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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Toro Jubilo de Medinaceli: otra barbarie impermeable a la evolución

Toro Jubilo en el momento de prenderle fuego. Foto: PACMA

Concha López

El 29 de septiembre de 1559 el rey Felipe II fue testigo del Toro Jubilo desde el balcón del Palacio Ducal, junto a su tercera esposa, Isabel de Valois. Quedó constancia de ello en el Archivo de los Duques de Medinaceli. Es la primera cita de la que se tiene constancia escrita, pero el rito podría proceder de mucho más atrás, incluso de la Edad de Bronce.

El origen no se conoce con certeza, pero los antropólogos e historiadores se inclinan por pensar que los pueblos ibéricos que poblaban entonces esa zona de lo que hoy es Soria, a los que algunos tendrían la desfachatez de llamar “bárbaros” mirados con los ojos de hoy, iniciaron una tradición que, en pleno siglo XXI, unos pocos se niegan a abolir.

En 2002 la Junta de Castilla y León la declaró de Interés Turístico Regional porque es el único “toro de fuego” en esa comunidad, aunque, por desgracia, no en España. Semejante atrocidad se perpetra también en municipios de Cataluña y de la Comunidad Valenciana.

Los bárbaros de ahora se dan cita en la plaza mayor de Medinaceli poco antes de la medianoche del sábado más cercano al 13 de noviembre. Un toro, atado por los cuernos con una maroma para poder arrastrarlo, es conducido a la fuerza hasta un poste, donde se le encaja una cornamenta metálica, la gamella, que porta dos bolas a las que se prende fuego antes de cortar la maroma. Por supuesto, ese “honor” corresponde a un mozo local.

La estopa, mezclada con aguarrás y azufre, arde sin tregua durante cerca de una hora, y durante todo ese tiempo el toro intenta inútilmente librarse del fuego, huyendo despavorido de sí mismo. El miedo y la ansiedad le torturan tanto como las quemaduras y los golpes. El barro que le cubre a modo de supuesta protección va desapareciendo, el fuego le entra en los ojos, le impide incluso respirar, le va quemando la cara y el resto del cuerpo, y a pesar de los intentos apenas puede esquivar los golpes y las vejaciones de los mozos que fardan pretendiendo torearle.

El sufrimiento del Toro Jubilo ha sido descrito con detalle por la veterinaria Virginia Iniesta, doctora en Medicina y Sanidad Animal, en un informe con el que PACMA acompaña este año su habitual denuncia pública. La conclusión es que se trata de uno de los “más terribles ejemplos de tortura animal institucionalizada en nuestro país, éticamente injustificable desde cualquier punto de vista”.

Cuando el fuego en su cabeza se extingue, la fiesta se acaba, y ya sin público el toro debe ser ajusticiado. Lo exige así la legislación autonómica, en todos los espectáculos taurinos, para asegurar al animal una muerte sin sufrimiento y evitarle una vida marcada por las secuelas imborrables dejadas por la tortura.

Esas secuelas a veces son de tal calado que el toro no tiene que ser ajusticiado, porque muere antes. Vil contradicción, la de fingir que se garantiza al toro una muerte sin sufrimiento después de torturarle, y defender que apenas sufre cuando se da por hecho que, en caso de sobrevivir al festejo, las secuelas de ese sufrimiento le impedirán seguir viviendo.

Cientos de años después la tradición apenas se ha modificado. Los mozos ya no comulgan con la sangre y la carne del toro sacrificado para purificar sus cuerpos, como al parecer hacían los iniciadores del rito, pero todo lo demás se mantiene impermeable a la evolución.

Cinco hogueras iluminan la plaza mientras el toro arde, una por cada uno de los cinco santos mártires patrones de la ciudad. Quienes se aferran a la versión cristiana de la tradición mantienen que los restos de todos ellos llegaron a Medinaceli en una carreta precedidos por un toro con fuego en las astas. Eso es lo que, al parecer, conmemora el festejo.

Las hogueras forman una suerte de burladero en llamas que contribuye al pánico del toro, encerrado y perseguido por el fuego, luchando por su libertad, robada por quienes quieren ver magia iniciática en lo que, ahora sí, solo puede ser considerado barbarie.

Hoy, esta medianoche, el único mártir en Medinaceli será Islero. El alcalde, Felipe Utrilla, del PP, ha pedido refuerzos a la Guardia Civil ante la previsión de protestas. Si, protestaremos. Protestaremos ante quienes solo quieren “que se cumpla la tradición” ignorando que hay tradiciones incompatibles con la evolución. Porque ya sabemos que en el fuego de sus astas solo habrá sufrimiento. Ni magia, ni purificación, ni ancestros. Porque Medinaceli tiene mucha historia, mucho patrimonio que mostrar, sin necesidad de recurrir a la tortura como reclamo. Porque “Jubilo” viene de jubileo, de indulgencia, y en Medinaceli hoy el único que merece ser indultado es el toro.

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