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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Mamá, quiero un perro

Una de las 32 hembras de las que se ha hecho cargo Animal Rescue España procedentes de un criadero. Foto: Animal Rescue España

Mar Puig Pastor

  • Si decides hacerlo, no compres, adopta. La compra y venta de animales esconde un oscuro negocio basado siempre en la explotación y el maltrato
  • Animal Rescue España ha colaborado, junto a Axla y Ascan, en el rescate de decenas de perras procedentes de un criadero por cese de negocio. Se ha hecho cargo de 32 hembras que eran tratadas como meras “máquinas de parir”

Estas palabras van dirigidas a esas madres y padres que están dispuestos estas navidades a decirle con mirada condescendiente a sus hijas e hijos: “Pero es tuyo, lo tienes que cuidar tu. Y darle de comer y pasearlo tres veces al día, y limpiarle la jaula….”, mientras estos asienten con la cabeza a una velocidad de vértigo. Van dirigidas a todas esas personas que intentan transmitir a su descendencia unos valores automatizados socialmente que ellos mismos no tienen. A las que se aferran para abandonar a un animal al hecho de que ellos lo compraron para el niño o la niña, pero claro, ha resultado que no le han hecho caso y no se hacen cargo de él.

Es cierto que el hecho de crecer compartiendo la vida con un animal es una de las experiencias más enriquecedoras que se pueda proporcionar en la infancia, pero NUNCA, NUNCA debe recaer la responsabilidad de los cuidados del animal en una niña o un niño. Se trata de una vida, por lo tanto, si no los estimamos capaces de decidir determinados aspectos de su propia persona, mucho menos capacitados van a estar para hacerse cargo de una vida ajena. Ellos deben dedicarse a disfrutarlos mientras aprenden a respetarlos.

Demasiados son los abandonos que se dan haciendo cargar con toda la responsabilidad de la situación a los pequeños de la casa, y no, no es para nada su responsabilidad. Tampoco vale como excusa el “es que mi hijo lo quería, estaba empeñado”. Mil veces me empeñé de pequeña en querer viajar a la Luna y fue mi madre quien me explicó que no podía ser, que eligiera otro destino. Si realmente queremos que la peque comparta su infancia con un animal debemos convertirlo en una responsabilidad familiar, hacerlos participes de sus cuidados, pero no como una obligación, si no como una actividad de aprendizaje y disfrute compartida por toda la familia.

Debemos ser conscientes de la decisión que estamos tomando. Asumir que seremos nosotras las que proporcionemos al animal todo el bienestar y cuidados que necesite, y si no estamos dispuestas, no hacerlo. Ya está bien de quitarnos la culpa de nuestras acciones cargándolas en quien no se puede defender, haciendo creer a los niños y las niñas que han fallado en una obligación que nunca debieron tener.

La decisión de llevar un animal a casa tiene que ser una responsabilidad familiar, asumida por los adultos y compartida por los pequeños. Y si damos un paso adelante tenemos que recordar que la compra-venta de animales es un oscuro negocio basado en la explotación y el maltrato, y que miles de animales buscan una nueva oportunidad en albergues y refugios de toda España.

La misma reflexión podríamos hacer para aquellos que con tal de no escuchar más “mamá quiero un perro” cedemos con otro animal, como si éste, por el mero hecho de no tener que ser paseado, no supusiera una responsabilidad. En este caso los conejos, los pájaros, los hámsters o los típicos peces naranjas son los más afectados. Es como si por vivir en jaulas, o mejor dicho, por tener que enjaularlos para vivir con ellos, no necesitáramos saber nada más de ellos, dando por hecho que siempre van a estar bien. Hasta que dejan de estarlo. Se cometen verdaderas barbaridades en los cuidados básicos de estos animales, hasta el punto de que es muy común escuchar, una vez que los signos de los malos cuidados se hacen visibles y el animal enferma, que por un conejo, por ejemplo, no vale la pena gastarse dinero en el veterinario.

Socialmente es aceptable asumir que los peces naranjas se mueren enseguida, y aún así, sabiendo que no se adaptan al cautiverio de una pecera de cristal ya que no se cumple ni una sola de sus necesidades básicas para sobrevivir y que morirán pronto, seguimos normalizando y consintiendo su comercialización. Estoy segura de que si le preguntamos a diez personas que hayan tenido (porque eso es “tener” y no convivir con) alguna vez un pez naranja voluntariamente, ninguna sabría decirnos qué tipo de pez es y cuántos años vive. Nadie sabría contestarnos que se trata de carpas y que, en condiciones óptimas, la esperanza media de vida es de diez años, pudiendo llegar a alcanzar los 30 centímetros de longitud. Para qué vamos a molestarnos en saberlo si, total, “esos animales se mueren enseguida”, ¿verdad?.

Así que no, por favor, no sustituyan con ningún otro animal al perro que desesperadamente quiere su hija o hijo porque estos también requieren sacrificios, conocimientos, gastos y, como seres vivos que son, ensucian, huelen, sueltan pelo (si lo tienen), hacen destrozos, ruido por la noche... Porque para más inri, la mayoría de los animales exóticos comercializados, como los conejos enanos, hurones, hamsters, chinchillas, jerbos, perritos de las praderas, etc, son animales de costumbres nocturnas y lo único que hacen por el día, o lo mejor dicho, lo que les gustaría hacer, es dormir.

El mal no sólo acaba afectando al individuo en cuestión, todavía puede ser mucho peor. Un porcentaje altísimo de estos animales acaban siendo víctimas del abandono. Y dentro de ese porcentaje, otro porcentaje también altísimo acaba siendo liberado en un hábitat que no es el suyo. Y aún nos vamos a casa con la conciencia tranquila por haberlo dejado “en libertad”.

Las consecuencias de este tipo de negligencias, y no hay que olvidar que está perseguido por la ley, son nefastas. Lo más seguro es que el animal acabe muerto después de muchísimo sufrimiento al carecer completamente de recursos para poder alimentarse (porque en el monte no hay comederos y bebederos limpios y que nunca se vacían), al no saber ni estar preparado para escapar de cualquier predador o desconocer el peligro que supone cruzar una carretera. Y los pocos individuos que sí con capaces de adaptarse y sobrevivir, serán los que en un futuro cercano acaben formando parte de los que llamamos “especies invasoras” que pueden llegar a poner en riesgo a otras especies autóctonas y que, por ello, acabarán considerándose “plagas” perseguidas para darles muerte.

Y creedme cuando os cuento que los métodos legales que se usan por las empresas de exterminio contratadas por las instituciones para acabar con ellos son realmente tortuosas. Y si no queréis verlo sólo por el lado de lo que sufre el animal durante toda su vida, podéis verlo también por el lado de la cantidad de recursos económicos públicos, pagados por ti y por mí lo mismo que por el resto de ciudadanos, en intentar acabar con estos animales y tratar  de equilibrar de nuevo el ecosistema con la recuperación de las especies afectadas por la invasión, si es que eso se puede llegar a recuperar y habiendo pasado por encima de la vida de muchos seres sintientes. Podemos subrayar, por ejemplo, el problema existente en muchas ciudades por la “invasión” de cotorras que son como la que tú le compraste a tu hijo hace unos años.

Pero no acabaré el artículo desgranando todos esos problemas desencadenados por la irresponsabilidad. Lo acabaré diciendo que los animales no son cosas de niñas ni de niños, que la tenencia de animales es cosa de adultos, de adultos informados. Los animales son seres que no merecen caer en manos de quienes no están dispuestos a sacrificarse para proporcionarles todo lo que necesitan. Lo acabaré diciendo que si es obligación de las niñas y niños pedir un perro hasta que nuestros nervios no

puedan más, la nuestra es la de hacerles entender que no se puede jugar con la vida de un ser sintiente así, la nuestra es la de educar. Solo en caso de estar seguros de que será una responsabilidad familiar podremos plantearnos la posibilidad de adoptar un animal al que podremos garantizar que estará en nuestra casa mejor de lo que estaba en su anterior vida.

Y como alternativa, porque ningún pequeño debería perderse el compartir parte de su infancia con un animal, les podemos ofrecer visitar, de manera puntual o continuada, un albergue de animales que un día fueron queridos por un niño y abandonados por unos padres que delegaron la responsabilidad de una vida en alguien que todavía no podía responsabilizarse de sí mismo. Es una alternativa que, además de enriquecer con la experiencia a toda la familia, contribuirá a mejorar la calidad de vida de esos animales que habitan en el albergue y a educar a una persona pequeña que algún día crecerá y lo hará acompañada de unos valores de los que cambian los mundos.

No lleves un animal a casa si no es una decisión meditada. Y si decides hacerlo, no compres, adopta.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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