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La 'omertá' de Monseñor

Cuatro detenidos por los supuestos abusos sexuales de sacerdotes en Granada

Agustín Martínez Morales

En el Evangelio de Lucas leemos: “Siempre habrá incitaciones al pecado pero ¡ay de aquel que haga pecar a los demás! Mejor le sería que lo arrojasen al mar con una piedra de molino atada al cuello, que hacer caer en pecado a uno de estos pequeños. ¡Tened cuidado!” (17,1-3).

Mateo insiste: “A cualquiera que hace caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría ser arrojado al fondo del mar con una piedra de molino atada al cuello”.

El Padre Alberto Athié afirma que “las conductas de abuso sexual a menores por parte de clérigos, así como el patrón de conducta encubridor por parte de las autoridades eclesiásticas, contradicen el Evangelio, vulneran la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, y cuestionan la naturaleza misma de la misión de la Iglesia en el mundo y el papel de sus autoridades”.

Y Pepe Rodríguez, autor del libro Pederastria en la Iglesia católica asegura que el problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código Canónico vigente, así como todas las instrucciones de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio Gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento“.

La Iglesia ha venido escondiendo y minimizando este tremendo problema. Pero no estamos ante algo puntual sino ante la consecuencia de sus graves errores estructurales. Encubrir esos delitos es una práctica cotidiana en las diócesis católicas, aportando un gran número de casos bien significativos, con nombres y apellidos, de España, Francia, Italia, Alemania, Austria, Polonia, Gran Bretaña, Irlanda, Estados Unidos, México, Centroamérica, Costa Rica, Puerto Rico, Colombia, Argentina, Chile... Australia.

Sirva todo lo anterior para situar el escándalo de pederastia que se está viviendo en la diócesis de Granada, donde un grupo de clérigos conocidos como “el Clan de los Romanones”, están siendo investigados por numerosos casos de pederastia, alguno de los cuales podría remontarse a hace dos décadas.

La intervención del Papa Francisco ha hecho estallar lo que era un secreto a voces en Granada. Que la máxima jerarquía de la Iglesia haya dado por buenas las denuncias de una de las víctimas ha puesto en solfa la actuación de un arzobispo como Javier Martínez que, desde su llegada a la diócesis granadina procedente de la de Córdoba, el 15 de marzo de 2003, ha protagonizado polémica tras polémica. Desde las posiciones más ultraconservadoras, el prelado granadino ha sido el primer obispo en sentarse en un banquillo de los acusados, ha arruinado a la diócesis con su proyecto megalómano de una escuela de magisterio privado, ha arrasado la prestigiosa facultad de Teología y declarado la guerra a los jesuitas, ha entregado las parroquias a las congregaciones más ultras de la iglesia, ha publicado alguno de los libros más ultramontanos como el “Cásate y sé sumisa” y se ha alineado con las posiciones políticas más ultraconservadoras de nuestro país.

Desde que estalló el escándalo de pederastia en su diócesis, monseñor Martínez ha intentado justificar su actuación en el caso, absolutamente en entredicho por su tibieza, máxime si la comparamos con la rotundidad del Papa Francisco. Sus dotes dramáticas quedaban puestas de manifiesto el domingo en la misa de la Catedral, donde los sectores más ultraconservadores de la iglesia granadina aprovechaban para “desagraviarle” y en la que Javier Martínez, se postraba ante el altar mayor de la Catedral para pedir perdón por los “escándalos” que han afectado a la Iglesia. El prelado permanecía tumbado durante varios minutos delante de los numerosos fieles que se daban cita en el templo metropolitano. El teatral gesto de Martínez no es óbice para que aún no se le haya escuchado pedir perdón al joven Daniel, autor de la primera denuncia y con quien monseñor parece estar muy disgustado por haberse dirigido al Papa antes que a él, algo lógico si tenemos en cuenta que uno de los sacerdotes investigados como presunto autor material de los abusos era el juez diocesano.

La proverbial soberbia del arzobispo gradino le ha llevado a querer protagonizar el papel de víctima de una imaginaria campaña en su contra antes de admitir que su actuación en el caso ha sido del todo lamentable, más aún si la comparamos con la del Papa quien parece mostrarle a monseñor Martínez el camino de la dimisión, sobre todo, por que lo que sabemos del caso puede ser tan sólo la punta del iceberg de un escándalo de proporciones mayúsculas sobre el que el máximo responsable de la iglesia granadina no se ha enterado o no ha querido enterarse.

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