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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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El cuento y la jugada

"La última lección del maestro" de Castelao, denuncia de la represión franquista, vendrá a Santiago desde Argentina en 2018

María Iglesias

Los pasajeros del ferry Sorolla de Melilla a Almería ven muertos en el mar. La radio informa el domingo en su matinal. La locutora acaba diciendo que Marruecos se encarga. Entonces, tranquilidad. El lunes aún hay prensa que publica que son 16 muertos cuando ya se sabe que son 21 cadáveres de una patera en que venían 47 migrantes. Faltan 26 que no van a buscar. Sabemos las cifras por Helena Maleno, la periodista y activista pro Derechos Humanos de Caminando Fronteras acosada por la justicia del reino teocrático de Marruecos, sin que la protejan las instituciones de la monarquía parlamentaria española.

La tragedia migratoria no es lejana. Nadie podría defender eso cuando tantos muertos flotan, tan de continuo, en nuestras costas; cuando la marea regurgita al congoleño niño Samuel de 6 años en la arena de Barbate. Pero a la mayoría le parece un brumoso mal sueño. Que no se puede evitar. Viene y va, viene y va.

España es una dócil convaleciente, que lleva 40 años incorporándose en la cama tras los 40 años de dictadura que la tuvieron postrada. Este 2018 no se plantea el 50 aniversario del Mayo del 68 de ideales emancipadores, pisoteados en los 80 por en neoliberalismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y que, caído el muro de Berlín, fueron enterrados bajo los cascotes de la degeneración soviética por quienes, como Francis Fukuyama, proclamaron el triunfo definitivo del capitalismo. En este país, ajeno al devenir universal, festejamos el 50 cumpleaños del biznieto de Alfonso XIII.

Aquí, donde aquel rey huyó porque la ciudadanía votó República, en esta tierra donde el Golpe de Estado de unos militares tan crueles y sanguinarios como catetos y patéticos, socios de Hitler y sus nazis, provocaron una guerra civil brutal, el exterminio o exilio de todo defensor del régimen legítimo y constitucional -de las más humildes ciudadanas a esos célebres creadores e intelectuales a los que se cita y homenajea en vano, los Lorca, los Machado... lágrimas ante el Guernica de Picasso-, las más altas instituciones del Estado presencian cual rebaño ante su divino pastor, como Felipe VI da a su hija de 12 años la más alta distinción: el Toisón de oro que, él explica, procede de no sé qué orden, medieval, de Borgoña. Un ostentoso collar rematado por una oveja con las patas colgando, que le da como signo del compromiso de la niña a servirnos. Cuando es una cadena que nos fuerza a nosotros a asumirla como reina.

Qué extraño que aspirar a una República en España suene hoy a antigualla y esto del Toisón y la sucesión dinástica y la superioridad genética de una familia sobre el resto, ¡de los Borbón nada menos! sea lo contemporáneo. Alguien, muchos alguienes lo han bordado estos 40 años hipnotizándonos con el paternalista cuento de que aún no estábamos preparados para levantarnos y caminar, salvo paseítos cortos por el cuarto y apoyados en el brazo del benéfico rey que nos fuera guiando. 

El nombre del rey ha cambiado pero la corte, económico-político-mediática, incluso de juglares culturales, el sistema que preservan, se ha mantenido. Esa es la clave. Y ojo, que mientras repiten el cuento en bucle -otra vez fotos y vídeos de feliz intimidad en Zarzuela, como cuando se tapaban las infidelidades de Juan Carlos el campechano, o se atribuía el tren de vida de Cristina a la profesionalidad de la primera universitaria Real- se prepara la misma jugada que tan bien salió en la Transición y han reeditado en la sucesión: cambiar la apariencia para perpetuar la esencia.

La sociedad que, muerto el dictador Franco, tras la continuista UCD de Suárez, superando la ley electoral a medida del pasado (aún vigente), cifró su anhelo de cambio en un PSOE sin los ecos que se atribuían al PCE de Carrillo, Pasionaria o Alberti y, en el 82, dio de buena fe mayoría absoluta al joven tándem de Guerra y González, puede atufarse por la pestilencia no ya a corrupción, sino a naftalina de la pepera cúpula marianista. Dan mala imagen, son viejunos, no hablan inglés, el Ministerio del Interior es de Mortadelo y Filemón. Hasta para imponer la cadena perpetua y la recentralización de Estado -los próximos pasos- hay que tener aspecto juvenil, elegante, amable. En España se prepara un ocaso azul para un amanecer naranja. Está, como dirían en Francia, “En Marcha”.

Quizá un buen maestro, una gran profesora, de principios, como el del cuadro de Castelao, haga la luz en la colegial Leonor sobre qué sistema de organización del Estado es más racional y democrático. O, mejor, los que tanto hemos oído que se estudia Historia para no repetir errores pasados, lo acabemos interiorizando. Y, al liberarnos, liberemos a esa pobre pre-adolescente de la pseudo-vida de protocolo e hipocresía para la que ha sido concebida.

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