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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Coevolución y comunicación animal

Cangrejo Heike de Japón

Eva Aladro Vico

En las teorías actuales sobre el desarrollo humano, y en especial por las increíbles capacidades que los seres humanos están desarrollando a la hora de usar y extender sus experiencias en herramientas y tecnologías, se estudia un concepto clave en biología como es el de coevolución. Inicialmente, en el siglo XX, se comprobó que las especies y organismos se veían condicionados por los entornos donde se desarrollan. A la interrelación entre organismos que llega a hacer que evolucionen en conjunto se la denominó coevolución. Se descubrió, por ejemplo, que en la prevalencia de las evoluciones animales y vegetales influía enormemente la relación con el medio y el contacto o intensidad de la relación entre las especies.

El aspecto más interesante de la coevolución, para nuestro objetivo, es lo que se denominó coevolución interespecífica: por ejemplo, cómo el pez desarrolla en el agua una serie de corrientes y flujos sobre los que él mismo se impulsa, y para ello, aumenta el desarrollo de sus mecanismos musculosos natatorios: el pez usa el agua como una tecnología para nadar, pero esa relación termina generando los músculos natatorios del pez tal y como los conocemos. Esto es lo que en teoría coevolutiva se conoce como un sistema ensamblado: un ser vivo y su medio forman un conjunto que se determina mutuamente, y donde no se puede separar el desarrollo de cada elemento integrante, porque el conjunto es a la vez resultado y causa del estado de desarrollo

La coevolución no es una idea sencilla: implica que cada acto en un entorno cambia el entorno, que a su vez afecta a quien actúa. Las relaciones entre seres vivos son sistemas ensamblados en los que cada decisión tomada, cada interacción, pone la base para una dirección de desarrollo que termina afectando a quien la toma. La definición de lo que podemos ser, de lo que queremos ser, afecta a lo que somos.

Hay formas coevolutivas más sencillas que ésta: recordemos el caso de los célebres cangrejos Heike de las costas japonesas. Hoy son los únicos cangrejos que quedan allí, y la razón es una coevolución selectiva que nos muestra todo el poder de este proceso. Estos cangrejos tienen un caparazón que se parece curiosamente al rostro de un guerrero samurái. Los pescadores japoneses, desde las guerras medievales dinásticas, en las que miles de guerreros samurái murieron en el mar de Japón, creían que estos cangrejos contenían el espíritu de los samurái muertos en las matanzas de la dinastía Heike, y pensando que traían mala suerte si los pescaban, los devolvían al mar. El curioso resultado de este fenómeno es que estos cangrejos de rostro humano en su cuerpo son los únicos que se preservan, y, así, la mano humana ha esculpido, evolutívamente en los cangrejos, un rostro samurái. Hemos dejado una impronta que viene de nuestra esencia, de nuestra forma de ser. Es un ejemplo de una evolución selectiva producida en una interacción animal-humana. Nos muestra en toda su potencia la influencia moldeadora del humano en el planeta.

Pero el tipo más interesante de coevolución que tenemos todos a la vista cotidianamente, y que ha generado unos increíbles efectos evolutivos en animales y humanos, es el de los perros y gatos que conviven con nosotros, cuyo sistema ensamblado con el hombre es uno de los fenómenos más interesantes y armoniosos de estudiar.

Sabemos por recientes investigaciones que el sistema digestivo de los lobos y el de los perros es diferente, siendo el de los lobos incapaz de digerir alimentos como cereales y frutas, y manteniéndose principalmente carnívoro. Los perros, una vez que constituyeron un ensamblaje biológico con los seres humanos, desarrollaron una alimentación omnívora que les permite digerir los alimentos humanos preparados y sus residuos. La aproximación de los lobos a los poblados humanos fue generando entre ambas especies una adaptación en la que los humanos empezaron a alimentar a los lobos, y los lobos, a cuidar de los rebaños humanos. Este ensamblaje y amistad de dos especies tradicionalmente enemigas fue condicionando el surgimiento del perro, que, como todos sabemos, constituye con el humano un conjunto excepcional de especies unidas con riquísimos beneficios añadidos en su coevolución.

En el lento proceso coevolutivo en el que surge el perro del lobo, se produjo una adaptación interesantísima en la que las capacidades depredadoras del lobo mutaron hacia una función de pastoreo -las mismas capacidades de asustar y controlar a las ovejas en la caza pasaron a ser capacidades de protección y de guía de los rebaños-. Al mismo tiempo, el ser humano, en el proceso de ensamblaje, desarrolló capacidades de protección y acogida del lobo que le llevaron, como sabemos por las recientes investigaciones publicadas, a generar hormonalmente intensos sentimientos de protección y amor al animal antes temido.

La coevolución es un proceso del que debemos aprender todavía muchísimos aspectos. Pero el ensamblaje increíble entre un animal y un ser humano que podemos ver en la generación de las relaciones armoniosas y beneficiosas de los perros y gatos con los hombres nos deja ver cómo la evolución convierte en pacíficos y protectores los impulsos depredadores, y reutiliza los instintos destructivos en un plano superior de desarrollo en el que desaparece la agresión. No se trata de una simple cesación de la violencia, sino de una trascendencia en la que aspectos de conducta destructiva o violenta se reutilizan para producir conductas protectoras y creativas.

La cultura no es otra cosa que un sistema de coevolución y extensión de las potencialidades de armonía y paz con el entorno. A lo largo de la Historia encontramos numerosos ejemplos de la capacidad que el ser humano tiene de convertir la depredación en un sistema protector, eliminando en enorme medida la violencia y la destrucción y compensándola con creación, protección y crecimiento. Los humanos, pero también los otros animales, somos seres extendidos, capaces de distribuir nuestras capacidades de modo que multiplicamos su influencia. También somos capaces de asimilar elementos de nuestro entorno, sean herramientas, sean otros seres vivos, para crear fabulosos sistemas ensamblados que superan las barreras mentales y los límites impuestos por los condicionamientos de cada especie o cada situación.

Sabemos que la coevolución supera los procesos biológicos básicos y permite que las especies, los animales del planeta, las comunidades humanas, rompan los límites de sus capacidades de base. Al igual que un individuo humano puede ensamblarse y coevolucionar con una tecnología, incrementando su inteligencia, su memoria o su capacidad de reacción, los sistemas humano-animales han hecho coevolucionar a ambos rompiendo los condicionamientos instintivos e incluso transponiéndolos para llegar más alto en el desarrollo vital.

Cuanto más incrementemos la coevolución con los animales, la comunicación que con ellos mantenemos y la capacidad de invertir funciones y capacidades para una armonía mejor de nuestra relación, más subiremos en la escala del crecimiento humano, llegando a ver, y a entender, el sentido de aquella imagen del profeta Isaías, según la cual “el lobo y el cordero pacerán juntos, y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento”. Una imagen que nos habla de un estado que todavía no podemos ver, pero por el que podemos apostar, y coevolucionar para llegar a él.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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