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Sobre este blog

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Próxima salida: Kepler-452b

Comparación de la Tierra con el Kepler-452b / NASA

Fernando Casares

Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) —

Hace ya meses que la sonda espacial Kepler nos manda postales de sus viajes cósmicos. Este verano, la NASA nos leyó una de esas misivas y anunció el descubrimiento de un nuevo planeta, Kepler-452b, orbitando un sol amarillo en la constelación de Cygnus. Según los astrónomos, de los exoplanetas detectados por la sonda espacial Kepler hasta el momento, éste es el que más se podría parecer a la tierra. Kepler-452b es algo mayor que nuestro planeta azul, probablemente hecho de roca y no de gas, quizá con atmósfera, y habría estado orbitando su sol desde hace 6000 millones de años a una distancia tal que sus temperaturas serían compatibles con la vida tal y como la conocemos aquí.

Todavía las características de Kepler-452b y de otros exoplanetas son en gran medida hipotéticas, pero la sola posibilidad de que existan otras tierras es fabulosa.

La evolución de la vida en la tierra ha sido una mezcla de química y de historia, el resultados de procesos gobernados por leyes probablemente universales combinadas al azar. Todos los biólogos estamos condenados a estudiar una única biología: la terrestre. Como si no tuviésemos suficiente… Pero, y si la vida tuviese otra oportunidad en otro planeta, por ejemplo Kepler-452b: ¿cómo sería?

Probablemente utilizase fuentes de energía para mantenerse alejada del equilibrio termodinámico (es decir, capaz de mantener una estructura compleja); haría copias de sí misma, seguramente generando variantes… pero ¿qué química habría utilizado esta vida exoplanetaria? ¿Cómo estaría escrito su código genético? ¿Habría solo un código? ¿Y qué formas tendrían? ¿Cómo se comunicarían, qué tipos de comunidades formarían? ¿habría formas de vida inteligentes?… Una sola forma de vida extraterrestre, por pequeña y simple que fuese, podría ayudarnos a comprender las cualidades genéricas de lo que denominamos “vivo”. Sería, en palabras del paleontólogo Stephen J. Gould, como rebobinar la cinta de la vida para tocarla de nuevo. Solo el pensar en ello pone los pelos de punta.

Horizontes con los que soñar

Sin embargo, el anuncio de la existencia de Kepler-452b me generó cierta inquietud. A lo largo de la historia, los humanos nos hemos caracterizado por la capacidad de resolver los problemas más complejos, con un ingenio solo sobrepasado por la magnitud de los problemas que hemos ido generando. Y mezcla de curiosidad y anhelo, y de huida hacia adelante, nuestra especie ha seguido colonizando el planeta hasta el más recóndito lugar.

Huidas de África, a través de océanos, huidas de fin de semana; dejando tras de sí campos de roza, guerras, ciudades invivibles. Hasta hace poco, la tierra, este pequeño y pálido punto azul en los suburbios de la Vía Láctea tenía todavía horizontes con los que soñar, nuevos lugares, nuevos recursos que explotar cuando se agotaban los antiguos. Kepler-452b es un nuevo horizonte –aunque a 1400 años luz de aquí- cuando parece que la humanidad no se decide a afrontar el problema más complejo con el que se haya enfrentado jamás: el de analizar el ecosistema global del planeta y tomar las medidas necesarias para evitar su desequilibrio (lo veremos en breve)

¿O quizá ya no sea necesario? ¿Quizá no, si está Kepler-452b, y resulta ser un planeta habitable? Kepler-452b puede ser nuestro nuevo Lejano Oeste. Si agotamos la tierra, huiremos hacia la constelación de Cygnus, como en el mundo del futuro próximo que describe Interstellar. Como decía Arthur C. Clarke, “si algo hemos aprendido de la historia de la invención y el descubrimiento es que, a largo plazo (y muy frecuentemente a corto), las profecías más atrevidas acaban por ser ridículamente conservadoras”. Así que, tarde o temprano, científicos e ingenieros llevarán a nuestros descendientes a Kepler-452b en un viaje que será de descubrimiento y huida al mismo tiempo. Si tienen tiempo, claro.

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