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Beatriz Rodríguez: “En España hablamos de comida para resarcirnos de un hambre atávica”

Beatriz Rodríguez, autora de 'Cuando éramos ángeles'.

Juan Miguel Baquero

El sexo, el amor, la soledad, la venganza… la vida, son descubrimientos que llegan con la adolescencia. Un proceso de deconstrucción que construye la personalidad, cuenta la escritora Beatriz Rodríguez Delgado (Sevilla, 1980) en su novela Cuando éramos ángeles (Seix Barral). La pubertad como forma de perder la infancia.

Con un sabor que entrelaza pérdidas vitales con la libertad y un asesinato por resolver, el mundo urbanita y el ambiente a veces oscuro del pueblo, la obra recupera el relato de quienes fueron ángeles en los años 90. La autora y editora, que debutara con La vida real de Esperanza Silva, edifica una narración coral con personajes que pintan la dificultad de crecer en un momento en el que hay “muchísimo miedo, a todo, al otro, y no recuerdo ese foco en mi adolescencia”, dice la autora en una entrevista con eldiario.es Andalucía.

Y lo hace con un texto políticamente incorrecto, en un país que habla de comida “porque en España se ha pasado mucha hambre”. Como reza el poema de Miguel Labordeta que abre la novela: “¿Dónde encontraremos todo aquello que éramos en las tardes de los sábados…?”.

En Cuando éramos ángeles hace una suerte de regresión a la adolescencia, ¿un periodo que nos hace libres o atado a estereotipos?Cuando éramos ángeles

Es donde construimos nuestra personalidad. En el caso de la novela no es libertad sino todo lo contrario, sometimiento a la dictadura del grupo. Estamos supeditados al entorno del que nos fiamos, nuestros amigos, y eso en muchas ocasiones hace que nos comportemos de una manera que no es la que quisiéramos.

¿Se sirvió de su propia experiencia?

Hay lugares comunes en los que todos hemos vivido. Desde las primeras experiencias en torno al sexo, las drogas, la música… de alguna manera nos unifica.

Una etapa de deconstrucción de lo construido en la infancia, refiere.

Si la infancia es una época de construcción del mundo a través de los seres queridos, la adolescencia es una deconstrucción para formar la personalidad pero sin las herramientas suficientes. Es una época como muy destructiva en la que nos rebelamos contra todo lo que conocemos pero sin mucho criterio. Desde ese punto de partida cuento una historia de violencia, sin que la mayoría de los personajes sean conscientes de lo que en realidad están haciendo.

¿Está hoy el universo adolescente más bajo control que en los 90 o todo lo contrario?

Los adolescentes de los años 90 éramos la primera generación nacida en democracia y bajo el paraguas de la progresía. Independientemente de que fueras de derechas o de izquierdas estábamos en una época de bonanza ideológica. Pese a eso había ciertos hándicaps que no hemos quitado. Cuestiones sociales, de clase, de género… teóricamente solventadas pero que intrínsecamente arrastraban los roles atávicos de manera muy obvia.

Rémoras aumentadas con el control personal desde las redes sociales, los dispositivos móviles…

Las épocas de bonanza traen sociedades bastante conservadoras. Hemos pasado unas décadas bastante estables que han dado una vuelta de tuerca sobre muchas cosas superadas en los 80 y 90. Eso implica una vuelta a estructuras familiares más tradicionales que colocan a la mujer en una segunda posición dentro de la estructura social.

¿Y había más inocencia antes?

Me da la sensación de que los adolescentes son más inocentes ahora de lo que éramos nosotros. Tienen menos libertad. Tienen acceso relativamente libre a la comunicación, que los padres fiscalizan, pero no existe la libertad que había antes porque no se les educa en eso. Hay muchísimo miedo, a todo, al otro, al exterior, y no recuerdo que ese foco estuviera puesto en mi adolescencia sobre lo que me rodeaba. Eso nos infantiliza.

La protagonista de su última novela, Clara, una joven periodista, ¿huye de una derrota vital?

De repente se ve encerrada. Llega porque la llevan. Su marido muere y eso la paraliza. No es que ella busque refugio. La mirada de Clara sobre el mundo rural y Fuentegrande no es amable, es más bien condescendiente, como de reproche y simboliza un poco el binomio civilización y barbarie.

Y con el crimen de Fuentegrande encuentra el retrato crudo de quienes un día fueron ángeles.

Piensa que está en un sitio anodino, un tanto gris, y a raíz del hallazgo del cuerpo de Fran Borrego, del asesinato, empieza a investigar y se da cuenta de que está en un ambiente mucho más oscuro del que parece a simple vista. Y que esto viene de atrás aunque ella nunca conoce totalmente la historia.

¿Qué busca con el relato culinario?

Es verdad que hablo de muchas recetas que están en distintas zonas de Andalucía. Lo he hecho para darle la textura del lugar a través de la comida. Es algo muy nuestro, hablamos muchísimo de comida. Como que está en nuestro contexto vital siempre. Y pasa porque en España se ha pasado mucha hambre y hablamos de comida para resarcirnos de un hambre atávica. No es una relación culinaria amable, no es qué bonito es lo que comemos, son recetas pesadas, duras, muy localizadas geográficamente y que de alguna manera impregnan o destilan el espíritu del pueblo.

Es una de las creadoras del Festival de Poesía de Madrid. ¿Malos tiempos para la lírica, como decía la copla de Golpes Bajos?Golpes Bajos

Creo que no, que son tiempos buenísimos para la poesía. Cuando ya nada se espera ¿no?, para contestarte con otro verso –de La poesía es un arma cargada de futuro, de Gabriel Celaya–, es cuando más creativos y reivindicativos somos.

¿Y qué le parece Madrid ahora o, mejor, el gobierno de Ahora Madrid y Manuela Carmena?

Que lo están haciendo bien, tomando medidas que eran necesarias. Como en medio ambiente, que en Madrid es literalmente asfixiante. Lo que hacen, y le dejan, es interesante. Hay que intentar que los políticos trabajen más desde la ideología que desde la familia política, más por un programa marcado que por unos créditos que le debas a tu partido.

¿Le interesa entonces el carrusel de investiduras, pactos y declaraciones?

Es una época que debería ser más ideológica. Basarse en lo reivindicativo tiene poco recorrido y podemos volver a una situación de política reaccionaria como la vivida hasta ahora. Los movimientos políticos que están surgiendo, y que eran necesarios, no habrían surgido si no tenemos una crisis económica que nos arrasa de esta manera. Y que arrasa sobre todo con las clases bajas. Sin esta crisis no hubiéramos tenido una revolución ideológica y esto dice bastante poco de nosotros porque esa convulsión ideológica hacía falta igual.

Desde fuera, y en la resaca del 28F, ¿cómo ve Andalucía?

Que se prejuzga demasiado. Me parece muy importante lo que se hizo por la autonomía y también que la gente joven siga siendo crítica. Cuando sales de Andalucía te das cuenta de que España es muchísimo más reaccionaria de lo que piensas. Independientemente de que hayamos tenido un mismo Gobierno durante muchísimos años, lo que palpo es que Andalucía es de izquierdas y eso no se nota tanto fuera. Hay un espíritu reivindicativo, de lucha por los derechos sociales, más a flor de piel que en otras comunidades.

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