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“O abandonamos los valores históricamente masculinos o el futuro será tan cutre como el pasado”

Fernando Rivarés, escritor.

Óscar Senar Canalís / Óscar Senar

Zaragoza —

Fernando Rivarés (Zaragoza, 1970) es un hombre a una responsabilidad institucional pegado. Desde junio de 2015 es consejero de Economía y Cultura, portavoz del Gobierno y tercer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza. Esto complica sobremanera que deje a un lado las cuitas municipales y encuentre un hueco para hablar de su primera novela, Victoria. Solo al tercer intento cuadra la agenda. La improbable alineación de fecha y hora se produce un viernes por la tarde, en la Asociación de Vecinos Manuel Viola del barrio de Delicias, donde el periodista, ahora político con Zaragoza en Común, va a participar en un club de lectura sobre su libro. Allí, minutos antes de que llegue a la cita en compañía de su madre, nos enseñan las fotos de un jovencísimo Rivarés en una manifestación, a modo de prueba de su vinculación al barrio y de que ya de adolescente apuntaba a reivindicativo.

En Victoria (Tropo Editores) también hay un vistazo al pasado, este de más largo alcance. Rivarés recrea la historia de una saga de mujeres que va desde la Zaragoza de los Sitios hasta la del primer mandato de Belloch, con paradas en la Cuba previa a la independencia, la Guerra Civil española y las postrimerías de la Dictadura franquista. Cinco “Victorias” recorren las páginas de una novela “muy política e ideológica, aunque también tiene mucho amor y aventura”, precisa el escritor.

Proponemos a Rivarés un pequeño juego. Ya que hemos quedado justo antes de un club de lectura en el que va a comentar su obra, en lugar de una entrevista al uso, le lanzaremos algunas frases que pone en boca de sus “Victorias”. “Vamos allá”, dice.

“No hay revolución posible sin las mujeres”.

Es una de las tesis del libro, aunque hay más. Es la reformulación de un viejo dicho: “El futuro será mujer o no será”. O abandonamos los valores que de modo histórico se han asociado a lo masculino (el poder, el enfrentamiento, la agresividad...) y asumimos los valores que se han identificado con lo femenino (el consenso, el diálogo, la fiesta, la cultura del cuidado...), o el futuro será igual de cutre que el pasado. Cualquier cambio que no cuente con ellas, no solo como individuos, sino como perspectiva de género, no servirá. Los cambios no vienen por las grandes palabras que luego se lleva el cierzo, sino por los actos cotidianos, algo en lo que siempre han estado ellas, aunque no se las haya incluido en la historia.

“Cuando quiero ver todos esos sueños, por los que ahora vivimos, puestos en práctica en mi propia vida, no lo logro. Como si una maldición no me dejara ver ese esplendoroso futuro que nos espera”.

Esa maldición, que en la novela aparece como un hecho telúrico, es literatura. En realidad, a lo que se refiere es a la importancia y la urgencia de aplicar en la práctica los valores y la ideología en la que creemos. Si no vives conforme a como dices pensar, no sirve; eso ha sido un gran defecto histórico. Los sueños de libertad, igualdad, derecho al voto, cultura universal y felicidad... Todo eso, históricamente, parecía solo cosa de los hombres. La revolución de los obreros no era de las obreras. Por eso esta frase la dice una mujer que ve que su vida no se parece a esos valores con los que sueña, y se da cuenta de que hay que cambiar el modo en que se ejerce el poder para que se produzcan verdaderos avances.

“¿Qué importancia tiene para el libre que lo sea bajo bandera española, cubana o de la Unión? ¡Es libre! Y eso basta. ¿Qué importancia tiene para el hambriento la bandera que lo condena o lo maltrata? Tiene hambre, y eso basta también”.

Yo no tengo ninguna bandera; a lo sumo, una: la arcoíris. No tengo banderas ni patrias porque, como reflexiona esta Victoria, qué más da que me explote un tirano u otro, sea de donde sea; qué más da que alabe y cante las glorias de una bandera, si ni tengo para comer ni tengo derechos ni futuro; qué más me da que el campo español sea delicioso si yo no tengo tierra; qué más dan las grandes palabras patrióticas si no son mías, sino de los amos. Las naciones y fronteras son construcciones de los poderosos, y como tales se han asentado y perduran, pero eso algún día cambiará. Lo que la gente come, baila y sueña es igual, con la única diferencia de cuántas horas de luz o cuánta agua hay en la zona que habita, nada más. Lo demás es mentira.

“Sus pies anhelaban bailar otra vez en un café o en una fiesta. ¿Era eso debilidad ideológica, soñar con bailar, reírse y bailar, beber vino y bailar? ¿No era eso un hermoso símbolo de la paz por la que luchaban?, ¿servía de algo un pueblo que no reía, dominado por el temor?”.

¿Hay algún símbolo más hermoso para expresar alegría que bailar? ¿Hay algo más pecaminoso para las mentes retrógradas que bailar? ¿Hay algo más divertido que bailar? Cuando uno baila, como el que canta, su mal espanta. En algunos momentos he sido criticado por bailar. Pero yo entiendo que expresar la felicidad es parte de la revolución, porque contribuye a cambiar el mundo. Nada que no permita que las personas seamos cada vez un poco más felices sirve de gran cosa. La felicidad debería ser un derecho constitucional. Aunque si va a servir igual que el de la vivienda y el empleo...

“Los libros fueron sus ventanas, libros como puentes, como puertas, como escaleras al cielo y a todas partes. Una rendija primero y una escapatoria después”.

En el siglo de la tecnología y los nuevos soportes, que practico, creo que el principal elemento físico para la creación de cultura y la apertura de miras sigue siendo el libro. Si consigues una sociedad en la que los libros estén siempre disponibles en cualquier momento para cualquiera, puedes cambiar el mundo. Abre ventanas a la comprensión, pero también a la felicidad, a la posibilidad de soñar mundos distintos, incluso para la ciencia. Una sociedad con pasión por los libros es una sociedad con futuro. En el caso de las mujeres, que históricamente se incorporaron más tarde al mundo de la lectura, es mucho más importante. En lo personal, siento pasión por los libros: a los 12 años me compré y devoré Ana Karénina. En el pueblo, en verano, siempre esperaba con ansia las horas en las que unas voluntarias abrían la biblioteca para llevarme todo lo que podía. Esa fue una escuela en la que críe orgullo y capacidad de expresión. En la novela, los libros son muy importantes porque una Victoria descubre el mundo a través de los libros, otra se expresa a través de uno e incluso la última lo canta.

“Y allí empezamos las mujeres a perderlo todo -se decía a sí misma-, porque cuando ya estamos sin voz, es muy fácil llegar a no ser nada, víctimas silenciosas de la vida”.

Hay una cosa muy peligrosa en la vida: el silencio. Te hace cómplice solo por inacción. Ese fragmento está en un contexto de maltrato machista, en una época más oscura que esta, donde denunciar no era ni siquiera posible, porque no había una ley ni un contexto social que amparara esa denuncia. Solo hay que recordar que el asesinato de una mujer por un hombre se denominaba “crimen pasional”, y se perdonaba a ese hijo de puta que había ejercido violencia machista. La puesta en pie y el apoyo mutuo contra cualquier ataque es esencial, sin eso, como especie no hemos empezado a vivir más que como hecho biológico.

“Lo que me disgusta es que no te atrevieras antes a pronunciar esas palabras en voz alta. Hay que decir las cosas en voz alta, hija, ponerles nombre”.

Aquí una nieta le cuenta a su abuela a quién ama realmente, y a la abuela le parece estupendo. Y la abuela le dice esta frase porque lo que no se dice no existe, de ahí la importancia de nombrar siempre a ellos y a ellas. Es muy importante dar visibilidad, mostrar orgullo por lo que eres o quieres ser. Eso le pasa a muchas “Victorias” no solo en el amor, sino también en lo político. Si no reivindicas lo que quieres, nadie reparará en que hay una carencia ni actuará para que se repare.

“Los cadáveres encontrados en la fosa eran un enjambre informe de huesos batidos y calaveras (...) se conformaron con dar por hecho que ahí había unos quince o veinte de los suyos. Sus padres, madres, hermanas, tíos, sus abuelos. Un lugar que honrar a partir de ahora, en un país que traiciona su memoria y se niega al arrepentimiento”.

Este fragmento se refiere a la memoria abortada de la Guerra Civil y el Franquismo. Lejos de pensar que las heridas hay que taparlas para que se pudran, creo hay que abrirlas, hacerlas sangrar, que escuezan, limpiarlas y luego suturarlas, porque si las olvidas se cierran en falso y siguen doliendo. Es importante saber el porqué de las cosas. La recuperación de la memoria histórica se nos debe, es nuestro derecho saber qué paso en esos años. Pero hay que ir más allá. Es necesaria una revisión mucho más amplia, que contemple también la presencia en la historia de las mujeres, las personas homosexuales, negras, pobres... Si no, seguiremos creyendo que la historia es lo que nos han contado los hombres blancos que mandaban y eran dueños de las cosas. A mi modo de ver, cualquier historia que no incluya la ciencia, los avances de la masa y las emociones, no sirve de nada.

“Sí, estoy segura, siguen vivas las viejas luchas, pero formuladas con lenguajes y aspectos nuevos”.

A veces cambian los envoltorios, pero lo esencial, los anhelos de libertad, cultura y felicidad siguen vigentes, da igual como se llamen en cada momento. Al final los movimientos se producen porque hay una fricción, y lo único malo es lo que no se puede cambiar. Hoy se mantienen muchas cosas inamovibles, y siguen siendo necesarios los avances colectivos. Lo que se consigue de modo individual son privilegios, no avances.

- ¿Qué cuentas ajustas con este libro? - le preguntó el periodista. ”Idiota“, pensó”.

Yo no pienso eso... Pero respecto a la pregunta, con este libro ajusto mi propia vida. Aquí desgrano mis emociones, mis agradecimientos, mis mujeres, mi barrio... Es también mi intento de contar una historia no contada, la de la gente que no sale en los libros y películas. Hago un homenaje a muchas mujeres de mi vida, porque han sido muy importantes para mí, aunque suene raro porque mi pareja es un hombre. Igual que la penúltima Victoria escribe un libro para contar su estirpe, yo en esta novela me explico a mí mismo. En mi madurez, veo que en mi constelación familiar está la explicación, para bien o para mal, de lo que ahora soy. De paso, intento hacer otra ficción: una novela de amor, de aventuras, parcialmente histórica, escrita de otra manera, desde un punto de vista con más peso en el lado del corazón que en el de los principios, donde reivindico la valentía frente a la complacencia. No sé si lo he logrado, pero... Victoria somos todas.

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