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La lista de los listos

EFE

Miguel Lorente

Los maltratadores son muy listos, se aprovechan de todo lo que previamente han construido para ejercer la violencia de género con impunidad, y de ese modo conservar sus privilegios.

Primero crean una cultura de la desigualdad que los pone como guardianes del orden y jueces de la normalidad; después introducen la violencia contra las mujeres como el instrumento para conseguir mantener la organización decidida, de manera que las justificaciones y contextualizaciones actúen como testigos de cargo a favor de sus argumentos; y, finalmente, por si todo ello fuera poco, cada uno de ellos “en nombre del amor”, se encarga de aislar a la mujer maltratada de cualquier apoyo externo para que no dude de lo que él dice e impone a la fuerza, y para que si lo hace no encuentre una salida fácil entre el laberinto de la duda y la razón de la distancia.

Son tan listos que cada año más de 600.000 hombres utilizan la violencia de género contra las mujeres con las que comparten una relación, pero sólo un 20% son denunciados. El 80% de las mujeres no lo hace porque piensa que la violencia sufrida “no tiene importancia”, así lo cree un 44%, o porque sienten vergüenza al hacerlo, tal y como afirma un 21% (Datos de la Macroencuesta de 2015). Por eso no es casualidad que del total de maltratadores sólo el 4’8% sea condenado.

De este modo, la referencia cultural de la violencia de género lleva a esa normalidad que la oculta en lo privado y a esa impunidad que la integra en lo público, y sólo deja el rechazo y la sanción para los casos más graves.

Todas estas circunstancias (normalidad, impunidad, frecuencia, reincidencia…) generan una indefensión estructural a las mujeres, que luego cada agresor se encarga de traducir en vulnerabilidad a través del proceso particular que inicia hasta llegar a la violencia. El resultado es una situación de riesgo objetivo que lleva a esos 600.000 casos de violencia de genero, y a los 60-70 homicidios anuales, sin que el 80% de las mujeres asesinadas hubiera denunciado antes la violencia que venía sufriendo.

Pero también da lugar a que a que cada año alguno de esos homicidios sea cometido por hombres maltratadores que ya habían maltratado a otras mujeres, sin que sus parejas actuales lo supieran en la mayoría de los casos, y sin que pudieran saber con certeza qué es lo que estaban viviendo debido a la ausencia de referencias por parte de una cultura cómplice que utiliza el silencio impuesto como prueba de que nada ocurre, y a la distancia infranqueable que el agresor establece entre la mujer y la salida de la violencia.

Romper con todos esas barreras para, simplemente, conocer lo que está ocurriendo y poder tomar una decisión en consecuencia, resulta prácticamente imposible en muchos casos, tal y como se comprueba año tras año con la violencia y los homicidios de mujeres. Hay que derribar esos muros, y no basta con medidas generales que sirvan algo para todo. Ahora es necesario adoptar medidas específicas para cada una de las circunstancias concretas que generan situaciones de riesgo.

Y ante una situación de riesgo hay dos grandes líneas de acción. Por un lado actuar sobre el factor que genera el daño para disminuir al máximo la probabilidad de que ocurra, y por otro informar a quien puede sufrirlo para que adopte las medidas que lo eviten. Es lo que vemos ante cualquier problema de salud, por un lado se actúa desde las instituciones sanitarias para tratar el problema, y por otro se informa a la sociedad según el grado de exposición al riesgo para que lo evite, y para que si tiene algún síntoma pueda contrastarlo y buscar ayuda antes de que el daño sea mayor.

Según los datos de Viogen, en España cada año entre 2.000 y 3.000 hombres denunciados maltratan a más de una mujer, y cada año como mínimo una de esas mujeres maltratadas por agresores reincidentes es asesinada.

Una sociedad que normaliza y justifica la violencia, y que responsabiliza y culpabiliza a las propias mujeres que la sufren, no va a contar con recursos suficientes para conseguir que el riesgo disminuya sobre la reducción significativa de la amenaza, es decir, sobre el descenso del número de hombres maltratadores. Ante esta circunstancia hay que potenciar otras vías de prevención por medio de la información a las mujeres que están en riesgo.

Y entre esas medidas es necesario contar con un acceso a los registros de maltratadores a través del procedimiento que se decida, para que las mujeres que sufren la violencia puedan obtener información sobre la realidad de esa situación, y no quedar atrapadas entre las múltiples explicaciones y justificaciones que la propia cultura violenta ha establecido para integrar la violencia como parte de la normalidad. Habrá que decidir el procedimiento y las circunstancias para hacerlo, pero no dejar que las mujeres vivan el riesgo hasta la muerte.

La necesidad se hace urgente cuando se comprueba que las circunstancias actuales son aún más graves. Por un lado, porque el cambio social en este contexto de las relaciones y las identidades está siendo protagonizado por las mujeres, lo cual ha hecho que más hombres recurran a la violencia para intentar mantener sus referencias y el control. En este sentido las Macroencuestas revelan que de 2006 a 2011 se ha pasado de 400.000 casos de violencia de género al año a 600.000, como consecuencia de este cambio. Y por otro lado, las mujeres, debido a esa conciencia crítica que han desarrollado sobre la desigualdad y la violencia machista, ahora salen más de las relaciones violentas, concretamente un 77% logra “escapar”, según la Macroencuesta de 2015. Estos datos nos indican que “hay más maltratadores”, y que entre estos maltratadores son más los que quedan sin pareja como consecuencia de la reacción crítica de las mujeres ante sus intentos de control y dominación.

Muchos de estos “maltratadores liberados” poseen la doble experiencia de haber ejercido la violencia y de haber sido denunciados o abandonados, por lo cual, ante una nueva relación con otras mujeres, adoptarán desde el inicio las estrategias necesarias para conseguir el control sin ser denunciados ni abandonados. La situación para las mujeres será la contraria, más aislamiento y más dificultad para poder cuestionar lo que le está ocurriendo, circunstancia que incrementa el riesgo de manera exponencial.

La sociedad está cambiando en todo lo referente a la Igualdad, pero ese cambio se debe fundamentalmente a las mujeres, lo cual ha llevado a que haya más hombres que ejerzan la violencia de género y a que lo hagan sobre más de una mujer, incrementando el daño y el riesgo de homicidio. Mantener las mismas medidas y recursos como si esta nueva situación no se estuviera produciendo es un error, debemos mejorar la prevención disminuyendo la amenaza, pero también facilitando la información dirigida a las mujeres que ya están sufriendo una violencia normalizada por la sociedad.

Y ello debe conllevar conocer si el hombre que maltrata hoy, maltrató antes también.

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