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Lo británico y lo hispánico

Picardo

Javier Aroca

Hace unas semanas se celebró en Brighton el congreso del Partido Liberal Demócrata del Reino Unido, con la asistencia de una delegación gibraltareña, habida cuenta de la pertenencia de los miembros del Gobierno de la Roca que preside Picardo a esta formación política. En dicho Congreso, la delegación yanita defendió su derecho a unas negociaciones singulares que garanticen su relación con la Unión Europea, tras el resultado del referéndum sobre el Brexit. El Gobierno de Picardo se ha reafirmado en su derecho de autodeterminación y su rechazo a la fórmula de la cosoberania apuntada por el ministro Margallo en nombre del Gobierno de Rajoy. Nada nuevo ni desconocido, ni siquiera la afirmación de su carácter y devoción a la cultura e identidad británica por parte de los delegados yanitos. Lo que sí llama a la atención es que el viceministro principal se apellide García, y sus acompañantes, dos ministros, Costa y Linares.

Por las mismas fechas, García Albiol acudía a una recepción con motivo de la independencia de México. La ocasión fue aprovechada por Gabriel Rufián, soberanista catalán, para señalar la contradicción de la asistencia de alguien tan español a una fiesta que commemora la ruptura de España, a saber, la independencia de la Nueva España. A pesar de lo proclamado en la Pepa, la igualdad en derechos de los españoles de los dos hemisferios, los mexicanos tuvieron la osadía de separarse y declararse independientes. No sin cierta resistencia , y no me refiero a la militar, que lo fue; España tardó 25 años en reconocer dicha independencia y participó cada vez que pudo, malmetiendo, en los asuntos mexicanos.

Los independentistas catalanes aprovecharon la ocasión para cuestionar, con cierta guasa, el por qué nadie de los emancipados de la Corona haya querido volver jamás a la madre patria; por cierto, se fueron los emancipados novohispanos incorporando a su acervo político los valores reconocidos de aquella Constitución gaditana. Citada recientemente por Rajoy, sin mucha autoridad, creo, fue pronto olvidada por los resortes del poder más reaccionarios, en torno, entonces como hoy, a la monarquía española.

Bueno, la historia es así. Estados Unidos tampoco ha querido volver al Reino Unido y así una larga lista. Pero verdad es que todos los de raigambre británica quedaron siempre mejor en sus rupturas. De hecho, en la cultura política británica, la Commonwealth funciona. La reina es jefa de Estado en 16 de sus antiguas colonias, la unión jack forma parte de muchas de sus banderas. Incluso, hasta en al menos un referéndum, en aquella ocasión en Australia, los emancipados prefieren, de momento, ya que así lo decidieron libremente, seguir con la reina como jefa de estado, y no constituirse en República.

Nadie quiso volver a ser español

Con la curiosa histórica excepción de la República Dominicana, nadie quiso volver a ser español, la bandera ni se huele en ultramar, el rey de España no es rey de ninguna parte (sólo mirado como una curiosidad, y a veces observado por sus anécdotas chulescas); cuando alguno intentó ser monarquía, caso de México, acudieron a otras realezas. Pero es más, de todas partes salimos malamente. La más reciente, de Guinea ecuatorial, que abandonamos, al final, a escobazos , acusados de participar en golpes de Estado e intrigas varias.

Hoy el papel de España en Venezuela es lamentable, y los propios actores visibles metropolitanos, González y Zapatero, del mismo partido, contraponen intereses y posiciones enfrentadas y dispares. Hablando de posiciones, España, liderada por Aznar, se convirtió en el halcón de la posición común europea frente a Cuba, más dura que la americana o a su servicio, que hoy la Comisión Europea quiere revisar, ante la pérdida de protagonismo europeo en la democratización de la isla.

Incluso El Vaticano nos supera. La ausencia de todo protagonismo de su metrópolis hasta casi el siglo XX, es decir, España, es toda una patología, no por antigua sorprendente. De Filipinas, donde se ha perdido hasta el español en el que se redactó su Constitución, no cabe ni hablar, perdida para siempre del área de influencia de su antigua metrópolis, y así seguimos.

Hace pocas semanas , de nuevo, el Tribunal de Justicia de la UE ha recordado las responsabilidades de España como vigente potencia administradora en el contencioso del Sahara; ignorada advertencia, como otras, por el Gobierno y el propio Estado que no ha dudado en abandonar a su suerte a aquellos españoles africanos, como afirmaba la Constitución de Cádiz.

Algo tiene que ocurrir para que nadie añore nuestra sistema, mientras que en el caso británico, todos respeten y valoren su sistema de libertades y su cultura política de la que, incluso separados, no piensan apostatar. Los gibraltareños no quieren ser españoles, aunque en el fondo sean mediterráneos y andaluces de cultura. Quieren ser europeos. Por eso votaron, prácticamente por unanimidad, seguir en la UE, pero su europeismo convive respetuosamente con el ejercicio de la más pura democracia británica y una de sus virtudes, consultar a la gente. Un error dicen, pero algo tendrá el agua cuando la bendicen. Margallo no convence a los yanitos. Los García , Costa o Linares, se reafirman en que son británicos; perdieron el referéndum , pero el aroma de su sistema democrático contrasta y vence al rancio olor a alcanfor de la vieja y contumaz política español.

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