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Los Trump y Arabia Saudí se “blanquean” en violeta

Ivanka Trump en su visita con los Trump al Papa Francisco

Lina Gálvez

La familia Trump acaba de realizar su primer viaje oficial al extranjero desde que Donald, el patriarca, ostenta el cargo de presidente de los EE.UU. La prensa está llena de sus salidas de tono, errores diplomáticos y también del contraste de vestimentas de las damas, Melania e Ivanka, en Arabia Saudí y en el Vaticano. En el primero, sin velo, dando imagen de modernidad; y en el segundo, con mantilla negra y de luto riguroso, proporcionando una imagen muy rancia y arcaica. Algo que, en mi opinión, no es casual, especialmente en lo relativo a la imagen de modernidad que los Trump y los intereses que defienden, que no son precisamente los de la mayor parte del pueblo americano, querían dar de Arabia Saudí, eligiendo para ello precisamente uno de los aspectos más siniestros de ese país, el de la condición de las mujeres.

En Arabia Saudí se practica un auténtico apartheid de género que conlleva una segregación total entre los espacios destinados a las mujeres y el resto de los espacios. Los hombres tutelan a las mujeres desde el nacimiento hasta la muerte,ya que éstas no pueden obrar por sí mismas y están incapacitadas tanto desde el punto de vista jurídico como el económico.

No en vano, la participación laboral de las mujeres es la más baja del mundo, en torno al 5%. Pero todo esto no impide que, coincidiendo con la visita de los Trump a Arabia Saudí, su monarquía haya donado 100 millones de dólares a un fondo promovido por Ivanka Trump y gestionado por el Banco Mundial cuyo objetivo es conseguir un mayor empoderamiento de las mujeres en el mundo.

A Arabia Saudí fueron los Trump a cerrar el mayor acuerdo de venta de armamento de la Historia de Estados Unidos. Un compromiso de 110 billones de dólares, negociado previamente por Jared Kushner, yerno del presidente y marido de Ivanka Trump. Armas de empresas norteamericanas que, como sabemos, no encierran los saudíes en museos para que los visitantes las puedan admirar, ni pasean en coches las mujeres –en ese país éstas no pueden ni siquiera obtener el permiso de conducir– sino que alientan guerras.

Es necesario recordar que, desde 2011, esta monarquía absolutista ha intervenido militarmente o a través de sus servicios secretos en Siria, Bahréin, Yemen y Egipto, bombardeando a civiles, apoyando golpes de estado o entregando armas y apoyo económico a grupos fundamentalistas. Es decir, ha fomentado guerras que están matando a cientos de miles de personas y desestabilizando Oriente Próximo en favor de sus intereses geoestratégicos, políticos y culturales, incluido el de imponer su orden de género.

Es posible que los Trump y los mandatarios de Arabia Saudí hayan llegado a otros acuerdos que no sólo comprometen la vida de millones de personas en determinadas zonas del planeta a través de la promoción de guerras que mantienen el negocio armamentístico, sino que también ponen en riesgo la sostenibilidad del propio planeta. Por ejemplo, a través de una planificada bajada del precio del petróleo ahora que EEUU, a través de la apuesta presupuestaria de la administración Trump, contempla la venta de casi la mitad de la reserva estratégica de petróleo estadounidense y abrir a la explotación petrolera el refugio nacional del Ártico en Alaska, lo que podría herir de muerte a la industria de las energías renovables, una de las pocas herramientas con las que todavía contamos para frenar el cambio climático.

Pero parece que hasta los Trump y el Gobierno saudí son conscientes de que promover la guerra y detener la lucha contra el cambio climático no tienen buena prensa. Por ello, se han puesto de acuerdo en blanquear en violeta el viaje del mandatario estadounidense y su familia al reino saudí mediante la millonaria donación del Gobierno de este paísal al ya mencionado fondo liderado por Ivanka Trump y el Banco Mundial y destinado a la promoción del emprendimiento de las mujeres en el mundo.

El fondo, que cuenta también con el apoyo de Angela Merkel y el Gobierno canadiense, busca trabajar con empresas que deseen facilitar el acceso de las mujeres a la financiación, los mercados y las redes empresariales. Comenzó a gestarse, y así lo reflejó la prensa, cuando en marzo de este año el primer ministro canadiense Justin Trudeau visitó la Casa Blanca y él e Ivanka Trump anunciaron la creación del Canada-United States Council for Advancement of Women Entrepreneurs and Business Leaders. Y fue cogiendo forma en la cumbre del G20 en Berlín –denominada del W20, por “women”–a la cual Angela Merkel invitó a Ivanka Trump y en la que hubo una sesión dedicada nada más y nada menos que al feminismo y el empoderamiento femenino. Dicha sesión contó también con la participación de otras figuras como Christine Lagarde o Chrystia Freeland, ministra de asuntos exteriores canadiense. En ella, Ivanka Trump llegó a decir que su padre era un “tremendous champion of supporting families”. Sobre todo, habría que añadir, de la suya propia.

¿Labor altruista a favor de la igualdad de género?

La promoción del empoderamiento de las mujeres facilitando su inserción en los mercados, sobre todo a través del acceso al crédito, no es algo nuevo. Se trata de una estrategia que lleva potenciándose desde hace varios lustros para que cada vez más actores y, sobre todo, actrices se integren en el sistema y amplíen mercados, con el fin de seguir pedaleando y que no se caiga la bicicleta del capitalismo. Esta estrategia ha servido a gobiernos, instituciones y, en particular, a muchas empresas para abrir nuevos nichos de mercado vendiendo esta acción como si en realidad se tratara de una labor altruista a favor de la igualdad de género. Algo que, al parecer, se debe de vender muy bien, a pesar de lo que cuesta dar pasitos pequeños en esa dirección.

Además, esta promoción no es independiente del mantenimiento de un modelo económico que se basa en la cada vez menor participación de los salarios en las rentas y que explica que las familias necesiten cada vez de más miembros participando en el mercado de trabajo –o emprendiendo autónomamente–para poder conservar, junto con el endeudamiento, unos estándares de vida y una falsa sensación de riqueza que les impidan cuestionar la injusticia del sistema en el que todos nos hayamos inmersos.

Si, además, esto se hace a través del emprendimiento, la sensación de empoderamiento está asegurada, lo que casa bastante bien con el justo discurso feminista sobre la libertad y la autonomía de las mujeres. Sin tener en cuenta que lo que a menudo se consigue a través de ese emprendimiento, que suele ser precario, es una individualización del riesgo y la posibilidad de que las mujeres sigan compatibilizando su participación en los mercados con el cuidado de las familias, sin que se cuestione el patriarcado, y de modo que los estados eviten desbordar su factura social y puedan seguir privatizando y reduciendo sus dimensiones y, por tanto, la dimensión de lo público.

Obviamente, que en una economía de mercado las mujeres tengan acceso a recursos como el empleo o el crédito, que les permitantener ingresos monetarios o emprender un negocio, es un aspecto positivo en tanto que ha impulsado a millones de mujeres en todo el mundo a diseñar proyectos vitales más autónomos e incluso independientes de los hombres. Pero si esa promoción no va unida a otros cambios en lo relativo a la organización social del cuidado y a una distribución primaria y redistribución de la riqueza que alcancen una mayor equidad social, puede incluso ser dañina para las mujeres. La mercantilización de cada vez más aspectos de la vida y la individualización del riesgo que conlleva el capitalismo neoliberal desbridado ponen en jaque tanto el bienestar de las mujeres como la existencia de una ética alternativa a la del lucro y el interés personal.

En tanto que seguimos siendo las responsables del cuidado y las tejedoras de las redes de última instancia, a las mujeres no nos beneficia la dependencia exclusiva del mercado, donde nos insertamos con menor capacidad que los hombres por tener menor disponibilidad de movilidad y tiempo y porque las empresas capitalistas funcionan preferentemente bajo la horma de un trabajador libre de cargas de cuidado, como es, en términos generales, la de los varones.

El fondo “feminista” de los Trump es uno de los mejores ejemplos de cómo el neoliberalismo ha resignificado, en su afán por legitimarse, causas justas como las del feminismo y la igualdad de género. La filósofa Nancy Fraser habla de la coincidencia desafortunada, a lo largo de la revolución neoliberal, del neoliberalismo y el feminismo. Pero lo que está ocurriendo, sobre todo en estos últimos años, no es ninguna coincidencia, sino un uso intencionado de las palabras, los ideales y los símbolos para legitimar un sistema injusto, pero en el que la gente debe creer que tiene cabida, imponiéndonos una ética individualista del lucro. Los grandes poderes económicos y financieros, a los que pertenecen los Trump, nos están robando las palabras y el significado de luchas justas como la del feminismo y no podemos permitírselo, ni caer en su juego.

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