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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Ensayo 4 y último: me llamo silencio

Ensayo de la la obra 'Fuenteovejuna' / FOTOGRAFÍA de Félix Vázquez

David Montero

“… el cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos”.

Foucault

5 de septiembre: la playa

Retomamos los ensayos tras el parón de agosto. Risas. Bromas:

- ¿Y ese moreno?

- De la playa.

- ¿Qué playa?

- Una preciosa. La del Vacie. Te pones morena seguro.

8 de septiembre: la gente

Vamos a la rueda de prensa de presentación de temporada del Teatro Central. Las actrices, Pepa, Ricardo y yo nos sentamos a escuchar a la Consejera de Cultura y al director del teatro hablar de esa temporada y ambos se refieren a nuestro estreno y a las ganas de ver el nuevo trabajo de las mujeres del Vacie. Las mujeres asisten entre la timidez, la alegría y la perplejidad a la expectación que despiertan: fotos, entrevistas, saludos. Al terminar la rueda, una periodista se les acerca y les dice:

- Hay que ver. Empezasteis con las tonterías y mira…

12 de septiembre: la dignidad

En un descanso, releo esta anotación que hice en mi cuaderno a primeros de mayo: “Estamos allí atrapadas. No tenemos ni un día libre. Hay ratas y, cuando llueve, allí no se puede parar. Ahora ha sido la feria. Algunas van a la feria al final del día para pedir la comida que ha sobrado. Y yo digo que no voy. Yo no he ido a divertirme y ahora no voy a ir a pedir. No, eso no”.

16 de septiembre: la violencia

“Éramos muy niñas. Me casé con quince años. Cuando mi marido me pegaba yo me escondía detrás de un espejo, embarazada y todo, y no le decía nada a mi madre. Ya ahora no. Cuando él grita, yo grito. Cuando él jura, yo juro. Por eso, ahora rompe cosas. Le pega a una puerta, a lo que sea. Ayer rompió un aire acondicionado, el otro día un móvil. Me da igual. Mientras no rompa el plasma…”

“A mí, cuando tenía catorce años, me pegó mi suegra. Y mi marido, que todavía no era mi marido, no hizo nada. Era en Portugal. Y yo me fui andando por la carretera con la sangre en la cabeza, y llovía, daba lluvia y llovía, y no me cogió un coche ni nadie”.

21 de septiembre: África

Ella: Yo me quiero ir a África de misiones. Y tú te vienes conmigo.

Yo: Venga. ¿A dónde vamos?

Ella: A un país que tenga playa, con plátanos y cocoteros.

Yo: ¿Y cuándo quieres que nos vayamos?

Ella: El mes que viene. Es mentira. Yo me iría a cualquier sitio menos a África.

Yo: ¿Por qué?

Ella. Porque me dan miedo los negros.

Yo: ¿Los negros te dan miedo?

Ella: Me dan miedo porque me comen.

Yo: Los negros no comen.

Ella. Sí que comen.

Yo: Bueno, yo no sé si queda algún negro que coma, pero, desde luego, la mayoría no come.

Ella: Que no, que no. Que todos comen personas.

Yo: ¿Y los de aquí también?

Ella: También.

Yo: ¿Y los de los semáforos también?

Ella: También, también.

Otra: (Con guasa.) Seguro. Yo he visto a un negro en Carrefour, en lo de las carnes, preguntando si había carne de persona.

Una tercera: A mi madre un negro le cogió una teta. No sé si quería quitarle el bolso o qué, pero le agarró una teta. Cuando mi madre se dio cuenta, quiso salir por él, pero se había ido corriendo en una bici.

26 de septiembre: el tiempo

“Cuando mi marido salió de la cárcel, estaba zumbado. Miraba todo el rato para atrás, abría y cerraba las puertas un montón de veces seguidas, iba andando conmigo por la calle y veía un papel y se quedaba pisándolo. Y yo seguía andando sola y hablándole al aire. Yo miraba para atrás y le decía: chiquillo, ¿qué haces? Y yo eso se lo he quitado. Bueno, se lo he quitado yo y se lo ha quitado el tiempo”.

“Mi marido sale de la cárcel dentro de seis meses. A ver si puede verme actuar”.

5 de octubre: los muertos

Yo no le deseo la muerte a nadie. A nadie. Pero cuando hay más muertos, yo me alegro. Porque si no se muere nadie, no hay coches en el tanatorio. Y si no hay coches, no comemos. Vamos, no es que me alegre de los muertos, no, pero los necesito para llenar la olla.

7 de octubre: los sueños

Una sueña sueños de actriz. Sueña con catástrofes en escena. Anoche soñó que estaba haciendo la Bernarda y pedía el abanico y no se lo daban. Y ella decía: dadme el abanico, que nos están mirando.

Otra ha soñado que hacíamos la obra en el cementerio. Que ella estaba metida en un ataúd con otra de las actrices y tenían que actuar desde allí. Y la gente las miraba.

10 de octubre: la cárcel

Una de ellas se tiene que ir del ensayo porque han detenido a su marido. Más tarde, la llaman al móvil para ver qué ha pasado. Escuchamos su voz llorosa de fondo y las palabras de quien la llama: “No llores, tú no llores. Todo se va a arreglar”. Pero no se arregla. El marido entró en prisión y está a la espera de juicio. La prisión preventiva puede durar hasta dos años. Yo medio lo sabía. Ellas lo saben bien, muy bien. Lo saben sus cuerpos.

17 de octubre: la cárcel (otra vez)

Suena un móvil en el ensayo. No los apagan porque pueden recibir llamadas de sus maridos o hijos presos en el rato que pueden hablar. Han detenido al marido de otra de ellas. La información es confusa, pero parece que la policía lo esperaba en el hospital donde estaba ingresado su padre. Ella se va a buscarlo. Durante la tarde, se suceden las llamadas de y a ella. No lo encuentra. Va a una comisaría y no le dicen nada. Va a otra y tampoco. Le dicen que vaya al “punto cero” que seguro que lo tienen allí. La escucho llorar. Vuelvo a acodarme de Miguel Hernández:

“Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,

van por la tenebrosa vía de los juzgados:

buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,

lo absorben, se lo tragan“.

Escribo esto el martes 18 de octubre, por la mañana. El viernes estrenaremos en el Teatro Central de Sevilla y en noviembre haremos funciones en la sala TNT, también en Sevilla. Luego, nos iremos de gira. Yo, ahora, pienso en los meses que llevamos compartidos, o sea, cientos de horas juntos y me entran ganas de hacer balance, de sacar conclusiones, pero no puedo. Cualquier cosa que diga, me parece demasiado simple o demagógica. Aún así, me esfuerzo por saber algunas cosas.

Sé que, con la cuarta parte de lo que les ha pasado a ellas en estas semanas, yo no habría vuelto a aparecer por los ensayos; y ellas siguen viniendo.

Sé que quiero irme de gira con estas mujeres y sé que no he sentido lo mismo con todas las compañías con las que he trabajado.

Sé que las fronteras frontera son frágiles: empatía/idealización, ayuda/paternalismo, respeto/indiferencia.

Sé que estos días se conocía la noticia de que el Ayuntamiento de Sevilla va a recibir una partida de los fondos europeos para, entre otras intervenciones en la zona, eliminar el asentamiento de chabolas y realojar a sus habitantes. Parece que la visibilidad que le ha dado al asunto su trabajo teatral ha tenido algo que ver en ello.

Pero, sobre todo, sé que el viernes, a las 21h, en la inevitable dicotomía nosotros-ellos, nosotros seremos Rocío, Carina, Puni, Lole, Sandra, Pilar, Ana, Lole, Bea y yo (con Pepa, los dos Antonios, Joaquín, Marga y el resto del equipo del espectáculo y del TNT), y vosotros seréis ellos; pero que hemos trabajado para que al final de la función no haya un nosotros y un ellos, sino un solo cuerpo colectivo que nos reconcilie aunque sea por un rato entre nosotros y con la vida.

Sé que no quiero perder la esperanza de que el teatro nos ayude a mirar lo que se invisibiliza, lo que se silencia: el dolor y la marginación, y la alegría de vivir, y la obstinación por seguir adelante a pesar de todo.

Sé que llevo toda la mañana acordándome de lo que responde el Niño de Elche cuando le preguntan por el destinatario de su crítica política: que canta contra el capitalista que hay dentro de él, en su cuerpo. Miro los cuerpos de mis compañeras y el mío propio, y me acuerdo una copla:

“Mucho tengo que decirte,

Pero me llamo silencio.

Yo te lo digo callando,

Pero lo sufre mi cuerpo“

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