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Pensé en lo oscuro durante lo oscuro y otras historias de amor

Laura Morales en Droga máxima /Foto: Foto: Ana Blanco

David Montero

  • Mientras en Madrid lo flipaban con Mount Olympus, el espectador vio 10 cosas escénicas distintas durante el fin de semana. Tras ello, parece que sigue vivo y razonablemente feliz. Aquí, el volumen primero de una crónica en dos entregas.Mount Olympus,

Jueves,  11 de enero

20.47 h Centauro llegando al Hostel Traveller Box. Aquí se celebran los Encuentros Concentrados: un festival de piezas cortas de danza, teatro, música y performance. Es un proyecto de La Ejecutora, que  son una gente con tres características  que no siempre (¿casi nunca?) van juntas: se les ocurren ideas maravilla, las hacen viables y consiguen conectar con el público. ¡Bravo por ellas!

20.51 h El hall del hostel está a tope y serpenteo hasta la taquilla para recoger las entradas.

21.05 h Centauro entrando a ver Historia de Mikoto.Historia de Mikoto Le reciben un cowboy y una muchacha en pijama con el pelo tapándole la cara (como salida de una peli de terror oriental de las que no veo porque soy miedoso no, lo siguiente). Mikoto tiene un pasado turbio y un sueño (bailar flamenco). Así que deja Japón y viaja a  España para buscar una maestra y encuentra a la jerezana Paca (desternillante María del Mar Suárez). Mikoto no habla ni casi se le ve el rostro, pero lo dice todo con el cuerpo. El cowboy cuenta, comenta o provoca.  En la línea que ha marcado Cortés en sus propuestas (todas diferentes, pero en todas se notan su mano y su cabeza), hay impureza de lenguajes (cowboy narrador, proyecciones apócrifas de youtube, teatrismos, etc), danza y movimiento, palabra, mucha imaginación escénica, humor y (esta vez, a lo calladito) política. Pienso esto último porque he visto tantas guiris estudiantes de flamenco humilladas por sus maestras, creyendo que la obediencia ciega les daría ese quéséyo, ese nosequé-quequedanbalbuciendo, ese puncthum bartheano, ese duende lorquiano, ese trance dionisíaco evohé, evohé. (Por cierto, si no habéis leído 'Juego y teoría del duende de Lorca', tiraros por la ventana a buscarlo: es mierda de la buena, droga máxima). Sí, he visto cosas que no podríais imaginar: guiris camelados más allá de Orion y ridiculizados y estafados por flamencos. Por eso, recibo el cambio de roles que aparece en la pieza como acto político. Me he resistido, pero al final caigo y escribo la palabrita de moda: Mikoto es la historia de un empoderamiento guiri flamenco y de la sexualidad alternativa que late en lo más rancio de la tradición. Ese periplo se cuenta combinando la guasa con la guasa doble y una mijita de mala baba y gamberrismo. O sea, el cóctel ideal.

21.28 h Mientras espero que me llamen para la siguiente, pienso en el dineral que habría ganado la criaturita que inventó lo de empoderar si cobrara royalties: estaría más forrá que Nacho Cano o Amancio Ortega (lo retiro, más que Amancio Ortega no). Nacho, programadores de Serva la bari,  Amancio, haced algo para que veamos la pieza completa aquí: lo merecen ambas (Mikoto y Sevilla). Bueno, mejor tú quédate quietecito, Amancio, que eres capaz de poner gente a trabajar en porahíperomulejos haciendo (por ejemplo) los tiquets de entrada y pagándoles una miseria o gratis. Y eso aquí en Andalucía no pasa.

21.33 h Reversible. Reversible. La historia de una pareja que, como todas, quiere ser feliz, pero, como tantas, se enreda en luchas de poder, peleas y se va distanciando. El naufragio del amor es el derramarse de un cubo de agua. Recoger esa agua es tratar de arrejuntar los trozos lo mejor que se pueda. Potente teatro gestual, bellos y concisos textos, entrega de los intérpretes. Me acuerdo de una copla preciosa de Manuel Machado: “Se quebró el jarrito/ pintao del querer./ ¡Cómo plateros ni artistas joyeros/ lo puen componer!”. Pues eso. Al final, un deux es machina nos recuerda la fragilidad que es el estar vivos y la de tiempo que perdemos en lo que no lo merece.

22 h Conferencia cuánticaConferencia cuántica. Dos mujeres vestidas con lentejuelas, dos teclados, linternas y brillos. Secuencias de canciones que ilustran sobre lo cuántico. Bailan, cantan, cuentan cosas, por ejemplo, el experimento del gato de Schrödinger. Esta conferencia es una pieza imaginativa y desvergonzada (en el mejor sentido de la palabra) que te lleva a viajar por sensaciones y paisajes sin perder ni un momento el sentido del humor. Ocupa esa encrucijada que está entre el chiste, la ocurrencia y la pureza (pureza de lo que inventa su propia retórica en vez copiar otra) que es tan fértil en lo escénico del hoy. Salgo con una sonrisa de verlas (aunque a ellas las vi poco, vi más reflejos) y vislumbro en la parte final algo de confesión sentimental velada: una de ellas canta algo así como que ella es demasiado inestable y eso le da problemas a sus relaciones. Parece un estribillo popero tontorrón, pero a mí me llega. Ya se sabe, no hay nada más inestable que un átomo radioactivo o un corazón.

22.30 h Droga máxima.Droga máxima Aquí centauro con una torsión del tobillo derecho que no me la hace ni mi fisio. La hago para poder tener los dos pies en el suelo porque la habitación está llenita de gente para ver la pieza. Desde donde estoy, veo un trozo del cuarto de baño en el que dos jóvenes están de fiesta. Suena la música, hay un chiste que a uno le resulta muy gracioso y a la otra no, hay la conversación deslavazada pero cargada de importancia que propician la madrugada y sus sustancias. Trato de mandar oxígeno a mi articulación mientras Laura y Antonio bailan y cuentan. Es difícil e (irrelevante) saber qué es ficción y qué verdad. Hay algo juguetón en el ambiente y la complicidad de que todos (más o menos) nos hemos visto así desde dentro, por lo que nos divierte vernos desde fuera. Pero, al final, la pieza se densa y hay un mal rollo muy sutil, una imposición de él a ella que nos deja el cuerpo helado y ganas de acudir a socorrerla. Los ojos de Laura gritan. Repeluco y oscuro. Aplausos.

23.12 h Tomo una cerveza en la barra del hostel y pienso en algunas de mi noches de juerga loca, de droga máxima: aquella en que escribía solo versos furiosos en la bodega del T-shirt (cocaína); otra en el bar plata con gafas de sol (bombitas de Speed en el baño a las 10 h de la mañana) y marcha a Madrid en el siguiente AVE como si pudiera huir de lo que arañaba la piel de la memoria; otra con Ramón (plata fumada en una esquina cualquiera) y el falso sosiego y el vómito. En mi recuerdo de todas ellas, hace frío. Frío dentro y frío fuera. Y desamparo. Sólo yo me llevé a esos sitios,  no hubo violencia o imposición externa. Pero, claro, yo (todavía) no soy una mujer. Me pido otra cerveza.

03.19 Estoy con T, D, L, V, L2  y alguna gente más en el bar Vinilo. Bailamos, reímos y hablo con desconocidos. Hay un proyecto de ir al Ítaca (a la de Cavafis no, al de la calle Amor de Dios) que, a estas horas, es sinónimo de catástrofe (gozosa o doliente según el caso). La cordura se impone (gracias, D) y me pierdo el filo del desamparo que puede ser para mí cierta hora de la madrugada. Seguro que mañana me alegro (y mi cabeza más).

Viernes, 14 de enero

13.23 h Centauro en Ikea, comprando un colchón. Acompañado y asesorado por MJ. Efectivamente, me alegro mucho de haberme retirado anoche (mi cabeza también), pero centauro ya tiene una edad, así que empuja el carro con un resaquita

19.16 h  Me acuerdo de los que están empezando a ver  lo de las 24 horas de Fabre en los Teatros del Canal. Y quiero decirles que me alegro tela y que lo van a flipar, pero que nosotros ya vamos de vuelta: lo vimos hace casi dos años. Estoy fardando, sí (para una vez que las cosas llegan aquí antes). Ya sabéis: nada volverá a ser como antes. Gracias, Fabre; gracias, Central; gracias, Llanes.

23.47 h Acabo de verme tres capítulos seguidos de La peste. Nivelón, ¿no? No digo lo de ver tres capítulos sino la serie. Quiero ver el cuatro, pero se me cierran los ojos. ¿Qué cansa más; el Ikea o las cervezas? Da igual. Me voy a la cama. 

Sábado, 13 de enero.

18.30 h Me estoy tomando un roiboos noche de otoño, mientras escucho en vinilo a Serrat cantar  “Una balada de otoño” y miro la lluvia desde mi ventana. Estoy bien, muy bien; o sea, estoy fatal y a punto de escribir un poema (malo). Un whatssap de N me rescata: “Hace mucho que no se te ve por el Central”. Cojo la bufanda de poeta y me voy a ver La vida es sueño.

21.05 h Oscuro en la sala grande del Central. ¿Qué quieres que te diga? A mí, este momento me encanta. Yo creo que nunca he sido infeliz en el oscuro antes de empezar una obra. Bueno, dos veces o tres sí. Pero no fue por el oscuro sino por el amor. Pienso en lo oscuro, el amor y la infelicidad. La voz de mi desconocido vecino de butaca me saca de mí: “Como este oscuro dure mucho, me duermo”. Me entran ganas de pegarle (no mucho, una colleja y prou). No hago nada. El telón se levanta.

23.59 h Tras unas cervezas, vuelvo andando por el puente de la Barqueta con P y A. Todo es niebla. De la otra orilla sólo se ven luces desenfocadas. Es hermoso. La vida, a veces, es un sueño. No cuento nada de la obra aquí porque está publicada la crítica así normal. Eso sí, la cueva de Segismundo me ha recordado una copla dolorosa y poco conocida: En las cuevas más profundas/donde habitan los herejes/ me tendré que ir a vivir/ el día qué tú me dejes. Será por lo del amor y los oscuros.

 

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