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El tornado del simplismo asola Europa

Theresa May

Lucrecia Hevia

“Tenemos que asegurar que (los de fuera) no asumen trabajos de los británicos”, ha dicho la ministra de Interior de Gran Bretaña, dispuesta a endurecer las condiciones de las empresas para contratar a extranjeros.“No daremos ayudas sociales a los inmigrantes europeos en Alemania”, dice el partido de Angela Merkel inmerso en aires electorales que no le son favorables. Estas dos son las últimas noticias del tornado de simplismo por el que Europa está dejándose llevar. Y son noticias que no suenan desafinadas en la sinfonía que toca el viejo continente de un tiempo a esta parte.

Porque los mensajes simplistas que apelan a las tripas funcionan. Es más fácil dividir la vida entre nuestros y extranjeros que explicar las complejidades de la sociedad y la riqueza de la diversidad. Es más fácil hacer creer a los ciudadanos europeos que ellos nunca serán extranjeros en ningún lugar. Resulta sencillo ofrecer soluciones simples, un muro, algo físico a lo que aferrarse, para que no entre lo desconocido, a pesar de que la historia nos ha enseñado que no hay muro lo suficientemente alto para frenar la desesperación.

Los debates en Europa están convirtiéndose en muchos casos en una “sencilla” elección entre buenos y malos y no sólo en el terreno de la política migratoria. Seguridad o libertad, blanco y negro. Porque explicar los grises exige trabajo y, como diría Rajoy, “es muy difícil”. Y, personalmente, creo que lo simple apela a nuestras tripas y nos hace un poco menos civilizados. Alemania y Gran Bretaña simplifican su lenguaje para describir una realidad compleja. Y no sólo. Francia, Austria, Polonia o Hungría ofrecen dicotomías sencillas a sus ciudadanos virando hacia la ultraderecha y el populismo, que son las expresiones políticas que mejor se mueven en este terreno.

En España la ultraderecha como tal no parece tener espacio (aún) pero eso no quiere decir que nos libremos de los buenos y los malos. ¿El PP o el caos? ¿Independencia catalana o España cañí? ¿Bajamos los sueldos y resolvemos la crisis? ¿Más pegas para manifestarse supone menos problemas en la calle? ¿Si cobran menos los diputados se regenera la política? ¿La ley mordaza? ¿Gibraltar español?...

El simplismo cala porque el ambiente, la crisis, la precariedad, la escasez y el miedo a que todo vaya a peor son un buen caldo de cultivo para que nos guíen las vísceras y no nuestra faceta más civilizada. Y todos tenemos derecho a tener miedo.

Pero los políticos no pueden permitirse el lujo de simplificar la realidad para ganar votos y apoyos. Tienen que “ponerse en los zapatos de los demás y caminar con ellos”, al difícil estilo del personaje Atticus Fich en 'Matar a un ruiseñor'. Tienen que ser capaces de recordarnos que la vida es compleja. Porque este tornado ya ha pasado antes. Porque no son los primeros que usan esa estrategia y sabemos que no acaba bien. Lo contrario al fanatismo, como dice el escritor Amos Oz, es el acuerdo y el diálogo pero para eso hay que enfangarse en grises.

Y la factura que vamos a tener que pagar por caer en el simplismo político no será pequeña.

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