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“Las mujeres nos hemos integrado en un mundo laboral preparado para hombres”

Marga Deyá.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

El esquema que Marga Deyá (Zaragoza, 1976) ha preparado para la charla sobre “Economía feminista” está escrito a mano, con letra muy clara y sin un solo tachón. Lo trae también a nuestra cita, aunque no necesita echar mano de los apuntes para responder a las preguntas. Contesta mirando a los ojos, con sonrisas y sin dudas.

¿Cómo se aplica el feminismo a la economía?

El marco de referencia desde el que se estudia la economía actualmente se centra sobre todo en el mercado, sin tener en cuenta muchísimas necesidades humanas. Tal y como están organizadas ahora las cosas, lo que prima es el capital y esto no solo está influyendo en una baja dignidad del trabajo, sino que llegamos a un momento en el que se está poniendo en riesgo la vida de la gente, la sostenibilidad ambiental y la sostenibilidad social. Visibilizar eso supone cuestionar qué economía es la que tenemos y dónde estamos poniendo la mirada. La economía feminista crítica no intenta simplemente ubicar a la mujer dentro del paradigma actual, sino hacer uno nuevo en el que, por ejemplo, se visibilice todo el trabajo no remunerado. Es algo que llevamos peleando mucho tiempo: reivindicar que el trabajo invisible y gratuito que estamos haciendo las mujeres está sosteniendo el sistema. Lo que planteamos es que el marco actual no está dando respuesta a las necesidades de cuidado. De hecho, las mujeres nos hemos integrado en un mundo laboral preparado para hombres, con lo que sufrimos la doble jornada y una conciliación que siempre produce pérdida de derechos económicos o de oportunidades laborales, con el falso mito de que las mujeres no son tan productivas como los hombres.

¿Se trata de plantear una economía que asuma la corresponsabilidad en los cuidados?

Sí, aunque no consiste solo en que hombres y mujeres tienen que hacerse cargo de las tareas de cuidado, sino también en que las empresas tienen parte de responsabilidad porque los sueldos que pagan no son suficientes para cubrir la reproducción social de la fuerza de trabajo. Los empresarios piensan, como dice Amaia (Pérez Orozco), en un “hombre-champiñón”, que no tienen ningún tipo de necesidad y que llega preparado a la puerta de la fábrica solo para trabajar, sin tener obligación de atender ninguna otra necesidad. Y la corresponsabilidad también afecta al Estado, que tiene que garantizar las necesidades básicas: el cuidado no es solo atender a dependientes, todas las personas en todos los momentos de nuestra vida necesitamos cuidados.

¿Cómo se puede cambiar el marco económico?

Necesitamos construir conceptos socialmente: conforme las mujeres hemos ido ganando espacio, hemos ido visibilizando contradicciones. La sociedad civil, visibilizando nuestras opresiones, poniéndoles nombre, hablando de nuestras dificultades,... hacemos más fácil que surjan teóricos sociales que creen nuevas herramientas y nuevas normas. Tenemos que plantearnos qué entendemos por trabajo. Antes de la sociedad capitalista, las unidades de producción y reproducción eran los hogares; lo que se hacía fuera de ese hogar era el “trabajo”, aunque no siempre tenía que ser remunerado. Hoy solo concebimos el trabajo vinculado al empleo. Las feministas llevamos mucho tiempo distinguiendo entre trabajo remunerado y no remunerado, porque entendemos el “trabajo” como un concepto mucho más amplio que el “empleo”. La economía feminista crítica también habla de “trabajo socialmente necesario”. Tenemos que empezar a cuestionar, por ejemplo, esa publicidad que nos genera unas necesidades que no teníamos previamente, ¿eso es un trabajo socialmente necesario?

¿Qué pasaría con el trabajo que no se considere “socialmente necesario”?

Desde la economía feminista, no se plantea suprimir o eliminar trabajos; más bien se trata de cómo se da valor a las cosas y desde dónde miramos. Ahora, la publicidad tiene valor y existe porque dentro del marco actual, donde prima el beneficio económico y el crecimiento empresarial, tiene sentido. Si el foco está en la sostenibilidad de la vida, igual sí que tendríamos publicidad, pero orientada de otra manera. Con un marco nuevo, conseguiríamos que tuvieran valor las cosas que realmente son necesarias para todos. No digo que no tenga que haber futbolistas, pero deberíamos cuestionar los salarios y el reconocimiento que reciben hoy en día.

Con todo esto en mente, ¿cómo habría que incentivar el trabajo femenino de calidad para recortar la brecha de género?

La clave está en lo que comentábamos, en qué ponemos en valor. Hay estudios que demuestran que no es verdad que el salario dependa de oferta y demanda, sino que es fruto de un recorrido social, histórico, de lucha, de conflicto entre clases y dentro de las propias clases. ¿Por qué en el sector de la limpieza no se cobra tanto sueldo como en otra profesión de similar formación académica? La diferencia, en algunos casos, es considerable. Para recuperar sueldos y condiciones laborales en las categorías femeninas, necesitamos reconocimiento social. El cambio no es algo que se pueda hacer por decreto ley; va a ser un trabajo de concienciación social y de cambio de paradigma.

¿Qué le parecen los incentivos fiscales que se suelen proponer para la contratación de mujeres?

Estamos hablando de que los empresarios no se responsabilizan del cuidado y encima, con algunas medidas, les primamos. Parece que reconozcamos que es verdad, que una mujer sale más cara a los empresarios y que merecen incentivos fiscales por contratarla; en cierta forma, esos incentivos suponen reforzar el ideario. Ocurre lo mismo con la resistencia a los permisos de maternidad y paternidad iguales e intransferibles. Las cosas cambiarían si todos los trabajadores, ellos y ellas, tuvieran cuatro meses de baja cuando tienen un hijo. Hoy en día, que un hombre se coja una baja por paternidad está muy mal visto; incluso las bajas de quince días se cuestionan.

¿Qué piensa sobre la propuesta de conciliación familiar que aparecía en el pacto PSOE-Ciudadanos?

Todo lo que vaya encaminado a facilitar el cuidado es positivo pero dentro del feminismo hay distintas opiniones y deberíamos reducir la brecha de cuidado. Si aumenta la baja maternal pero no la paternal, incrementamos esa brecha. Otro problema de la baja paternal es que muchas veces coincide en el tiempo con la baja maternal, cosa que propicia poco la corresponsabilidad. Algunos planteamientos hablan de cuatro meses de permiso para cada progenitor y que no coincidan: primero ella y luego él o viceversa. Así, el bebé estaría atendido durante ocho meses, se reduce la brecha de género, porque tanto ellos como ellas tienen el mismo periodo de baja, y se favorece la corresponsabilidad, porque el que se queda asume la totalidad del cuidado. Está muy estudiado que incluso en las parejas igualitarias, el momento de la maternidad es un desajuste brutal de vuelta a los roles mas tradicionales. Algo que debería ser puntual, porque la lactancia es lo que es, se acaba convirtiendo en estructural. Por eso, es un tema complejo: algunos “beneficios” son en realidad piedras a nuestro propio tejado. 

¿Hay algún modelo en el que fijarnos como ejemplo a seguir?

Yo no lo conozco. Se que hay cooperativas de economía social que se están tomando muy en serio el punto de vista de la economía feminista crítica, pero nos movemos en un modelo sistémico que dificulta terriblemente aplicarlo.

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