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Hombres árbitro

Jesús Tomillero reivindica su derecho a ser gay.

Miguel Lorente

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Los hombres son algo más que dioses. Dios se limita a vivir en su mundo ajeno a la realidad y a “premiar a los buenos” y “castigar a los malos” cuando ya todo ha pasado. En cambio los hombres van mucho más lejos y se quedan bastante más cerca al convertirse en jueces y parte de la realidad, y de ese modo otorgarle significado a lo inmediato a partir de los valores y referencias que ellos mismos han decidido para su cultura patriarcal.

El machismo es eso, la aproximación práctica del patriarcado para hacerlo verdad, además de verdadero.

Un ejemplo cercano y reciente lo tenemos en lo sucedido con Jesús Tomillero, árbitro de fútbol que hizo pública su homosexualidad. A partir de ese momento ha sufrido un ataque sistemático por parte de aficiones y jugadores, o sea, dentro y fuera del campo, y le ha llegado con fuerza, también, el silencio de la Federación de Fútbol y del Comité de Árbitros. La presión y la soledad han sido tan intensas que finalmente ha decidido dejar el arbitraje, una pasión que le acompañaba desde su infancia. Ahora seguirá sufriendo ataques homófobos, pero no tendrá que soportarlos en mitad de unos campos que prefieren limitar la libertad de expresión antes que callar la violencia expresa.

Cuando se dice que “la mujer del César ha de serlo y parecerlo”, no quiere decir que el César no deba serlo y menos aún que no deba parecerlo, todo lo contrario, eso iría en contra de su autoridad. Lo que se dice con esa afirmación es que la mujer del César debe parecer eso, ser su mujer y por tanto ocupar un lugar inferior a él y estar pendiente de lo que él diga o decida. El mensaje no es sobre las consecuencias que su conducta puedan acarrearle a ella, sino sobre lo que le pueda pasar al César a través de su comportamiento. Los hombres tienen claro que la hombría no es el resultado masculino basado en la genética, en la biología o en la anatomía, sino en la condición de hombre. Y esa condición es la que ellos, tan listos y poderosos, han creado a través de la cultura para que actúe como molde y referencia para todos los “hombres-hombres”, ese “hombre de verdad” de pelo en pecho, incluso aunque se lo haya depilado por exigencias del guión. Los hombres han de serlo y parecerlo, no les queda otra.

Por eso la condición de hombre es como una “pulsera de todo incluido” que da derecho al poder, a maltratar, a usar el tiempo libremente, a formar parte de todos los espacios, a ser una persona con criterio en lugar de un maleducado cuando da voces en una reunión, a ser un empresario en vez de un explotador, a ser un hombre con encanto en lugar de un acosador… Es la identidad masculina la que se manifiesta a través de cada uno de esos hombres, y al estar construida desde el poder y para el poder, no admite otras variables ni alternativas. Si lo hiciera y tomara como referencia la condición de hombre al margen de esa identidad tradicional, y por tanto, entendiera que hay otras formas de ser hombre, significaría que tendrían que repartir el poder entre ellas, algo a lo que no se está dispuesto. Y mucho menos aún a que se cuestione el modelo de identidad sobre el que gira toda la construcción social y cultural.

Por eso los hombres son árbitros del machismo, actúan como la “policía de la moral” de algunos países, pero en este caso sin uniformar y con control dirigido más a otros hombres que a las mujeres. A estas ya las tienen controladas con la costumbre, la desigualdad, la discriminación, el abuso y la violencia, pero a los hombres hay que vigilarlos de cerca para que no cuestionen con su conducta y opciones diversas esa condición construida por la cultura.

La violencia de los hombres contra los hombres homosexuales y trans se justifica en parte por esa necesidad de castigar a quien ataca la identidad masculina. Las mujeres no son violentas con las mujeres lesbianas, mientras que los hombres sí lo son contra los gays. Y lo son porque sienten que su masculinidad homosexual cuestiona la identidad hegemónica de los hombres levantada sobre la heterosexualidad, tan importante para ellos que la convierten en un símbolo de su identidad bajo la idea de “macho”.

Lo que ha sucedido con Jesús Tomillero es el reflejo de lo que ocurre a diario en el terreno de juego de la sociedad. Si el movimiento gay no se hubiera organizado frente al machismo, cada uno de sus miembros habría sido aniquilado socialmente uno a uno.

El machismo no está dispuesto a permitir que un hombre árbitro “no sea hombre”, por muy bien que arbitre. Para ellos, la figura de autoridad no puede quedar en manos de cualquiera, ya les costó aceptar que las mujeres arbitraran a los hombres, pero eso sólo es una usurpación, una especie intromisión y de ataque externo. Lo que no están dispuestos a aceptar es que un hombre “que no sea hombre” pueda actuar como tal arbitrando, y con ello cuestionar su identidad y poner en evidencia la mentira de una identidad de cartón-piedra que en su día colocaron en el escenario de la sociedad.

(Un abrazo solidario a Jesús Tomillero y a todos los que sufren la intolerancia y ataques del machismo y sus machistas)

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