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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Sin reparto de la riqueza no hay democracia

Román Sierra

Portavoz de Economía de Podemos Aragón —

Me gustaría comenzar este artículo pensando en la gente más joven, especialmente las mujeres -aquellas que, por ejemplo, podían tener 18 años cuando comenzó la crisis-estafa que ahora tendrán 27 años ya- y sobre el mundo laboral que han conocido.

No quiero afirmar ni por un momento que el mundo laboral anterior fuera una maravilla, más bien al contrario. Pero el actual es peor, sin duda. Son característicos de este periodo el gran desempleo, el fortísimo aumento de la precariedad, las escasas victorias del movimiento de los trabajadores, la ausencia de un sindicalismo lo suficientemente fuerte que haga frente al Régimen que bautiza estas medidas (insisto, con algunas honrosas excepciones), una conciencia escasa y difusa de clase, el predominio de unas formas de explotación laboral (como las figuras del falso autónomo) que se vuelven cada vez más predominantes, la ausencia de una reacción con suficiente fuerza para darle la vuelta. Todo ello nos hace correr un tremendo riesgo que es la normalización de la precarización.

En los últimos meses hemos visto cómo algunos indicadores macroeconómicos han hecho sacar pecho a algunos de nuestros gobernantes. Por ejemplo, en Aragón, las exportaciones o el PIB ha alcanzado récords históricos en 2016 (34.686 millones de euros). Sin embargo, estos datos se quedan para las oligarquías. ¿Dónde están la mejora de los de abajo? ¿Cómo repercute todo esto a la mayoría?

En el año 2016, en Aragón, el 91,6% de los contratos fueron temporales, la renta disponible per cápita en 2014 había descendido más de 400 euros desde 2011, año en que ya se notaba el impacto de la crisis. Casi un 16% de los hogares aragoneses están en riesgo de pobreza, sabemos que a nivel estatal hay casi 1.400.000 hogares con todos sus miembros en el desempleo.

El IPC (Indicador de Precios de Consumo) aragonés subió de 2006 a 2014 un 14,4%. Sin embargo, la renta disponible per cápita en el mismo periodo solo se incrementó un 4,24%. En el periodo 2010-2015, la pérdida salarial a nivel estatal alcanzó los 12 puntos. Estos datos revelan una pérdida clarísima de poder por parte de las clases populares.

En Aragón, ha descendido el desempleo porque hay menos población activa y la baja calidad del empleo desincentiva. Esto no parece preocupar especialmente a nuestro gobierno que prefiere seguir informando que los datos del desempleo bajan.

Existen, además, dentro de este panorama de precariedad, sectores de la población que sufren una mayor explotación laboral. Así, las mujeres cobran un 22% menos que los hombres; la mano de obra extranjera, un 46% menos; y los menores de 26 años, aquellos con los que he querido empezar este artículo, un 71% menos que los mayores de esa edad.

Todo esto, mezclado y agitado con las grandísimas repercusiones social y económicas que van adjuntas a la mala situación económica, tiene repercusiones directas sobre la salud y sobre la propia vida de los trabajadores. La precariedad mata directamente, como demuestra el hecho de que se han disparado los indicadores de accidentes laborales y las muertes.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta breve es que las oligarquías han logrado orientar la política económica española al servicio de la revalorización del capital, que se ha multiplicado por cinco en las últimas dos décadas, a costa de las rentas salariales y del erario público. Es decir, lo que llamamos La Trama también produce precariedad: es la forma que han tenido de seguir asegurándose grandes beneficios.

Pero la gran pregunta en realidad es qué podemos hacer. El último gran periodo que empujó a los salarios para arriba fue la segunda mitad de los años 70 con un movimiento de trabajadores, con un alto grado de autoorganización, que protagonizó el período final del franquismo. Los grandes núcleos industriales fordistas ya no son hoy en día los protagonistas del mundo del trabajo, pero su importancia sigue siendo grande sobre todo en zonas de Aragón como el Valle del Ebro. Estamos ante un mundo laboral mucho más fragmentado y con un gran peso en el sector servicios, pero es la misma clase trabajadora la que es empujada a una precarización por cuenta ajena o por cuenta propia.

No avanzamos con gobiernos que toleran que las rentas de trabajo sigan siendo quienes más paguen y que el capital siga acumulando beneficios a través de desmontar los derechos laborales conseguidos con gran esfuerzo, precarizando, mientras alardean de los datos de un PIB que no llega a los de abajo.

Es por ello que el gran reto para lo que podríamos llamar ampliamente “el movimiento” que comenzó a andar en el 15M es saber llevar el terremoto social y político que hemos conseguido provocar hasta los centros de trabajo. Hemos visto movimientos muy interesantes (como “las Kelly’s”, los trabajadores de las subcontratas de Telefónica, telemarketing, limpiezas, etc) pero quizá no se les ha prestado toda la atención que requerían por las tácticas electoralistas. Poner el mundo del trabajo en el centro es urgente y necesario, combinado con el sindicalismo social, el feminismo (fundamental para las luchas del trabajo también) y el movimiento estudiantil.

Ahora, en Aragón, se están visibilizando nuevos conflictos laborales que deben contar con el apoyo y la solidaridad de las de abajo y sus organizaciones. Dos ejemplos claros son el sector de la hostelería o la subcontratas de la CARTV como TSA.

Más allá de las instituciones, donde pondremos todo esfuerzo para hacer nuestra parte, los derechos se ganarán y podremos romper con la miseria, en la calle y en los centros de trabajo. Si el “sindicalismo clásico” no tiene la fuerza suficiente o la disposición para dar estas batallas, es nuestra obligación empujar. Porque una buena estrategia en el mundo del trabajo no solo ayuda a redistribuir la riqueza, sino a conquistar derechos y a alcanzar poder real, lo que lo sitúa como un elemento central para cambiar la vida de la mayoría social.

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