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Teruel, esa España interior que la industrialización borró del mapa

La central térmica de Aliaga es un ejemplo de las dificultades para la industrialización en esta provincia.

Elisa Alegre Saura

Teruel —

En la provincia de Teruel cada vez son menos y más viejos. Y aunque levantan la voz, y todo el mundo sabe que “Teruel Existe”, la realidad es que todos sus 135.000 habitantes podrían meterse en el Santiago Bernabéu y el Calderón, y aún sobraría sitio para invitar a algunos habitantes de regiones vecinas como Soria y Cuenca. Cuando todos hablan del problema de la despoblación y de la necesidad de actuar con urgencia, en esta provincia que se cuela en los rankings de las más despobladas y envejecidas de Europa, sus habitantes escuchan con desconfianza y desencanto, hartos de tantos estudios e informes y tan pocas soluciones.

Las distancias en Teruel por carretera no se miden por kilómetros, sino por tiempo, porque el trayecto depende mucho del estado de la vía y la orografía del terreno. La falta de buenas comunicaciones ha lastrado el desarrollo de esta provincia, que venía de una situación de partida difícil, con poca gente y una economía industrial artesanal de subsistencia. Pero el panorama en los últimos cien años no ha hecho más que empeorar hasta una situación, para muchos, de no retorno.

¿Cómo ha llegado Teruel a esta situación? Lo que se vive en esta provincia es un mal de la España interior, el mismo que comparte con las demás provincias del sistema ibérico, como Soria o Cuenca, tal y como indica Vicente Pinilla, catedrático de la Universidad de Zaragoza vinculado al Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de las Áreas Rurales.

Así lo recoge en un estudio elaborado a finales del pasado año junto a otro profesor, Luis Antonio Sáez, titulado La despoblación rural en España. Génesis de un problema y políticas innovadoras, realizado para SSPA (Áreas escasamente pobladas del Sur de Europa).

En ese informe explican que la forma en que se industrializó España, concentrando las industrias en grandes ciudades en torno a las materias primas o a los mercados, condenó al mundo rural al desangre poblacional. Y que las políticas que se han desarrollado desde entonces no han ayudado tampoco al reequilibrio territorial.

La disminución de la población no fue tan acusada en otras provincias, explica Pinilla, en las que la capital tenía capacidad de retener población, pero no es el caso de Teruel, donde la capital ahora ronda los 35.000 habitantes.

Y las zonas rurales, donde nunca ha habido mucha población, porque la geografía no ponía las cosas fáciles, también sucumbieron al proceso industrializador. “Teruel se desindustrializó en el siglo XIX”, resalta este investigador, porque hasta entonces había una economía adaptada al medio natural “con poca gente y mucho ganado que solía trashumar”, pero que era capaz de generar cierta actividad industrial, como por ejemplo la industria lanar en torno al ovino.

Esta industria poco puede hacer frente a los grandes centros de producción, con malas comunicaciones por carretera, por no hablar del tren, que llegó pasado el siglo XX a Teruel, “cuarenta años más tarde que al resto de España”, lo que convirtió a la ciudad en la última capital de provincia en contar con este sistema de transporte. El tren comenzó a implantarse primero donde había más población, apunta el investigador, y por eso Teruel fue uno de los últimos sitios a los que llegó.

Un sistema de transporte que aún hoy funciona con parámetros de principios de siglo y por el que apenas circulan trenes por la falta de inversiones. “La geografía es un elemento condicionante, y sigue siendo un obstáculo” porque encarece cualquier cosa que se quiera producir: “¿Cómo vas a situar una industria en un lugar del que no puedes exportar lo que produces ni importar los 'inputs' que necesitas?” explica Pinilla.

El catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, Francisco Burillo, impulsor del proyecto de Serranía Celtibérica que reclama políticas públicas para evitar la despoblación en una zona formada por varias provincias, destaca que “la despoblación en España se centra en territorios de montaña”. La Serranía Celtibérica, que engloba zonas de varias provincias, entre ellas Teruel, ha sido denominada la Laponia del Sur por tener la misma densidad de población: 8 habitantes por kilómetro cuadrado. Pero mientras Laponia tiene poca población por presentar “la climatología más extrema de Europa, en la Serranía Celtibérica se debe a políticas continuadas de fomento de la despoblación o la falta de políticas para reequilibrar la situación, lo que se conoce como demostanasia”.

Por ello, este investigador aboga por actuar en el problema teniendo en cuenta las situaciones de cada zona, más que las provincias: “El Maestrazgo de Teruel en nada difiere del de Castellón” y reproduce varios ejemplos de otras zonas. Y estas regiones son víctimas, según Burillo, de “la total ausencia de planes de desarrollo específicos” así como de infraestructuras.

Intentos tardíos

Las minas de carbón de la provincia de Teruel, que ahora están viviendo sus últimos días, se empiezan a explotar, según el catedrático Vicente Pinilla, “relativamente tarde” respecto a otros lugares del país. “Cuando se comienza a valorizar los recursos del carbón de Teruel ya está el mapa industrial de España bastante diseñado y las minas no son tan potentes como para compensar este retraso inicial”, resalta. Aun así, “la minería de Teruel ha sido un elemento que ha fijado población mientras ha funcionado, porque era muy intensiva en mano de obra, lo que hizo que las comarcas mineras tuvieran vitalidad en los mejores años”.

“Teruel tenía unas condiciones especialmente malas para la industrialización”, añade el catedrático, “y al mismo tiempo las actividades tradicionales se derrumbaron”. Tampoco surgieron actividades que pudieran retener a la población así que la solución para muchos fue la emigración.

Geografía determinante

Para este investigador, la geografía de la provincia ha sido determinante en el freno a su desarrollo: “Construir un kilómetro de carretera en Teruel es mucho más caro que hacerlo en Alemania o en una zona llana de España”.

Ante este panorama, muchos de sus habitantes optaron por la emigración, sobre todo a Zaragoza y a Levante. En los primeros movimientos migratorios a los núcleos urbanos -años 20 y 30 del siglo XX-, la natalidad compensaba la salida de personas, explica Pinilla. Pero esta tendencia cambió sobre todo a partir de los años cincuenta y llevó a la “contracción demográfica” y, desde 1990, “la principal causa de despoblación ya no es que se vaya la gente, sino que se muere más gente de la que nace”.

Así, al margen del espejismo que supuso el fenómeno de la inmigración en la primera década del siglo XXI, ahora el escenario es el siguiente: hay poca población, envejecida y muy dispersa en un territorio extenso, accidentado en lo geográfico lo que encarece construir carreteras.

¿Y ahora qué? Este experto apuesta por actividades que echen mano de los recursos endógenos, “no es fácil que empresas externas quieran instalarse en Teruel, por la dificultad de acceso a los mercados y la falta de mano de obra”.

Mientras, sus habitantes piden soluciones concretas que faciliten vivir en los pueblos: mejorar la conexión a Internet, las carreteras y facilitar la instalación de empresas y la actividad de pequeños autónomos y pymes que se tienen que enfrentar a los mismos impuestos que en un entorno urbano y en ocasiones también a los mismos costes. Discriminación positiva dicen, que a quien quiera vivir en el mundo rural no le pongan más trabas de las que ya tiene.

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