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El lugar en el que la hojalata se transformó en un gran vino

Viñedo en la Real Fábrica de Hojalata.

Nacho S. Corbacho

De lejos, el rumor de las aguas del río Genal. De cerca, el trinar de los pájaros. Ubicada en una hoya entre bosques de encinas, alcornoques y castaños, el patio principal de la casa de Enrique Ruiz es un paraíso de exóticos cítricos donde la palabra tranquilidad se queda corta. El invierno da sus últimos coletazos pero no hace frío. Son las once de la mañana y el sol acaba de superar las colinas que rodean la finca, calentando el ambiente. La estampa se completa con una preciosa piscina, una bonita iglesia, un horno y tres hectáreas de viñedo por las que corretean Bilwy, Capulín, Momotombo y Mombacho, cuatro perros cariñosos y juguetones. Al fondo se divisa una bodega nacida hace apenas un lustro y que, a pesar de su juventud, cuenta con mucha historia gracias al lugar donde se ubica. Tanta, que supone en un viaje en el tiempo de 300 años: fue entonces cuando se inauguró la antigua Real Fábrica de Hojalata de Júzcar, que hoy ha cambiado su maquinaria por barricas y tinas donde fermentan vinos. 

Júzcar es hoy famoso por su color azul pitufo, pero más allá de su bonito casco urbano hay secretos que bien merecen ser descubiertos. Algunos se encuentran en los senderos que unen la mayoría de municipios del Valle del Genal y, otros en trayectos que se puede realizar en coche, pero con paciencia y, por si acaso, una Biodramina en el bolsillo.

Quizás haga falta a muchos de los que se aventuren por el camino de tierra que, durante cuatro kilómetros, se va adentrando en una hoya rodeada de bosques donde se encuentra la Fábrica de Hojalata. Un viaje que supone toda una experiencia y que, como premio, permite conocer en primera persona una parte de la historia industrial de Andalucía. También uno de los proyectos viticultores más interesantes de la provincia de Málaga: el de la bodega Antigua Real Fábrica San Miguel de Ronda.

Apenas quedan huellas de una industria con fines militares que, tras abrir sus puertas en 1.725, se convirtió en el primer alto horno de España. Lo que quedaba fue recuperado por Ruiz, que se embarcó en una aventura sin retorno hace casi dos décadas.

Tras viajar por todo el mundo trabajando como abogado, consultor internacional y economista, el barcelonés andaba buscando un lugar en el sur donde desconectar largas temporadas. Sus pasos le llevaron por áreas como el Parque Natural de los Alcornocales o la comarca de Grazalema, en Cádiz, hasta que una fotografía de la antigua fábrica de hojalata en la portada de una revista le hizo viajar a Júzcar.

El siglo XX llegaba a su fin y, por aquel entonces, el lugar era propiedad de una familia inglesa que no tenía intenciones de vender la finca. Años más tarde todo cambió, surgió la oportunidad y el hoy bodeguero no se lo pensó. En 2002 la adquirió. “Entonces aquí no había nada, sólo ruina”, recuerda el propietario.

Su primer proyecto fue restaurar los edificios con materiales originales “y en la medida de lo posible antiguos”. “O, al menos, modernos pero que se usaran en la época de construcción de la fábrica”, explica. Tejas árabes, cal en las paredes o vigas de castaño fueron algunas de esas piezas. El trabajo fue lento y dificultoso. También costoso. “La vida fue generosa conmigo, la vida profesional me fue bien y eso me permitió acometer todo el plan”, asegura Enrique Ruiz, que dice que ni en el mejor de sus sueños había imaginado que las instalaciones quedarían tal y cómo se pueden visitar hoy. “Es increíble”, relata. Y lo es: la vieja iglesia para los trabajadores de la fábrica está hoy completa, las viviendas en las que residían están restauradas, el viejo horno donde se fundían el estaño y el hierro para fabricar la hojalata ha sido recuperado y el sueño de este economista hecho realidad.

Pero Enrique quería seguir adelante con nuevos proyectos. Su idea original era plantar cítricos exóticos que había conocido en sus viajes por todo el mundo, pero desde la Oficina Comarcal Agraria se lo desaconsejaron. “En esos años estaban ya quitando muchos cultivos de ese tipo y quizás no era muy recomendable”, recuerda Enrique, al que, en cambio, recomendaron la plantación de viñas. Y se lo pensó. Supo que los vinos de la Serranía de Ronda cada vez tenían (y tienen) más peso en el mundo de la enología y podría ser una buena idea.

Entonces, el analista financiero, al que gustaba correr maratones y no bebía alcohol, hizo una nueva apuesta y plantó tres hectáreas de viñedo. “Pero mi experiencia profesional me decía que para tener éxito debes saber del negocio: de lo contrario estás perdido”, añade el bodeguero. Por eso se formó en el Máster de Enología que la Universidad de Málaga imparte en Ronda y viajó por comarcas vitivinícolas de países como Estados Unidos, Francia y Sudáfrica, además de España, para conocer más del mundillo. “Y eso es algo que me ha permitido tener conocimiento y capacidad de decisión”, asegura, aunque también sigue los consejos de Simbad Romero, enólogo de la bodega y, también, guitarrista flamenco.

Las primeras cepas llegaron en 2011 y los primeros vinos, en 2014. Ese año fueron 3.000 las botellas producidas, que en 2016 se han multiplicado hasta llegar a 7.000 y que en 2020 serán entre 15.000 y 20.000 unidades, el máximo que pretenden producir.

Las dos variedades elaboradas hasta ahora son vinos monovarietales, uno a base de uvas moscatel morisco y otro de Pinot Noir, ambos fermentados y envejecidos en tinas de roble francés. Se encuentran a la venta desde el pasado verano y en este poco tiempo ya han obtenido muy buenas puntuaciones entre los expertos y en las guías enológicas. Los dos son vinos ecológicos y naturales, algo que Enrique Ruiz lleva a rajatabla. “Ese es nuestro primer principio filosófico y lo cumplimos en todos los procesos de elaboración: no solo en la parte agrícola, también en la industrial”, afirma. 

El cumplimiento de esta idea se cumple a rajatabla: las levaduras son indígenas, los sulfitos nunca superan los 40 miligramos por botella, el corcho de los tapones es el derivado de los alcornoques de la finca, el sello de cierre se fabrica con cera de abeja de los panales propios, la etiqueta se realiza con una serigrafía de ingredientes naturales en el propio vidrio, las botellas pesan menos de 500 gramos, toda la electricidad utilizada en el proceso procede de placas solares y un molino eólico y el agua procede de la lluvia, así como un nacimiento natural. 

El segundo principio filosófico de la bodega Antigua Real Fábrica San Miguel de Ronda se centra en que las variedades de uva utilizadas sean autóctonas, intentando, además, recuperar las que se hayan perdido con el tiempo. De ahí que se plantaran viñedos de moscatel morisco, de tintilla y garnacha, con la excepción de la Pinot Noir, original de la borgoña francesa y cuyo comportamiento en esta finca está atrayendo a enólogos de todo el mundo: no en vano, es el viñedo de esta uva francesa más al sur de toda Europa. 

Desde el pasado verano, el empresario ha empezado también a poner en marcha diversas actividades con un atractivo innegable para el turismo. La primera es una visita a la bodega para conocer el proceso de elaboración de los vinos y, a la vez, comprender cómo era la fabricación de hojalata hace casi 300 años. A ello se le puede añadir una cata de los vinos, que permite degustar las ricas variedades obtenidas por este bodeguero; cata que se puede acompañar por un almuerzo o una cena, siempre con música flamenca y poesía como aderezo.

Para evitar problemas con el alcohol, los visitantes pueden alojarse en las propias instalaciones de la bodega. “Es un concepto denominado Wine, bed & breakfast que descubrí en El Cabo y que hemos probado este verano con muy buena respuesta”, explica Ruiz.

También ha organizado cursos de cocina de una semana con reconocidos chefs nacionales e internacionales, toda una experiencia de relax gracias a la quietud que rodea a la bodega, los baños en la piscina ecológica y el disfrute de un patio donde se pueden ver algunos de esos exóticos cítricos que, originalmente, quiso plantar Enrique. Menos mal que finalmente la decisión fue encaminada al cultivo de la vid: gracias a ello Júzcar cuenta con una de las iniciativas más interesantes, curiosas, admirables y sabrosas de Andalucía. 

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