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El uzbeko de 29 años y la ocultación del asesino de género

El autor del atentado de Nueva York preparó con el Estado Islámico durante semanas el ataque

Miguel Lorente

Un uzbeko de 29 años llamado Sayfullo Saipov, cuya foto ha aparecido en la portada de los diarios de todo el planeta mostrando su larga barba y su camisa de cuadros blancos y oscuros, es, según las investigaciones, el autor del atentado terrorista ocurrido en Nueva York. En tan sólo un día conocemos a sus amistades, a parte de su familia y de su vida.

Nadie duda en mostrar de inmediato la identidad, la imagen y los detalles de la vida de los autores de aquellos crímenes que se consideran un ataque al orden dado y a la convivencia establecida bajo sus referencias. Son enemigos extraños, gente que ataca desde fuera para acabar no sólo con la vida de las personas que quedan bajo el radio de su violencia, sino que también lo hacen para destruir nuestros valores, ideas y sentimientos.

Sin embargo, nada de eso sucede cuando el asesino es un hombre que mata a su mujer. No aparece nombre alguno, como mucho unas iniciales que lo despersonalizan y lo sitúan en el plano de los robots, al igual que R2D2 o C3PO. Salvo en casos aislados, no aparece ninguna imagen que pueda llevar a identificarlo, y siempre es presentado en compañía del sobrenombre de “presunto”, como si fuera el patrón honrado por estos asesinos, una especie de “san Presunto”. No parece que tengan familia ni amistades, son hombres aislados y reducidos a su conducta criminal, como si no fueran de este mundo.

No es casualidad, lo vemos también ante otras violencias o ante hechos criminales considerados un ataque al orden dado, en los que las imágenes se utilizan entre la información y el escarmiento para tranquilizar al resto, tanto que el propio mundo del Derecho habla de la “pena de telediario” para hacer referencia a esta situación. Una pena que no se aplica a los “presuntos” asesinos de mujeres, aunque hayan confesado y aunque estemos hablando de información periodística, no de resoluciones judiciales. Las cautelas y los manuales que no se utilizan en otros crímenes, se usan sin dudar ante la violencia de género.

Y no es casualidad porque la violencia de género es distinta al resto de violencias. Se trata de una violencia estructural que nace de las propias pautas de convivencia, de ese orden establecido sobre las referencias masculinas y de las ideas que llevan a entender que son los hombres quienes tienen que velar por su cumplimiento, de manera muy especial controlando lo que la cultura ha establecido que deben ser los roles y funciones de las mujeres, tanto más cuanto más estrecha sea la relación del hombre con la mujer que debe vigilar. Esa es la razón que lleva a plasmar en las relaciones de pareja esta especie de mandato y construcción, puesto que ese contexto actúa como núcleo y referencia del resto de relaciones entre hombres y mujeres en la sociedad.

Los asesinos de género son criminales morales, no buscan nada material a cambio de su homicidio, tan sólo defender sus ideas y valores y su posición como hombres ante la conducta o la decisión de las mujeres, y ahí está la clave para entender la actitud social frente a la violencia de género, puesto que las ideas y valores que se defienden con la violencia son las mismas que impregnan la convivencia bajo la cultura machista. Es cierto que la inmensa mayoría no comparte la conducta violenta, aunque muchos la justifican o minimizan, pero las ideas defendidas no son extrañas ni ajenas, como sí lo son las de los terroristas u otros criminales.

Por eso la imagen y la identidad se trata de manera diferente en las distintas violencias y, en cierto modo, de forma equivocada.

Cuando se muestra a un terrorista en los medios, aunque se busque el efecto de tranquilizar y dar una imagen de solvencia policial, el rechazo de la sociedad hacia él y a lo que representa a penas tiene impacto en la realidad, más allá de la reprobación. Sin embargo, esa exposición y crítica actúa como refuerzo dentro del grupo terrorista, en el que pasa a ser considerado un héroe y un modelo a seguir.

La ocultación del asesino de género produce el efecto contrario, no genera ninguna crítica ni muestra el rechazo de la sociedad a los agresores, tan sólo la solidaridad y la reacción emocional con la víctima y sus familiares en los “minutos de silencio” y en las declaraciones de condena que se producen. Pero todo queda reducido al episodio violento, sin más historia ni más complicidad, y sin conocer a quien lo ha llevado a cabo. Y ese es el error. Los asesinos por violencia de género lo hacen, tal y como hemos indicado, para defender sus ideas y valores, unas ideas y valores que sienten en sintonía con las de la sociedad, por eso la mayoría de ellos se entregan voluntariamente, porque asumen las consecuencias de una conducta que no viven como extraña, sino la consecuencia de una historia de “violencia normal” que los hace sentirse “más hombres”.

La solución, como tantas veces hemos dicho, no está en no informar, sino en informar mejor y entender cuál es la posición y los objetivos de los asesinos, no sólo reproducir las referencias del resto de la sociedad, porque la clave está en que esos asesinos de género o esos terroristas no actúen ni lo tengan fácil, no en que la sociedad reaccione y responda ante sus homicidios, puesto que eso siempre ocurrirá.

Por todo ello sería importante mostrar en los medios a los asesinos por violencia de género como hombres “normales y corrientes” de nuestra sociedad, con sus amistades y con una vida anterior, para que quien piense en actuar como ellos sienta el rechazo y la crítica, y sepa que la sociedad no sólo condena la violencia, sino que ya no comparte esas ideas ni valores del machismo que la hacen posible. Quizás así rompamos parte de la construcción moral que envuelve a los femicidios.

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