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La vida y la muerte bordadas en la boca

Escena de Sueño

David Montero

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El sábado 8 de julio arrancó la XXIII edición del Festival de Teatro y Danza Castillo de Niebla, y lo hizo con el espectáculo Sueño escrito y dirigido por Andrés Lima dentro del proyecto Teatro de La Ciudad. El proyecto que unió a tres de los directores más reconocidos del panorama teatral –Lima, Alfredo Sanzol y Miguel del Arco- comenzó poniendo su atención en la tragedia griega Ahora, se ha concentrado en la comedia shakespeareana y el resultado han sido dos espectáculos: este Sueño y La ternura de Alfredo Sanzol. Ambas se estrenaron en el Teatro de la Abadía esta primavera.

Sueño mezcla esa inspiración en la comedias de Shakespeare con los recuerdos en torno a la muerte del padre del autor. Estos dos materiales aparentemente tan dispares, se entretejen para componer una obra libérrima y conmovedora en la que Andrés Lima repasa recuerdos de la última fase de la vida de un hombre y, a través de ellos, reflexiona sobre el lugar del padre y el del hijo, sobre el placer y el dolor, sobre el amor y el sexo, sobre la decadencia física y las extrañas formas que adopta la lucha por la dignidad,… Y así podría seguir enumerando temas porque en Sueño hay densidad de pensamiento y mucho talento y generosidad y valor para asomarse a algunos de los grandes asuntos de la condición humana sin medias tintas ni hipocresía.

El espacio escénico está compuesto por unos bastidores en los que se dibujan las siluetas de arbolillos, unas sillas blancas que parecen pertenecer a cualquier residencia o balneario y la cama-camilla en la que reposa el hombre que se acerca a la muerte. También un plato de discos en el que suenan vinilos con músicas diversas (de Beethoven a Patti Smith).

Mezclando fragmentos del presente del protagonista en la residencia con las escapadas al mundo de la fantasía del Sueño de una noche de verano, la obra adopta una apariencia de relato anárquico que esconde una férrea composición y, sobre todo, libertad para adaptar el material narrativo a las necesidades orgánicas y poéticas del viaje hacia lo más hondo e íntimo del propio autor. Lo más hondo y lo más íntimo, porque enfrentarnos a la desaparición de nuestros progenitores es hacerlo inevitablemente a nuestro propio fin. En ese viaje, se mezclan los caprichos del enamoramiento que sustentan la trama del sueño shakespeareano con otros fragmentos del rey Lear perdido en la tormenta con la sola compañía del bufón (aquí una “loca”) como cristalización del inexorable deterioro del padre. Del mismo modo, en la pieza se suceden el drama más hondo y la comedia sin solución de continuidad, en esto (también) se parece a la vida.

A tumba abierta

La valentía y generosidad de la propuesta exige de los intérpretes lanzarse a tumba abierta a los personajes y las situaciones que viven. Y eso hacen. María Vázquez, Ainhoa Santamaría y Nathalie Poza se multiplica en enfermeras, enamoradas/os (Pili, Demetrio, Elena), viejas de la residencia y un sinfín de personajes que la trama pide con cambios vertiginosos tras los bastidores. Encarnan todos ellos con convicción y solvencia. La Poza, además, está soberbia en el difícil papel de hijo de Faustino y alter ego del autor que asume un rol de narrador que el propio Lima ha ocupado en otras puestas en escena suyas. Y Chema Adeva dibuja un Faustino portentoso: frágil, digno o estrafalario según la situación lo requiera. Todos ellos, acompañados por un notable trabajo de iluminación que firma Valentín Álvarez, la inquietante música de Jaume Manresa y el espacio escénico y el vestuario de Beatriz San Juan regalan una obra valiente y conmovedora, excesiva en el mejor sentido de la palabra.

En el estreno de Sueño en Madrid se señalaron las influencias de La Zaranda y Lynch; a mí, viéndola, se me venía a la cabeza Sorrentino, por su mirada a esa convivencia con la muerte (La juventud, La gran belleza) y su paso de lo más sofisticado a lo bizarro (esa escena de Gijón con la yonqui esperpéntica de la Santamaría) pero, sobre todo, por la libertad para no sacrificar a un esquema previo el fluir de la propia obra, por su amor al riesgo y su honestidad con sus más hondas motivaciones. Me emocionó muy especialmente la escena del reencuentro de Faustino con una de las mujeres de su vida (¿la madre de Lima, o sea, la mujer de Lear?) y ese abrazo después del cual “ya no eres la misma persona”: pudor, contención y verdad en la extraña piedad de quienes, por encima del dolor que se causaron o sufrieron, han compartido los años y los minutos.

Sueño es una suerte de actualización de las coplas por la muerte de un padre, en las que Lima (y Faustino) contradicen a Manrique cuando decía:

“Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos“,

Entonando una oda a esas cosas y los pasos que damos tras ellas: “Toda mi vida deseé vivir, deseé disfrutar, amar, tocar, fumar; deseé que me explotara el cuerpo y la cabeza de belleza, de comer, follar, pintar, saltar y gritar. De oír, sentir, temblar y soñar. Sólo un momento, un instante de aquel éxtasis merece la pena ante lo que viene” porque justo eso, perseguir cosas, con pasión, torpeza y dolor son la vida. Sí, la vida. Y no hay nada más, Manrique. Gracias, Lima.

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