Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Toros que arrastran nuestras cadenas

'Sed de sangre'. Tinta sobre papel. Santiago Talavera, 2016.

Ruth Toledano

“La vida siempre obtiene / revancha contra quienes la negaron: / la historia de mi tierra fue actuada / por enemigos enconados de la vida. / El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,/ sino de siempre. Por eso es hoy / la existencia española, llegada al paroxismo, / estúpida y cruel como su fiesta de los toros. // Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo / en creer que la / razón de soberbia adolece / y ante el cual se grita impune: / muera la inteligencia, predestinado estaba / a acabar adorando las cadenas / y que ese culto obsceno le trajese / adonde hoy le / vemos: en cadenas, / sin alegría, libertad ni pensamiento”.

Son estrofas del poema titulado Díptico español, del gran poeta español Luis Cernuda. Pertenece al libro Desolación de la quimera y el poeta lo escribió alrededor de 1960, desde el exilio. Cernuda formó parte de la Generación del 27, donde también estaba, entre otros, Federico García Lorca. Ambos eran poetas brillantes y hombres libres. Ambos, homosexuales. Ambos sufrieron los desastres de la guerra: aunque profundamente herido, Cernuda pudo salvar la vida y refugiarse en México; a Lorca lo mataron los fascistas con nocturnidad y alevosía, probablemente por maricón, y aún se busca su cuerpo.

En estos versos de Cernuda hay un llanto por esa España que prefirió el absolutismo de Fernando VII (“¡Vivan las cadenas!”) al afrancesamiento de la Ilustración, una dolida repugnancia por el chusco casticismo que alcanza su paroxismo en ese mutilado Millán-Astray capaz de gritar a Unamuno “¡Muera la inteligencia!, ¡viva la muerte!”. Nuestra Guerra Civil se libró entre un general que creó la Legión y acabó siendo jefe de Prensa y Propaganda de la dictadura militar franquista, y un escritor y filósofo de la Generación del 98, diputado republicano y rector de la Universidad de Salamanca.

En su llanto, Cernuda no duda, para referirse a España y calificarla de “estúpida y cruel”, en identificarla con “su fiesta de los toros”, pero los taurinos eluden mencionar a este poeta, que es cumbre de la literatura española. Sin embargo, el llanto de Lorca por un torero amigo, Ignacio Sánchez Mejías, muerto en el ruedo, llena la boca de la tauropatía patria. A la “repugnancia” de Unamuno por los festejos con toros tampoco aluden, del mismo modo que obvian la similar repugnancia de muchos de los más grandes de esa Generación del 98 que marcó la historia del ensayo y de la creación poética española. Nada dicen los taurópatas de la explícita indignación de Pío Baroja: “estúpida y sangrienta fiesta”, “sucia morralla de chulos”, “turba de bestias crueles y sanguinarias, estúpidas y petulantes”, “asquerosidad repugnante”, “cosa mezquina y sucia, de cobardía y de intestinos”. Nada dicen del gran Antonio Machado, que en boca de su alter ego Mairena define las corridas de toros como “holocausto a un dios desconocido”. Nada dicen, siquiera, de un veleidoso Azorín, quien, sin embargo, se refirió a las prácticas taurinas como “brutalidad humana”. Tampoco se refieren a Gabriel Miró, ni al universal Juan Ramón Jiménez, que abominaban de esa brutalidad, ni a Benavente, premio Nobel también.

La razón por cuya ausencia se lamenta Cernuda es la misma por la que clama Unamuno cuando se enfrenta a Millán-Astray. La razón ilustrada de Jovellanos (quien celebró que se reuniera con “la humanidad” para apoyar la prohibición por Carlos III de las corridas de toros), la razón de Joaquín Costa (que llegó a escribir Contra los toros), de Zorrilla, de Larra. La razón inspirada en Quevedo, que en su epístola Contra las costumbres de los castellanos, dirigida al Conde-Duque de Olivares, critica el daño que se inflige a los toros y cómo embrutece a la población; e inspirada en Lope de Vega, que escribió reiteradamente contra “esa fiesta bruta”. La razón ilustrada española, que tuvo que irse, como Cernuda después, al exilio.

En su relato interesado de la historia la España, los taurinos silencian todas estas voces principales de un antitaurinismo que no es nuevo ni reciente. Y, no teniendo bastante con disponer del taurópata y misógino Picasso, en esa reescritura de la historia se han apropiado de la figura de Goya, uno de los maestros de la historia del arte y otro ilustrado que acabó en el exilio. De su exilio en Burdeos proceden, precisamente, los grabados taurinos más críticos con ese festejo embrutecedor, cuya plasmación en la obra de Goya ha sido tergiversada por la lectura taurina, con la connivencia de la historiografía oficial del arte. Han tenido que pasar doscientos años para que la Real Academia de Bellas Artes haga justicia a la mirada horrorizada de Goya ante el espectáculo del ruedo ibérico, y lo ha hecho a través de la exposición ‘Otras tauromaquias’, que Capital Animal presentó en la Calcografía Nacional de Madrid, comisariada por el historiador del arte Rafael Doctor Roncero. En esas salas donde el arte destapó al fin la violencia intrínseca a la tauromaquia, la obra del artista Santiago Talavera, deslumbrante y comprometida, dialogó frente a frente con la del maestro ilustrado, cogiendo el testigo de ese relato escamoteado por el españolismo tauricida que, después de mandar al exilio a goyas y cernudas, encontró buen cultivo en el caldo franquista y en el vino borbónico.

El movimiento antitaurino no es, pues, ninguna novedad en España; lo nuevo es la restitución de las páginas que los taurinos habían arrancando, con la complicidad de unos políticos que la democracia aún no ha depurado. Cuando los políticos, juristas y ensayistas ilustrados manifestaban y escribían su rechazo a la tauromaquia, estaban apelando a una España más justa, a una España que rompiera las cadenas de la oscuridad absolutista, a una España que dejara atrás el analfabetismo y reformara la Educación, a una España más ética. El movimiento antitaurino actual es un eslabón más, ya visible, de esa otra cadena de luz. Y el mundo del arte ya no puede permitirse el permanecer ajeno a esta fuerza emancipatoria en defensa de unos animales y de unos modelos de convivencia social que han tenido a su disposición voces preeminentes sofocadas por el relato de los peores: los apologetas de las violencias.

Si, más allá de sus innegables bondades artísticas, algo me emociona en la obra de Santiago Talavera, es que en ellas leo una nueva versión del Díptico español del admirado y doliente Luis Cernuda. Una versión en la que el daño ya no queda impune, en la que triunfan la inteligencia y la razón, en la que la historia ya no la escriben los enemigos de la vida. La versión de una España a la que los toros no arrastran las cadenas, sino que simboliza la alegría, la libertad y el pensamiento. Una España menos obscena.

Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Etiquetas
stats