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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Los descubrimientos geográficos y el efecto mariposa

barco

Enriqueta Vila Vilar

Escuela de Estudios Hispanoamericanos (EEH/CSIC) —

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Ni el efecto mariposa es algo nuevo, aunque la expresión ha hecho furor, ni el mundo globalizado es algo reciente producido por la facilidad de las comunicaciones y las nuevas técnicas. La primera globalización se produce poco después del viaje Magallanes-Elcano que lograron circunvalar la tierra y los españoles, seguidos por holandeses, ingleses y franceses se empeñan el buscar el paso que debería unir el Océano Atlántico con el Pacifico descubierto años atrás por Vasco Núñez de Balboa y que la Corona española logró preservar durante dos siglos como propiedad exclusiva hasta el punto que se le conocía como “el lago español”. Ese paso nunca se encontró porque no existía. Pero la idea machaconamente mantenida por los europeos produjo un efecto mariposa que fue el más activo motor de los grandes descubrimientos geográficos de los siglos XVI, XVII y XVIII.

La historia de los descubrimientos geográficos es, desde la más remota antigüedad, un complejo proceso en el que aparecen siempre concatenados una serie de factores de índole muy diversa cada uno de los cuales cumple su misión compulsiva de manera que todos, en mayor o menor grado, van a conseguir un fin. Fin que no siempre tiene que ser previsto y que a su vez desencadena otros intereses que actúan como estímulo de acciones sucesivas en las que intervienen, por lo general, intereses de todo tipo: políticos, geográficos, estratégicos, religiosos, diplomáticos etc., los cuales irremediablemente llevaron siempre emparejados cambios sociales. Uno de los mejores ejemplos que podemos elegir para comprender este planteamiento es la enorme transformación sufrida en la costa noroeste de América en el siglo XVIII y que fue el último escenario de la larga sucesión de descubrimientos emprendidos por el hombre europeo en la Edad Moderna.

Una serie de expediciones se van sucediendo rumbo al norte de California por motivos que varían a lo largo del tiempo pero en los que subyace un denominador común: la búsqueda del paso a que antes nos hemos referido por el noroeste y que permanece como una constante en la mente de exploradores, políticos y científicos. Una ruta que intuyo Hernán Cortés, quién emprende personalmente y financia las primeras expediciones hacia la costa de California.

El enigmático paso, situado cada vez más al norte, que mueve a exploradores hacia el Polo y que fue por fin atravesado por Bering en 1728, supuso, a la par que una frustración por no ser aprovechable, un despliegue de navegaciones que habían tratado de localizarlo. Coincidiendo cronológicamente con ellas, se llevó a cabo la acción por tierra de los misioneros: primero los franciscanos; más tarde los jesuitas. Nombres como Salvatierra, Kino o Serra son protagonistas constantes de un esfuerzo que jalonó la región de presidios, misiones y puntos geográficos que aún perduran.

Las expediciones por mar, impulsada cada una por condicionantes añadidos, son las que van a proporcionar a la avanzada e ilustrada Europa del siglo XVIII familiarizarse con el Pacífico. Los mejores marinos del momento desarrollan sus facultades en este escenario: Alejandro Malaspina, Alcalá Galiano, Juan Pérez, Bodega y Cuadra, Esteban José Martínez o Alejandro de Ulloa, sin olvidar a los extranjeros Cook, Vancouver, Bering o Tchirikov, entre otros, son personajes que han pasado a la historia no sólo como célebres hombres de mar, sino también como científicos que dieron a conocer al mundo una geografía, una cartografía y una etnografía que hasta entonces no se había siquiera intuido.

Precisamente fue la expansión rusa hacia el este, su establecimiento en algunos puntos de Alaska y las noticias diplomáticas que alertaban de la posibilidad de un avance de los rusos por las costas de California, lo que movió otra serie de expediciones y la fundación de nuevos presidios más al norte donde San Blas se convierte en el puerto de salida en busca de los rusos. En 1774 el gran marino Juan Pérez, enviado por el Virrey Bucarelli, llegó a los 55 º sin haber podido encontrar rastro de ellos.

Después de unos años de tranquilidad, nuevas noticias diplomáticas y una carta de Laperouse donde se detallaban los puntos exactos de los establecimientos rusos que había sido avistados en el tercer viaje de Cook, provocó una actividad inusitada en San Blas y a D. Esteban José Martínez, jefe de la expedición que partió en 1777, le cupo el honor de ser el primer español que tomó contacto con los rusos, relacionarse con ellos, informar que se dedicaban al comercio de pieles y que eran pocos y pacíficos y mostrar algunos curiosos dibujos y hasta un glosario de términos traducidos del ruso al español. Aunque estas noticias tranquilizaron los ánimos con respecto a los rusos, la avidez de conocimientos promovió las grandes expediciones científicas del siglo XVIII.

Enigmas sin resolver, enemigos imaginarios y una geografía espectacular, fueron los incentivos que crearon un efecto mariposa de siglos y que culminaron en los grandes descubrimientos que cambiaron el mundo.

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