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“Sacaron a mi madre de casa como una delincuente”: los vecinos de Jánovas reconstruyen el pueblo como un acto de orgullo y justicia

Los vecinos de Jánovas tratan de recuperar su pueblo medio siglo después.

Miguel Barluenga

Huesca —

Jánovas vuelve a sonreír tras años de zozobra. Arrasado para dejar paso a un pantano que nunca existió, el pueblo vuelve a levantarse. Las manos de sus vecinos, los hijos y los nietos de los que perdieron sus hogares hace medio siglo se unen para reconstruir las casas a partir de las enseñanzas orales y de los mapas de la memoria. A comienzos de año se dio el primer paso para el regreso de la luz eléctrica; luego llegará el agua corriente y se mejorarán los accesos. Mientras, se reconstruyen las casas que algún día han de albergar a los nuevos habitantes de un ejemplo de lucha contra el olvido y freno a la despoblación.

El proyecto, ideado en los años 50 del pasado siglo, amparado por la dictadura y llevado al paroxismo en los primeros años de la democracia, contemplaba anegar los pueblos de Jánovas, Lavelilla o Lacort para dar forma a un embalse que abastecería de agua los Monegros. Más que por sus fines, fue tristemente célebre por los medios utilizados. El franquismo combatió la resistencia de los vecinos dinamitando viviendas y sacando de ellas a la fuerza a sus habitantes. Jánovas se vació por completo en 1984 y dos décadas más tarde el pantano acabó descartado por inviable y pernicioso para el medioambiente.

Por el camino, familias que perdieron sus pertenencias y sus orígenes. Hoy, y con los procesos de reversión en marcha, los vecinos han tomado la iniciativa y vuelven a levantar el pueblo piedra a piedra. No olvidan el testimonio de los que estuvieron allí en el comienzo y hasta el final. Antonio Buisán, de 72 años, resistió en Jánovas todo el tiempo que pudo. “No me olvido de lo que en aquellas fechas hizo la compañía concesionaria del pantano, no hizo las cosas como se debe. Optó por la expropiación forzosa, la gente no estaba informada y fue maltratada por la ley. No hubo asesoramiento, en aquellos tiempos no había muchos medios de vida en la zona y la gente tenía ganas de emigrar. El pantano ayudó a que muchos se marcharan”, recuerda Buisán.

“Nos pusieron entre la espada y la pared”

De entre los vecinos, “hubo varios que llegaron a acuerdos y otros resistieron más. Nosotros fuimos los que nos quedamos hasta última hora. Nos ofrecían una cifra irrisoria primero y luego más dinero. En el 84 nos pusieron entre la espada y la pared, empezaban a hacer obras y nos tuvimos que ir”. Antonio Buisán conserva un “muy mal recuerdo” de aquellos días. “Mi madre se encontraba en casa con un hermano. Llegó una orden firmada por el gobernador civil con la Guardia Civil y los echaron de casa. Como se tenía que desalojar del todo y no se podía estar más, a ella la sacaron como si fuera una delincuente. Toda la administración estaba en la causa”, rememora.

Buisán abandonó Jánovas con su familia y “nos guardaron los muebles en un local de Boltaña. Fue un desalojo y ya no pudimos volver a casa. Al día siguiente, los obreros de Iberduero tiraron la casa para que no la volvieran a ocupar”. Medio Ambiente declaró inviable el proyecto y, a partir de ese mismo instante, “nosotros empezamos a trabajar en la reversión de los bienes de las personas expropiadas. Algunos ya han llegado a acuerdos y otros quizá tienen menos interés. Hay que aceptar lo que ofrecen, se ha de tener en cuenta que cuando nos fuimos era un pueblo habitable con muchos servicios. Ahora la casa está en el suelo y, para reconstruirla, lo primero es comprar. Va todo muy despacio, había un plan de restitución para marzo de 2017 que la Administración central ha pospuesto a 2028”.

“Fue un abuso de poder”

María José Murillo, de casa Sarrate, tiene 68 años y su vivienda fue una de las primeras que derribaron. “Empezaron por arriba, pertenecía a mis abuelos. Yo era muy pequeña, no tenía ni diez años, mis abuelos oían como petardos y se sentían muy tristes y con mucho dolor. Mi abuelo estaba enfermo y se bajaron a vivir con nosotros”, explica. No encuentra adjetivos: “El horror, la sinrazón, no hay adjetivos calificativos para lo que pasó. Fue un abuso de poder, el no ser capaces de hacer nada contra el poder. Una impotencia muy grande”.

En casa de una hija, en Banastón, a 4 kilómetros de Aínsa, sus abuelos escuchaban el retumbar de los derribos de Jánovas. Muertos, como sus padres, su hermano lideró la lucha por la recuperación del pueblo hasta su fallecimiento en 2010. Ahora, ella ha tomado el relevo. “Tuve que presentar la documentación que me pidió Endesa para demostrar que me correspondía en herencia -lamenta-. Todavía no me han dado nada para hacer la reversión, y va a hacer ocho años. Son mis raíces maternas, mi hermano se crió allí. Siempre me dijo que no dejase Jánovas por nada del mundo, que defendiera el sacrificio de los abuelos y antepasados”.

Ahora María José se muestra satisfecha con que se recupere Jánovas. “Me parece muy bien que vengan todos los servicios, pero nunca se podrá recuperar lo que fue antes. Hay calles que se tienen que rediseñar… puede que de aquí a 20 años sí que haya avances. La familiaridad y la hospitalidad nunca serán las mismas”.

“Nos impulsan los años de lucha”

Óscar Espinosa, de 45 años, es un janovasino de tercera generación que colabora en la recuperación del pueblo. “Nos impulsan los años de lucha. Mi abuelo y mi padre se negaron a abandonar el pueblo pero no dejaron la lucha. Es la respuesta, ya que no se hace, qué menos que levantar la casa, por tradición, respeto y raíces”, afirma rotundo. El camino no resulta sencillo, pues en muchos casos hay que comenzar de cero: “Te encuentras ruinas y cuesta mucho dinero, el pago a Endesa no lo consideramos justo pero llegamos a un acuerdo para acabar cuanto antes. El Gobierno de Aragón ha empezado a ayudar pero al de España no le interesa nada reconocer el error y ponerle solución. Cada familia ha de acarrear con sus gastos”.

Primero se terminó la escuela y hasta la fecha se ha completado un inmueble, casa Frechín, y hay tres más en marcha. Unas seis personas trabajan de forma continua y cuentan con apoyos externos. “La gente se fue a Huesca, Barbastro o Barcelona y vienen menos. Los fines de semana nos organizamos y llegamos a estar unas 15 personas. El plazo se lo pone cada uno en función del dinero; en mi caso, espero concluir este verano”, relata Espinosa.

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