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¿Se puede opinar sobre la Ciencia?

Clara Grima / FOTO: Fundación Manuel Alcántara

Clara Grima

Posiblemente la pregunta les parezca ambiciosa y comprometida. A mí también. Pero la semana pasada fui invitada por la Fundación Manuel Alcántara a responder a esta pregunta en una mesa redonda, como parte de los coloquios que sobre columnismo organiza esta fundación malagueña. Acepté encantada por muchas razones, la más importante es porque ya conocía estos coloquios. Había participado en alguno y me resultan más que interesantes puesto que, como no soy periodista, aprendo muchas cosas y conozco a gente siempre interesante. Esta vez he tenido la suerte de compartir la mesa con, nada más y nada menos, Javier Salas, cofundador de uno de los mejores medios de información científica de este país. Eso sí, la pregunta que daba pie a la discusión tenía telita. Bueno, en realidad, no hubo discusión porque, salvo pequeños matices, Javier y yo estuvimos de acuerdo en casi todo.

Mi respuesta fue tajante, en la primera frase: no, la Ciencia no se opina, la Ciencia es lo que es, nos guste o no. Los que me conocen saben que no soy de respuestas cortas, desgraciadamente para mis amigos, así que en este caso también alargué la misma. No se puede opinar sobre lo que está científicamente demostrado. No se puede opinar sobre la ley de la gravedad ni la conservación de la energía. No se puede opinar sobre la homeopatía, basta hacer un análisis químico para comprobar que es agua con azúcar y que, por lo tanto, no sirve como tratamiento de enfermedades reales. En otro caso, si aparece en el análisis rastros de algún principio activo, no es homeopatía y estamos hablando de estafa. Tampoco se puede opinar sobre la eficacia de las vacunas, no existe el debate sobre las vacunas. Hay datos más que suficientes para saber que han conseguido salvar la vida de millones de personas. No hay nada que opinar sobre este dato. Todo lo que se puede demostrar con datos y experimentos no es opinable.

Alguien puede argumentar que la ciencia, a veces, se equivoca, lo cual es cierto, aunque posiblemente muy pocos serían capaces de mostrar un error cometido por la Ciencia en el siglo XX y que se haya mantenido durante, digamos, una década. El método científico actúa, en algún sentido, como la evolución (tampoco existe duda sobre la evolución): las ideas válidas son aquellas que son capaces de sobrevivir después de que se han reproducido, de que han sido sometidas al escrutinio de otros científicos y han demostrado experimentalmente su validez. No es cierto que la mecánica de Newton estuviera equivocada. A lo que Einstein vino es a aportar información adicional cuando nos movemos a velocidades cercanas a la de la luz. Si queremos calcular los efectos de un accidente, cómo rebota un balón de fútbol en el suelo o, incluso, el movimiento de los planetas, no necesitamos nada más que a Newton.

Los métodos y los fines

Ahora bien, si quieren sí que se puede opinar sobre algunos aspectos más ‘filosóficos’ de la Ciencia como pueden ser el control del uso de animales en experimentación, la clonación, la vida artificial, etc. En mi opinión, también en estos temas deberíamos dejar opinar a los expertos, entre los que no me encuentro. Aunque sí es cierto que todos como seres humanos tenemos nuestra opinión y nuestros miedos al respecto de los límites de la ética. Aquí cabe el debate o la opinión: sobre cuestiones que tienen que ver con los métodos y los fines de la Ciencia.

También es posible opinar, claro está, sobre cuánto hay que destinar a la Ciencia dentro de los presupuestos del Estado y en qué proyectos conviene invertir más atendiendo a las posibles repercusiones en la sociedad de los mismos. Pero, ojo, este es un debate que no puede ser asambleario. Una asamblea es razonable cuando todos tienen un grado de conocimiento similar sobre un hecho, pero la Ciencia ha llegado a tal grado de especialización que hace imposible ese factor. Por poner un ejemplo muy de moda, el ‘crowfunding’ en Ciencia hace que solo se apoyen aquellos proyectos que están muy ligados con la salud y con el bienestar inmediato dejando de lado otras temáticas más abstractas que pueden probar su importancia al cabo de muchas décadas y que el gran público difícilmente apreciará. En este punto siempre me gusta recordar a Paul Maurice Dirac y su ecuación. Él solo quería resolver una ecuación que describiera las partículas cuánticas de forma consistente con la relatividad especial y el muchacho de paso descubrió la antimateria que hoy en día hace posible que se detecten tumores mediante tomografías por emisión de positrones (PET). Estoy casi segura de que Dirac no hubiese tenido mucho éxito en ninguna de estas plataformas de apadrinamiento de la Ciencia.

Entonces, ¿por qué escribimos columnas sobre Ciencia en los medios? Pues porque lo que sí creo es que se puede crear opinión sobre la Ciencia escribiendo sobre ella. Si mostramos a la sociedad la belleza y, sobre todo, la trascendencia de la Ciencia podemos convencerlos de la importancia de la misma y de la necesidad de inversión en ella. Podríamos hacerles reaccionar, ojalá, ante la política de recortes en investigación que se están llevando a cabo en España desde hace años y sobre el derroche que significa para un país en crisis invertir en la formación de investigadores que tienen que abandonarlo, una vez formados con nuestros impuestos, y trabajar allí donde sí han entendido aquello de que no son los países ricos los que invierten más en Ciencia sino que son los que invierten más en Ciencia los que son más ricos. Por otra parte, escribir columnas o posts sobre Ciencia contribuye a desenmascarar a estafadores como los que mencionaba en mi anterior columna y proteger a los ciudadanos de estos peligros para la salud pública. Por último pero, como se suele decir, no por ello menos importante, escribimos para compartir, en la medida de nuestras aptitudes, lo maravillosa y bella que es la Ciencia.

Por cierto, estamos de Semana de la Ciencia hasta el 15 de noviembre. Busquen las actividades de su ciudad y disfruten como niños descubriendo y aprendiendo, que eso no hay quien se lo quite, como lo ‘bailao’.

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