan, cuando se precipiten verja abajo como esa fruta extraña que cantaba Billie Holiday, serán arrojados de inmediato al otro lado de la frontera, de nuevo al kilómetro cero, como si en lugar de golf asistiéramos a un macabro partido de tenis.

La fotografía tomada por José Palazón, de la ONG Prodein, se difundió el mismo día que hemos conocido que el Gobierno va a legalizar las llamadas 'devoluciones en caliente' mediante una enmienda a la Ley de Seguridad Ciudadana. Una reforma de la Ley de Extranjería que se cuela por la puerta de atrás -algo en el fondo coherente con la propia filosofía de los mal llamados 'rechazos en frontera'- y con la que el Ministerio del Interior reconoce lo que en realidad ya sabíamos: que durante todo este tiempo ha estado actuando al margen de la ley.

Pero lo que también conviene saber es que, cuando la reforma esté aprobada gracias al rodillo de la mayoría absoluta del PP, seguirá siendo ilegal. Porque vulnera desde la Constitución al tratado de Ginebra, pasando por todos los demás acuerdos europeos e internacionales sobre derechos humanos y asilo. Ni siquiera respeta el tratado bilateral firmado con Marruecos en 1992 para la devolución de inmigrantes, que exige un proceso de identificación previa y la asistencia de un abogado y un intérprete. En los últimos 15 años durante los que las devoluciones en caliente se han llevado a cabo bajo cuerda, se le ha estado negando a estas personas los más mínimos derechos ciudadanos. Ahora, además, se pretende hacerlo por ley. Negro sobre blanco, o quizá precisamente al revés.