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La Ermita transparente de la Axarquía malagueña

Foto: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

En uno de los murales que forman la “Ermita transparente” de Vélez-Málaga, Evaristo Guerra pintó una figura que representa a Dios. Entre un cielo azul y una montaña violeta, la figura domina un paisaje en el que un grupo de niños juegan con una cometa y un cabrero cuida sus cabras. Evaristo Guerra lo explica así: “Es Dios Padre, creando La Axarquía. Ahí está la luz de esta tierra y La Maroma. Si quitáramos la pared la verías”. Es lo que quiso hacer con esta obra, que incorpora a un espacio religioso lo popular y costumbrista.

El lugar representa intramuros el paisaje idealizado desde La Maroma al Cerro Lucero, desde los iconos veleños (Palacio de Beniel, Monasterio de las Carmelitas) a los pescadores de Torre del Mar manejando el copo. “Son mis recuerdos de cuando tenía doce años”. Guerra refleja al canastero y el talabartero, la monda de la caña de azúcar, los tejeringos (que no churros) y el encaje de bolillos, así que el lugar funciona a la vez como mapa y museo de costumbres populares. En lugar de escenas religiosas, las vidrieras reflejan los vencejos que Guerra y los niños cazaban con caña hace 60 años.

Cuenta el pintor que el origen de esta obra está en una promesa: “Le prometí a la Virgen que el paisaje que la rodeaba, de la Sierra Tejeda hasta al mar, yo se lo pintaría a Ella”. A lo largo de la entrevista, repetirá la idea en varias ocasiones. La visita sirve para contemplar “el mayor fresco del mundo”, según dijo en su día Interviú. Hipérboles aparte, el lugar es reflejo de la obra y pasión de su artífice, Evaristo Guerra, de trazo reconocido y reconocible en los árboles, las casas blancas y la luz de la Axarquía.

Antes de seguir, una aclaración. Llegar a esta ermita “transparente” siguiendo las indicaciones de un GPS no es fácil, y preguntar a los paisanos puede aclarar las cosas, o no. La ermita está en lo alto de una colina, lo que le ha valido el sobrenombre de “ermita del cerro”. “El otro día vinieron cinco todoterrenos de guiris, intentaron subir por aquí y rompieron el coche. No subáis por ahí”, nos advierte una vecina.

“Yo tenía la necesidad de hacer esto”, explica el artista, que recabó el visto bueno de la Hermandad, el Obispado, el ayuntamiento y la Junta de Andalucía antes de empezar, y tuvo “diez ojos” sobre cada pincelada. Cuenta Evaristo Guerra que él fue el único en hacer la comunión en esta ermita en lo alto de la colina. Como tuvo que compartir traje con su primo, quedó desplazado de día y lugar, y entró llorando en el lugar. “¿Quién me iba a decir que 50 años después la Virgen me iba a decir que pintara esto?”, se pregunta.

“Lo más bonito es que el pueblo participó en esto. Cuando estaba pintando al canastero, una señora me dijo: ”¡Qué bien está pintando a mi marido!“. Yo le dije que era imposible, porque no lo conocía. Pero ese hombre vino tres días después, se puso de perfil, y era igual. ¡Y era canastero!”. Guerra también tuvo la ayuda de un espontáneo para colocar el Lucero del Alba en su lugar exacto. Sólo para pintar estrellas dedicó dos meses.

El pintor iba para panadero, como todos los muchachos que heredaban el oficio de su padre, pero de chico se rebelaba y huía en bicicleta a Benamocarra para pintar: “El hijo de un panadero no podía ser pintor, sino panadero”. No había antecedente de artista alguno en la familia, pero él reproducía las portadas de El Guerrero del Antifaz, y más tarde se animó con los árboles del campo axárquico. De esa forma, el joven repartidor se marchó a Madrid con 19 años. En homenaje a su origen, se reflejó a sí mismo repartiendo pan junto a la Virgen.

Volvió a mediados de los noventa con el reconocimiento de los premios y las ventas, para cumplir aquella promesa. “Aquí hay doce años de mi vida”, comenta el autor, que la pintó entre 1995 y 2007. La Ermita de Nuestra Señora de los Remedios es especial porque refleja en 1.150 metros cuadrados el paisaje y las costumbres de la Axarquía, y recoge a diario un goteo constante de turistas.

Han pasado diez desde que culminó la obra, que algunos criticaron porque tiene un carácter más popular que religioso: “Pero lo religioso está ahí arriba [dice Evaristo Guerra señalando el altar]. Yo ya le dije a la Virgen que iba a representar el paisaje y los oficios y Ella está loca de contenta”.

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