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Dinámicas de cambio social y económico en las áreas rurales

Fernando E. Garrido Fernández (IESA-CSIC)

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En las últimas décadas, los cambios acontecidos en los campos económico, social y cultural han contribuido a aumentar la interpenetración rural-urbana y han introducido un debate entre los científicos sobre la pertinencia o no de seguir hablando de la sociedad rural como un ámbito diferenciado y específico, distinto del mundo urbano. A esos cambios generales hay que añadir la gran diversidad de situaciones que podemos encontrar bajo la definición de “rural” y que complica la valoración e influencia de esos cambios. Así, por ejemplo, en nuestro entorno más cercano encontramos territorios donde predomina la actividad agraria, pero en los que su cercanía a núcleos urbanos los impregna de las pautas culturales típicas de la ciudad; o territorios sin apenas agricultura y con alta densidad demográfica, por haberse producido fenómenos de concentración, pero que se encuentran en hábitat dispersos, alejados de los núcleos urbanos; o las llamadas “agrociudades” (o pueblos grandes), típicas de las áreas mediterráneas, donde la agricultura sigue siendo una importante base de sustentación económica, pero donde existe un importante sector servicios, produciéndose además una rica combinación entre rasgos rurales y urbanos. También encontramos más recientemente el fenómeno de los “neo-rurales”, producido por la emigración a las áreas rurales de grupos procedentes de las ciudades que conservan sus pautas culturales urbanas y que impregnan a los territorios de esa cultura. O qué decir del sincretismo rural-urbano que se produce en muchos territorios rurales concebidos ya como segunda residencia por la población urbana.

Esta palpable diversidad se suma a una creciente interacción rural-urbana que complica aún más las cosas, de tal modo que territorios considerados en nuestro imaginario colectivo como rurales por haberlo sido así durante mucho tiempo, han dejado ya de serlo en términos objetivos (la agricultura se ha reducido; se han instalado nuevas actividades económicas que no tienen que ver con la actividad agraria; la población residente continúa viviendo allí, pero trabaja en otros lugares; los niños son escolarizados en centros urbanos,…).

Más allá del interés de este debate, lo cierto es que nos hallamos ante un proceso de cambios socioeconómicos que con mayor o menor intensidad afecta a lo que, en términos genéricos, podemos calificar de medio rural y a sus relaciones con el entorno urbano. Un primer elemento de cambio es, sin duda y como hemos señalado más arriba, la tendencia a la reducción de las diferencias rural/urbanas, hasta el punto de que, salvo en áreas muy localizadas, los niveles de vida se están equiparando, y las interacciones e intercambios económicos y sociales entre las poblaciones rurales y urbanas se están intensificando. Esta disminución de las diferencias se pone de manifiesto no sólo en la aproximación de los niveles de vida, sino también en la plena integración de la población rural en las pautas generales que rigen la vida social y económica en la sociedad contemporánea, haciendo que el mundo rural pierda su singularidad como espacio de vida y con ello la peculiaridad atribuida al agricultor y a la profesión agraria. De hecho, como resaltan destacados estudios las diferencias entre el medio rural y el medio urbano en materia política, cultural o religiosa están hoy marcadas más por variables como la edad o el nivel de estudios, que por el hecho de vivir en un pueblo o en una ciudad, o por el hecho de ser agricultor. Es además una integración no subordinada ni dependiente como antaño, sino que se produce en el marco de una nueva síntesis rural/urbana en la que se revalorizan los territorios rurales como espacios de producción, pero también como espacios de bienestar y calidad de vida, de ocio y esparcimiento.

Un segundo elemento es el cambio de naturaleza de los flujos migratorios, que han dejado de ser, como lo eran antaño, flujos permanentes y unidireccionales desde el campo a la ciudad, para convertirse hoy en flujos más complejos. Se vive en unos lugares y se trabaja en otros; la gente se desplaza en múltiples sentidos y a lo largo del año, del pueblo a la ciudad o de la ciudad al pueblo (ya sea por trabajo, por estudios, por placer o por razones familiares); los jóvenes viven en un frenético trasiego y movilidad,… La movilidad geográfica facilitada por el desarrollo de las comunicaciones y los medios de transporte, pero también la movilidad virtual favorecida por el acceso a las nuevas tecnologías, son factores que contribuyen a ese cambio en los flujos migratorios, modificando la estructura social de las comunidades rurales, así como las preferencias, expectativas y demandas de los residentes en ellas.

Un tercer elemento de cambio son las nuevas demandas sociales respecto a los espacios naturales, percibiéndose los territorios ya no sólo como lugares de producción, sino como lugares destinados a la contemplación estética del paisaje, al ocio o a la recreación. En ese contexto, la población, sobre todo la urbana, valora la agricultura no ya sólo como sector productivo, sino también como actividad que se desarrolla sobre una base territorial y que, por tanto, contribuye a la prestación de bienes públicos (entre ellos la preservación de los espacios naturales y el mantenimiento de un tejido social vivo y dinámico en el medio rural).

Todos estos cambios hacen que se vayan replanteando algunas de las ideas sobre las relaciones entre los llamados mundo rural y mundo urbano tal como se han venido concibiendo en los últimos veinte años y que plantea la cuestión de si no sería mejor definir políticas diseñadas no con una lógica sectorial, sino integral y territorial, y destinadas al desarrollo de áreas más amplias buscando impulsar los intercambios económicos y sociales entre las poblaciones rurales y urbanas.

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